La mañana siguiente fue la más dinámica y veloz que alguna vez habría podido vivir.

   Como ya podíamos irnos, bajamos a desayunar. Anna y Zoe sirvieron tostadas, huevos, café, zumo de naranja, tocino, frutas, galletas, e incluso pequeñas tortas de chocolate.

   Mientras Raven engullía todo lo que podía, Maggie simplemente daba sorbitos de su café en un silencio letal. Me preocupé por ella, no era habitual que se quedara callada más de cinco minutos continuos.

   El señor y la señora Gold, en cambio, parecían como si nada hubiera ocurrido la noche anterior. Thomas leía el periódico y asentía de vez en cuando, como si estuviera de acuerdo con las notas. Ivonne revisaba su propio celular, mientras comía de su manzana cortada en cuadraditos.

   Y después estaba Violet. Ni siquiera me miraba, ni me susurraba nada, ni me hacía ningún gesto típico de ella para que comprendiera que necesitaba estar a solas conmigo. Parecía ausente, perdida, solitaria.

   Anna le había servido su desayuno, pero ella ni siquiera se había limitado a mirarlo.

   Algo andaba mal.

   No obstante, cuando todos —o la gran mayoría de los presentes— terminaron de comer, Thomas Gold nos acompañó a la puerta principal y nadie dijo nada. Ya no se oía el estrepitoso sonido de los reporteros afuera, ni la incesante ambición de los fotógrafos por conseguir una fotografía de calidad que pudieran vender o utilizar.

—Joel los llevará hasta su hogar —Thomas Gold anunció.

—Gracias por su hospitalidad, señor Gold —Maggie afirmó con certeza.

   Incluso aunque permaneciera la mayor parte del tiempo en silencio, no perdía su educación y gentileza.

—No tiene por qué agradecerme, de verdad —Thomas sonrió. Maldito hipócrita—. Haría cualquier cosa para mantener la integridad de mis clientes.

   O la suya propia, mejor dicho.

   Thomas me miró directamente, como si hubiera oído mi pensamiento. Pero entonces sonrió de costado, como si supiera algo que yo no.

—Ten cuidado por ahí, chico. La prensa son como depredadores, y tú eres la inocente gacela —me ofreció su mano. Me la quedé mirando, atontado, hasta que Maggie me dio un codazo sutil. La acepté, aunque con desprecio. El hombre la estrechó—. Pero no creo que debas preocuparte mucho más por ello.

   Fruncí el ceño.

   Thomas Gold separó su mano de la mía y se llevó una de ellas hasta la oreja, donde tenía el intercomunicador.

—Joel está listo —confirmó—. Pueden irse.

—Gracias, de nuevo —Maggie puso una mano en mi hombro—. Vamos, Maximus. Tenemos cosas que hacer.

   Pero entonces me di cuenta de qué era lo extraño.

—¿Dónde está Violet?

   Thomas arqueó una ceja.

—En su habitación, como corresponde dado que este es el sitio donde vive —repuso.

   No lo compraba.

—¿Puedo despedirme de ella?

—¿Por qué? La verás en el instituto —El hombre se cruzó de brazos mientras se enderezaba, intentado aparentar una figura de autoridad.

—Sí, pero no será hasta mañana. Ya perdimos medio día de clase hoy.

   El semblante del hombre se endureció.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora