En cuanto la luz solar tocó mi cara, desperté.

   Debajo de mí, las sábanas eran demasiado suaves para mi gusto. Y la almohada demasiado acogedora; te incitaba a quedarte allí durante horas.

   Mi cabeza dolía y daba vueltas. Quizá era por eso por lo que no había reaccionado aún al saber que esta no era mi habitación.

   Toqué el colchón en el cual estaba recostado. Sí, definitivamente esta no era mi cama. Y no estaba en mi cuarto. Ni en mi casa.

   Observé detenidamente cada rincón de la habitación, mientras mi visión se asentaba. Era grande. Más grande que una sala de estar.

   El edredón de la cama era de un tono café, al igual que las cortinas del gran ventanal que cubría una de las cuatro paredes. Una lámpara de palacio caía desde el techo, aunque estaba apagada.

   Un gran armario que estaba empotrado al muro, también. Y cuando dirigí la vista hacia arriba, noté que la cama era con dosel.

   Me pasé las manos por el rostro, intentando recordar cualquier cosa de ayer. Dónde estaba. Con quién. ¿Qué sabía Maggie?

   Oh, Dios. Maggie.

   Automáticamente busqué mi teléfono. Lo encontré en la mesita de luz junto a la cama, apagado. Lo encendí y noté que la batería estaba al veinticinco por ciento, por lo cual debía ser rápido.

   Busqué la sección de mensajes y encontré a Maggie en los recientes. Leí lo último escrito.

   Maggie, iré a dormir a la casa de un amigo. No me esperes levantada, llegaré por la mañana. O quizá por la tarde. Estaré bien.

   Yo no había enviado eso. Estaba totalmente seguro de que yo ni siquiera le había hablado desde que había entrado a la casa de Austin.

   A aquel texto le siguieron ocho respuestas suyas, demandando una explicación o preguntándome si me encontraba bien; o si debía pasar por mí. También tenía once llamadas perdidas suyas.

   Qué bien.

   Le escribí rápidamente:

   Estoy bien. Me quedaré por unos momentos aquí, te llamo cuando vaya para casa.

   Su respuesta llegó en seguida.

   ¡Jesús, Maximus! ¡No vuelvas a hacerme esto NUNCA MÁS! Estaba tan angustiada...

   Tranquila. Estoy bien. Lo prometo.

   Tendremos una severa conversación apenas llegues, jovencito. No creas que te libras de esta.

   Bufé. Maggie nunca me llamaba "jovencito", de hecho creo que nunca lo hizo antes. Así que pensé que debía ser algo muy serio.

   Y lo era, porque la entendía.

   La puerta de la habitación rechinó un poco mientras era abierta.

   Subí la mirada.

—¿Max? ¿Estás despierto ya o...?

   La voz de Violet. Y lo confirmé cuando ingresó totalmente al cuarto.

   Ella suspiró, de alivio, cuando me vio sentado sobre las sábanas. Cerró la puerta tras de sí y se encaminó en mi dirección.

—Me alegra que estés consciente. Ya era hora —agregó.

—¿Qué...?

   De reojo, miré la hora que marcaba el móvil. Las dos de la tarde. Las putas dos de la tarde.

Silver and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora