A las pocas horas, ya era capaz de recordarlo todo. Como si hubiera estado en el momento más lúcido de mi vida.

   Recordaba cada segundo de nuestro episodio en el baño: ella curándome, yo duchándome y presentándome totalmente desnudo frente a ella, nuestra plática y, finalmente, nuestro acontecimiento contra el lavabo.

   Pero no le había dicho nada. No sabía si ella esperaba que lo hiciera, pero prefería evitarlo. Del modo contrario, ella me lo hubiera dicho.

   Así que pensé que querría olvidarlo; aunque yo quisiera abordar el tema durante horas.

   Le di vueltas a aquel momento. Estando como estaba, no fui capaz de saborearlo, pero la sensación de su boca contra la mía aún persistía.

   Sus manos sobre mi cuerpo, aquella sensación todavía estaba viva.

   E incluso cuando tía Maggie me regañaba por todo lo sucedido, por haberla angustiado de aquella forma, seguía rememorando cada roce, cada beso y caricia que Violet y yo habíamos compartido por segundos.

   Segundos que quizá no recuperaría, pero que me hacían sonreír.

—¡¿Me estás escuchando, Maximus?! —exclamó Maggie.

—Sí —dije, automáticamente. Aunque no era cierto—. Prometo que no sucederá otra vez.

—¡No puedes hacerme esto! Soy responsable de ti, ¿lo entiendes? Hasta la mayoría de edad, al menos. Después de que cumplas los dieciocho, has lo que se te antoje. ¡Pero mientras tanto vives bajo mis reglas!

—Lo sé. Lo lamento, de veras.

—¡Eso no arregla la preocupación e impotencia que sentí ayer!

   Sentí un toqueteo en mi tobillo. Miré hacia abajo, y vi a Ginna reclamando —como siempre— atención.

—Estoy bien —repetí—. Eso es lo que importa.

   Maggie hizo un ruidito de exasperación.

—No sé cómo tu madre habría tratado este asunto, pero te aseguro que no variaría mucho de mi manera.

—Te preocupas demasiado.

—¿Qué...? Eso es todo, vete a tu cuarto.

—¿Qué? —fruncí el ceño, confuso.

—¡Lo que dije! ¡Vete a tu habitación!

—Maggie...

—¡AHORA!

   Abrí los ojos como platos ante su tono potente y autoritario. Nunca antes me habría gritado, así que realmente me preocupé.

   Sin embargo, le obedecí, llevándome a Ginna entre brazos. Si eso hacía que se tranquilizara, pues encantado de ayudar.

   Una vez en mi cuarto, cerré la puerta. Dejé a Ginna en el suelo, con su nuevo juguete —que empezó a morder al instante—, y me tiré sobre la cama.

   No sabía nada de Wally. Ni de Austin, ni de Jane ni de Fiona. Estaba totalmente desconectado de cualquier red social donde hicieran aparición.

   Enchufé mi móvil al cargador y lo encendí. Una vez que se mostró el fondo de pantalla, observé las notificaciones.

   La gran mayoría eran de Instagram. Y luego, sólo mensajes.

   Recorrí las notificaciones de la red social, para cuando noté que había sido etiquetado en una foto de Wally. Estábamos con Austin, riéndonos a carcajadas por la marihuana, abrazados.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora