No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde entonces. No quería saberlo, sólo quería estar allí. Tenía miedo de que si me alejaba tan sólo un centímetro, ella desaparecería; se escurriría como agua en mis manos.

   Violet me devolvió el beso con fervor e intensidad. Podía decir con ello que no era el único que había estado desesperado por volver a ella.

   Al separarnos para respirar, ella no dio ningún paso hacia atrás. Se quedó allí, abrazada a mí, como si fuera su lugar en el mundo.

—¿Cómo? —susurré.

—Te lo diré luego. Tengo poco tiempo.

—Violet, no sabes...

—Sí, Max. Sí sé —interrumpió, mirándome a los ojos.

   Me perdí en mí mismo cuando observé los suyos. Sus ojos siempre me habían cautivado, con su belleza plateada, pero esta vez me sentí vivo cuando los miré.

   Aun así, se lo dije.

—Te he buscado demasiado tiempo. He hecho de todo, ¡te he enviado textos todos los días! Ha sido tu padre, ¿no es así?

   Ella tomó una bocanada de aire.

—Lo único que te puedo decir, Max, es que nadie, ni siquiera mi padre, me podrá alejar de ti. Siempre encontraré mi camino de vuelta. Eres la única persona que alguna vez me ha entendido, no me ha prejuzgado, y ha estado allí para mí cada día.

—¿Qué hay de Anna? —balbuceé.

—Tampoco ella lo sabe todo —contestó.

   Sólo eso fue suficiente para que volviera a besarla; esta vez con más calma. Al tocarla y sentirla, supe que era real. Que no estaba soñando o delirando, que Violet Gold estaba postrada frente a mí en carne y hueso.

—¿Tú no deberías estar en España? —susurré, tomándola con firmeza de los brazos. Necesitaba tocarla.

   Ella abrió los ojos como platos.

—¿Cómo sabes eso?

—Tengo a alguien dentro de la mansión. Leyó los correos de tu padre.

—Estúpida Zoe —masculló.

—¿Cómo sabes que es ella?

—¿Quién más temeraria y audaz que ella? Por supuesto que pudo meterse en el despacho de mi padre, es ingeniosa. Y muy estúpida, podrían haberla descubierto.

—Pero no lo hicieron. Y ahora que estás aquí, le puedo decir que deje de revisar...

—No —cortó.

   Pestañeé, confundido.

—Nadie puede saber que estoy en el país —aclaró—. Ni siquiera Zoe, estando dentro de la mansión puede causar problemas. Y mi padre anda cerca, por lo que será propensa a lo que sea que le haga para quitarle aquella información.

—Pero entonces, ¿por qué has venido aquí?

—Porque te necesitaba, Max.

   Algo estalló dentro de mi pecho al escuchar esas palabras salir de su boca.

   Al mirar a mi entorno, vi que Maggie ya no estaba con nosotros.

—¿Cómo te las has ingeniado para llegar hasta aquí sin ser vista?

—Yo también tengo a alguien dentro de la mansión —sonrió de costado—. Me ha costado muchísimo convencerle de que me permita venir.

   La besé una vez más. Ahora que la tenía entres mis brazos, y sabiendo que en algún momento debía dejarla ir, iba a aprovechar aquel tiempo escaso que teníamos.

   No costó mucho tiempo que nos encerráramos en la habitación, aun cuando ella debía irse en menos de cinco minutos. Cada milisegundo que transcurría a su lado, era oro puro. No iba a privarme de estar junto a ella, de tocarla, de besarla y abrazarla, de sentirla, aunque dispusiéramos de poco tiempo.

   Violet, recostada a mi lado en mi cama y sobre el edredón, me miraba detenidamente.

—¿Qué? —inquirí, con curiosidad.

—He hecho de todo para estar aquí contigo. Y aún no me creo que lo haya conseguido; todo esto es de locos.

—Créeme, yo también he hecho de todo. ¿Cómo...?

—No hablemos de mí. No hablemos en absoluto —me cortó—. Sólo quiero vivir el momento, sin pensar en lo que vendrá después.

   Hice una mueca, pero acepté su petición. Si era lo que deseaba, era porque había otras intenciones detrás. O quizá no intenciones, sino consecuencias.

   La abracé, sintiendo cómo posicionaba su cabeza en mi pecho. Los latidos de mi corazón me traicionaban, martillando contra mis costillas de forma anormal, pero a ella no parecía importarle. Y a mí tampoco; sólo podía concentrarme en la forma de cómo caía su cabello alrededor de su rostro, de sus respiraciones leves y continuas, del color pálido de su piel, y la manera en que me abrazaba como si no quisiera soltarme nunca.

   Y la comprendía. Yo tampoco deseaba dejarla ir nunca.

   Quería que este momento perdurara en la eternidad. Que todo fuera más sencillo, que el estar aquí conmigo no la perjudicara de ningún modo. Quería estar con ella y que al mundo le pareciera bien, quería estar con ella como una pareja normal estaría. Compartir contacto físico en público, sin ser juzgados por ello. Sin ser condenados a ser expuestos por los medios comunicativos.

   Y, por sobre todas las cosas, ser felices sin que Thomas Gold se interpusiera.

   Un repiqueteo en una de las ventanas nos sobresaltó. Violet alzó la cabeza primero, y soltó un suspiro.

—Debo irme.

   Tragué aire. Los cinco minutos se habían pasado demasiado rápido, no estaba preparado mentalmente para no volverla a ver quién sabe durante cuánto tiempo.

—Me están esperando —susurró—. Aquella era una señal.

   Asentí con la cabeza. Lo entendía, lamentablemente debía esconderse.

   Violet se inclinó y me besó suavemente. Aquel era un beso singular, no como el que me había dado aquella mañana en la mansión. Era un beso que prometía futuro, que pedía que me despreocupase. Aquello me relajó un poco.

—Una sugerencia, Max —murmuró, poniéndose de pie—: es probable que nunca llegue a leer los textos que me enviaste. Pero, si sientes que necesitas seguir escribiendo, no te prohibiré hacerlo.

   Me relamí los labios. Tenía un punto razonable, así que lo tuve en cuenta.

   También me levanté de la cama. Acompañé a Violet hasta la puerta trasera, la que daba al pequeño jardín, y ella me aseguró que desde ese punto debía continuar sola.

—La persona que me ayuda prefiere no revelarse —me dijo—; por si acaso. Dile adiós a Maggie por mí, por favor.

   Asentí una vez.

   Ella me besó nuevamente, sin despegarse de mí durante diez segundos.

   Luego, se separó y me miró. Sabía que le dolía tanto como a mí, ambos estábamos conectados de tal manera que podíamos sentirlo. Cuando ella me dio una última sonrisa y se giró para marcharse, sentí que una parte dentro de mí se iba con ella; sellando una promesa inexplícita entre los dos que aclaraba que ella volvería.

   De algún modo u otro, volvería a mí.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora