Prácticamente, Violet salió corriendo de la casa.

   Seguía anonadado por lo que había descubierto, y no me había dado tiempo de hacerle preguntas sobre aquello, ya que se había puesto de pie, se había vestido, se había arreglado el cabello con las manos y se había dirigido a paso acelerado hasta la puerta principal.

   Allí, Maggie la entretuvo.

—Señorita Gold, lamento la tardanza, pero apreciaría que le diera este vino a su padre por parte de Maximus y yo —sonrió—. Y dígale que si necesita cualquier cosa, estaremos más que encantados de prestar nuestros servicios como ciudadanos.

   Violet había asentido rápidamente con la cabeza, tomó la botella de vino y salió disparada hacia la acera.

   No sabía cómo se había marchado, si caminando —ergo corriendo— o si se encontraba en algún vehículo, porque Maggie me tomó del brazo y me hizo mirarla a los ojos; por lo que me había perdido cualquier rastro de la chica que hasta hace unos segundos atrás estaba besándome en mi habitación.

—Es maravillosa —los ojos de Maggie brillaban.

   No podía estar en desacuerdo, a pesar de todo.

—Tienes que calmarte —musité en su lugar.

—¿A qué te refieres?

—Su vida no es así de simple, Maggie. Que tú te hayas comportado tan formal con ella la alteró un poco.

—¿Qué? ¿Y de qué otra manera me podía haber comportado? Es Violet Gold...

—Y es una persona como nosotros —cerré la puerta de la entrada—. Que su padre sea un hombre famoso, exitoso y rico, no la hace menos normal.

—Oh.

   Maggie parecía sorprendida. Y llevaba razón, yo había reaccionado igual cuando lo comprendí.

—Lo siento, Maximus... No me di cuenta.

   Sacudí la cabeza.

—Está olvidado, créeme.

   Nos encontramos en silencio. No sabía qué estaba pasando por la cabeza de Maggie, pero sí sabía lo que estaba pasando por la mía: Violet, su minúsculo torso con sus huesos sobresalientes en la piel, la delgadez de sus extremidades, lo reservada que era...

   Nunca me habría imaginado un escenario como aquel.

   Aparentemente, Violet Gold tenía más de un secreto.

—¿Y qué tal? —mi tía habló, sacándome de mi ensoñación.

—¿Qué?

   Arqueó una ceja en mi dirección.

—La chica te gusta.

   Me quedé sin habla. Lo estaba diciendo como una confirmación, no una pregunta o un planteamiento.

—Te gusta Violet Gold —continuó Maggie, incrédula—, y a ella le gustas tú.

—No —negué con la cabeza.

   No era así, era poco probable.

   La relación que Violet y yo teníamos era descomunal, sí, pero no significaba nada. No era algo en lo que se podía pensar a futuro, porque ahora que sabía que Violet guardaba más de un secreto misterioso en sí misma, no podía evitar pensar en qué otra cosa podría estar ocultando a los ojos ajenos.

   Me planteé diferentes circunstancias: ¿podía ser que tuviera un pasado, más bien una niñez, traumático? ¿Qué el gran Thomas Gold no fuera más que un maldito abusador de autoridad y de poder, y que él y su hija hubieran tenido enfrentamientos inimaginables?

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora