Hubo revuelo durante toda la semana. Y con razón, tratándose de algo tan relevante como se suponía que era Gold Business; una serie de compañías severas, autodidactas, para nada informales y sin una pizca de gracia.

   Al quinto día, Thomas Gold decidió personalmente hacer una conferencia de prensa relativamente corta, donde quedara explícita su versión de la historia.

   Y al verla en cadena televisiva, no sabía si sentirme indignado o reírme ante lo retorcida que era su mente al decir tantas estupideces juntas.

—Señor Gold —le decía una periodista—, ¿puede relatarnos los hechos que ya todos conocemos desde su perspectiva?

—Por supuesto. Lo que ya es de dominio público, no puede ser revertido. Pero sí puedo dar varias aclaraciones sobre el tema en cuestión: mi hija no está desaparecida.

   En aquel momento, se me cortó la respiración. Si Gold ya sabía que Violet se encontraba en el país, todo se jodería aún peor. No quería ni imaginarme la cantidad de escenarios que se podían dar si era cierto. No quería ni considerar que Joel fue descubierto, o que Zoe se vio involucrada en ciertas ocasiones.

   Los reporteros comenzaron a realizar una serie de preguntas a la vez.

   Gold contestó una en específico:

—Lo que quiero decir, es que me he puesto en contacto con ella. Tomó el avión equivocado.

   Mi boca cayó en forma de O. Realmente, siendo Thomas Gold, podría haberlo hecho mejor. ¿Sólo aquello se le ocurrió? ¿No se daba cuenta de que, siendo como eran los medios de comunicación, investigarían por su cuenta? ¿Que irían a cada aeropuerto a conseguir respuestas?

—No puedo culparla, de cualquier manera —prosiguió el hipócrita—. Tiene la cabeza en cualquier sitio menos en la realidad. Adolescentes.

—Maldito hijo de puta —mascullé a la tele.

   Como si echarle la culpa a la adolescencia fuera la mejor solución. Sólo por ser una etapa en la que se experimentan muchísimas cosas, no nos vuelve unos estúpidos. Como si fuera la excusa que nos mantiene distraídos, cuando en realidad suceden otros factores que nos hacen estar de aquella manera.

   Y parte de aquellos factores lo componen los adultos que culpan a la adolescencia. Son ellos quienes nos presionan, tanto en el colegio como en casa, o en el trabajo, o en la vida cotidiana. Estamos constantemente siendo acechados por ellos, para que nos encaminemos al futuro. Nos preparan desde el inicio de la secundaria para que nos convirtamos en lo que desean. Como si fuéramos putos robots.

   Y, al mismo tiempo, pasan cosas como esta. Donde un padre desgraciado intenta evitar que se descubran sus conspiraciones, enviando a su hija mayor a un continente desconocido, aislándola de la sociedad como la conoce.

   Así que no. No es culpa de la adolescencia. Es culpa de los malditos adultos que meten sus narices donde no deberían.

   Thomas Gold seguía dando explicaciones, pero en aquel momento ya no estaba oyéndolas. Estaba demasiado concentrado en no arrojar el mando de la tele a la pantalla de la ira que contenía.

   Maggie entró a la casa, con Ginna a su lado.

—Ya llegué, Max —anunció. Y luego se dio cuenta de que estaba sentado en el sofá, observando al primer plano del imbécil de Gold—. ¿Por qué estás mirando eso?

—Porque quería ver qué tan infeliz puede llegar a ser en cámara.

   Maggie se apropió del mando y apagó la televisión, silenciando la voz de Gold. Se lo agradecí internamente.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora