Juro que en cuanto termine el último año de secundaria, y esté una vez graduado, incendiaré el maldito despertador que está sonando en este momento a mi lado.

   Estiré mi brazo para apagarlo de alguna forma, pero era inútil; aunque lo hiciese, la tía Maggie se infiltraría en mi habitación y haría todo un show de ruidos molestos con sus cacerolas hasta que me atreviera a levantarme de la cama.

   Así que junté toda la fuerza de voluntad y me dirigí a darme una ducha caliente para el primer día de clases en una nueva escuela, en un nuevo estado; qué divertido, hurra.



   La tía Maggie me esperaba en la cocina con mi desayuno y su típica sonrisa de la madrugada; ¿cómo rayos hacía esta mujer para no estar de malhumor a las siete de la mañana? Es algo que nunca pude entender, ni siquiera de niño.

—Buenos días, Maximus.

   Le di un beso en la mejilla y me senté frente a ella.

—Es Max, por cierto —corregí mientras engullía mis tostadas y bebía mi café—. Diecisiete años y todavía no lo reconoces.

—Diecisiete años y siempre te he dado la misma explicación —se aclaró la garganta—: Maximus es tu nombre real, el que te dieron tus padres. ¿Qué mejor manera de honrarlos?

   Rodé los ojos. Había mejores y más creativas maneras de honrar a mamá y a papá que ella llamándome así.

—¿Estás emocionado? —cambió de tema.

—¿Por el primer día de clases en un colegio lleno de extraños? Sí, totalmente.

—Tienes que dominar ese sarcasmo, Maximus —reprochó—. No harás muchos amigos si siempre andas utilizándolo para todo.

—Quizá tampoco los quiera.

   Maggie me miró con cara de pocos amigos, y entonces yo lancé una carcajada.

—¡No es divertido! Nunca sé si hablas en serio o no —ella se quejó.

—Esa es la gracia —terminé mi café y me levanté de la silla. Tomé mi mochila, mi celular y los audífonos y caminé a despedirme de la tía Maggie—. Sabes que te quiero por sobre todo, ¿no?

—Aunque seas un ser humano irritante, sí. También yo.

—Volveré en unas seis o siete horas. No me esperes levantada.

—Muy gracioso. Vete a estudiar.

   Le di un abrazo y me marché de la casa. Vivíamos en una calle casi nada transitada, por el poco tiempo que habíamos pasado aquí. Con Maggie nos mudamos el pasado verano, cuando todos estaban de vacaciones; pero para nosotros, era momento de luto. En esos dos meses, ella me ayudó a aprenderme los nombres de las calles y todo lo que respectaba para que supiera dónde quedaba mi nueva escuela. Lo demás, lo vería con el tiempo.

   Así que llegué sin complicaciones. Bueno, al menos no de las geográficas; en cuanto a las sociales... Ahí tenía un problema grave.

   El instituto era del tamaño normal, no sé qué esperaba exactamente. ¿Uno de película? Considerando que me encontraba a cientos de kilómetros de mi antiguo hogar, era probable que así fuera. Había un aparcamiento, algo que mi escuela anterior no tenía. ¿Con qué otra sorpresa me encontraría? Ah, sí: ahí estaban los grupos de amigos súper unidos que se reunían después de meses de vacaciones. Y aquí estaba yo, Max Silver, el marginado.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora