Quería saber muchas cosas: ¿era Joel quien conducía la limosina? ¿Sabría él que yo me encontraba aquí? Era probable. ¿Y sabría Violet, al final del día, que Joel había sido cómplice de mi captura? No tenía una respuesta directa a aquella duda.

—¿Por qué me secuestraste? —indagué, perdiendo la formalidad.

   Y Gold aquello no lo dejó pasar.

—Modales.

—¿Sabes por dónde me los paso?

   Gold bufó.

—Lamento tanto que hayas tenido una educación pésima. Creo que deberé hablar con tu tía sobre ello.

—Ni te acerques a ella —advertí—. No te atrevas.

—¿O qué, muchacho? ¿Crees que porque mi empresa está cayendo, no sigo teniendo poder sobre las personas?

—Eres un desgraciado.

—Lo he oído muchas veces en mi carrera, créeme —asintió—. Pero no estamos aquí para hablar de mí, realmente. Quiero saber de ti.

—¿De repente quieres conocer a tu yerno? Un poco tarde, ¿no crees? Digo, enviaste a tu hija al otro lado del mundo.

—A eso quería llegar —sonrió, satisfecho.

   Fruncí el cejo.

Thomas procedió a explicarse sin que se lo pida.

—Creo que quieres a mi hija. ¿Eso es correcto? No hace falta que respondas, lo puedo ver. Aunque sea un infeliz, me doy cuenta de ciertas cosas.

   Tragué saliva.

—Y como la quieres —añadió—, estoy seguro que irías al fin del mundo por ella. Lo que me lleva a sospechar que tienes relación con su desaparición.

   El aire se volvió denso. No padecía de claustrofobia severa, pero podía sentir cómo los muros de aquel coche se cerraban sobre mí.

—Me encantaría haberla tenido —respondí, inspirando profundamente—, porque de aquel modo sabría dónde se encuentra. Desafortunadamente, tú me has quitado eso. Con la intención de hacerla desaparecer de mi vida porque las cosas no te han resultado como deseabas, me has privado de comunicarme con ella y saber si está bien. El puto padre del año —escupí, sarcástico.

   Thomas Gold no parecía afectado por mi uso del lenguaje, ni mi sarcasmo, ni mi ironía. Estaba de lo más calmado, escuchando mi versión de la historia. Parecía atento a los detalles, a mis expresiones, a mi mirada. Como si me encontrara bajo un interrogatorio policial, y fuera el principal sospechoso.

   Así que me preparé mentalmente. Con Thomas Gold acusándome, debía tener cuidado en el tipo de información que soltaba.

—Claramente veo tu dolor. Pero estoy seguro de que sabes algo, y quieres mantenerlo escondido de mí —siseó.

—Como dije —me incliné hacia delante—: me has privado de todo. No tengo ni idea de su paradero, ni de su estado, ni si sigue viva. He intentado cada día, desde aquella mañana, enviarle un texto. Sólo para sentirme bien conmigo mismo, para darme ánimos de que algún día volvería. Pero era de suponer que desconectarías su número a propósito; así que no tengo nada que quieras obtener.

   Me recosté nuevamente sobre el asiento y me crucé de brazos.

—Tienes pelotas, muchacho. Lo admito —Thomas rio—. Pero tener pelotas conmigo no sirve de nada —Se llevó un dedo al intercomunicador—. ¿Allan? Llévanos a la casa de Joel.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora