No mucho después de aquella confirmación a mi sospecha, Violet se retiró de la habitación; con la excusa de que debía ver a su padre.

   Y eso me enfadó. En realidad no me importaba la excusa, sino Thomas.

   A su vez, me había percatado de que la chica en cuestión siempre huía cuando la cosa no iba como ella habría querido: siempre me evitó, al principio, para que la dejara estar con su vida. Luego, en mi casa, con Maggie y cuando descubrí que fue anoréxica. Y ahora, cuando había comprendido el significado del por qué actuaba como actuaba. La persona a la que se centraba todo era su propio padre.

   Sólo podía imaginarme qué otras cosas le había hecho en su infancia, como para que Violet se encerrara tanto en sí misma y no permitiera a nadie acceder a ella.

   Y me pregunté si se las habría hecho, en su momento, a Raven.

   Apreté la mandíbula. El hecho de que todo el pueblo adorara e idolatrara a Thomas Gold me hacía sentir nauseabundo. Yo, con apenas diecisiete años, había entendido más de lo que toda la ciudad alguna vez podría entender. La sociedad sólo veía sus logros en tan corto plazo de su vida, los cuales eran sus prioridades fundamentales. Y después estaba su familia, que lo acompañaba en toda clase de eventos sociales, pero que aparentemente era la única función que cumplía para él. Detrás de todo eso, era una familia destrozada gracias a él.

   Me pregunté si alguna vez alguien tuvo la intención de investigar más a fondo como yo lo hice. Y después de pensarlo no más de dos segundos, llegué a la conclusión de que nadie lo habría hecho. De lo contrario, las cosas no serían del modo que son.

   Me sentía impotente. Creía que debía hacer algo al respecto, aunque no fuera mi lucha.

   Abundado por impulsos, tomé el pomo de la puerta y la abrí. Salí al corredor, y lo primero que visualicé fue la puerta de en frente. La de Violet.

   Y un poco más allá estaba la de Raven, y la de huéspedes que utilizaba Maggie.

   Entre aquellas extensas paredes, me sentía tan encerrado e inútil como Violet. Volvía, una vez más, a comprenderla.

—¿Max?

   Me volteé en dirección a la voz femenina. Anna estaba allí, con una bandeja repleta de galletas de chocolate.

—Hola, Anna.

—¿Está todo bien? Está pálido —anunció ella.

—Yo... —Pero no sabía cómo contestar a aquello.

   Anna frunció su ceño al ver mi vacilación, pero asintió en silencio.

—¿Quizá un paseo le despeje la mente? —Sugirió— Puede acompañarme, si gusta. Sólo le dejaré esto a la señorita y puede venir conmigo.

   No tuve que pensarlo, en realidad. Al instante estaba asintiendo, frenético.

—Muy bien —ella sonrió.

   Se acercó a la habitación de Violet y golpeó la puerta con sus nudillos.

—¿Señorita Violet? —Inquirió a través de la puerta— Tengo...

   La puerta de Violet se entreabrió de pronto y tomó la bandeja de galletas. Le sonrió a Anna de forma honesta, y esta asintió una vez con la cabeza.

   Entonces Violet le cerró la puerta en las narices.

   Me quedé más que sorprendido.

—¿Ella acaba de...?

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora