En aquel momento de confusión y sorpresa, me había quedado plantado detrás del mostrador sin mover un músculo. No sabía exactamente cómo se las arreglaba mi organismo para respirar, porque había olvidado hacerlo de forma automática.
Quizá habrían pasado cinco minutos, o probablemente más, para cuando me obligué a dar un paso tras otro hasta llegar a la puerta del local. Salí a la calle, pretendiendo divisar cualquier rastro de Joel o de Violet, pero no vi a nadie conocido. Había familias paseando, o personas con sus perros, o simplemente gente que salía a correr. Pero ningún indicio de que alguna vez el chófer de los Gold visitó la veterinaria, o de que Violet había estado cerca.
Inspiré profundo el oxígeno del exterior. Todo aquello había sido abrupto, brusco y para nada esperado. Necesitaba calmarme.
Saqué de mis pantalones la cajetilla de cigarros que Wally me había obsequiado en su momento. Tomé uno y lo encendí apresuradamente, aspirando la nicotina y exhalando el humo por la boca.
Los primeros días que había fumado —que fueron los primeros días sin Violet—, no había entendido muy bien cuál era el funcionamiento de la droga. Pero a medida que transcurrían los días, días que para mí se tornaban cada vez más oscuros sin la presencia de ella y con una angustia creciente, la nicotina se había convertido en mi amiga traicionera que me tranquilizaba en aquellos momentos.
Y había pensado en dejarlo si alguna vez la volvía a ver. Pero dadas las circunstancias, no creía que pudiera hacerlo hasta que todo volviera a la normalidad.
Mi celular vibró en mi bolsillo. Con la mano que tenía libre lo tomé y chequeé la pantalla: Zoe me estaba llamando.
Deslicé el dedo para atender la llamada.
—¡Max! —exclamó ella desde la otra línea.
—Hola, Zoe.
—Dime por favor que tienes un televisor cerca, o una radio, o lo que sea —pidió. Se oía exaltada.
Parpadeé, confundido.
—Supongo...
—¡Ve rápido y enciéndela!
Arrojé el pitillo al suelo, sin molestarme en pisarlo, y volví al interior del local. No había una televisión, pero sí estaba el computador sobre el mostrador.
—Dame un minuto, Zoe —le pedí.
—Date prisa, que esto es importantísimo.
Caminé hasta la puerta trasera y salí por ella. Francis estaba sentado junto a la tumba de Blue, mirándola con nostalgia y tristeza, pero en cuanto notó que estaba allí subió su mirada hasta mí.
—¿Pasa algo? —preguntó.
—No, todo está bien. Quería preguntarte si podía hacer uso del ordenador —murmuré.
—Ah, por supuesto. No hay problema, úsalo.
—Bien, gracias.
Volví adentro, retomando la conversación con Zoe y encendiendo el computador a la vez.
—Ya, estoy en un ordenador —afirmé—. ¿Qué ocurre?
—Busca las noticias de la última hora.
Así lo hice, conectándome a la red de Internet.
Entré a una de las páginas de los periódicos que se repartían en la ciudad, y lo que vi me hizo poner los ojos como platos al punto de querer salírseme de las órbitas.
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Silver and Gold
Teen FictionMax Silver es nuevo en el instituto. Eso lo hace sentir incómodo hasta que comienza a comprender su entorno; incluyendo a una chica bastante particular: Violet Gold, la rompecorazones suprema de la escuela, llama su atención de cualquier forma. A me...