capítulo 42

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Clara acompañaba al trabajo a Gona, dejándolo frente a la puerta: y despidiéndolo llevándose el auto.

—Regreso por ti en la noche, ¿de acuerdo?
—Entiendo.

Gona sólo miró cuando el auto avanzaba y se iba haciendo más pequeño a medida que se alejaba por el camino de vuelta.
Dio media vuelta y caminó a la instalación.

( . . . )

Ya era noche, bastante noche y Clara esperaba fuera con el auto por Gona. Que este no daba señales, los demás iban saliendo (los del mismo turno que el de Gona) pero el nombrado nada.
Pitaba varias veces, pero decidió callar y esperar.
Al cabo de unos minutos salió, tranquilo, caminó al auto y se metió. Mientras Clara arrancaba, el mayor se iba quitando la corbata.

—¿Cómo te ha ido? –preguntó reincorporándose al camino.
—Bastante bien. –correspondió tranquilo.
—Me alegro

Clara respiró fondo, llegando a sus fosas nasales un olor, desagradable... A cigarrillo.

—Fumaste, ¿cierto?
—No, yo no.
—Tus compañeros de seguro...
—Pues no sé por qué tengo este olor.
—¿Qué traes en los bolsillos?
—Mi móvil... Mi cartera...

Clara se despegó del volante en una parada y comenzó a tocar los bolsillos de su acompañante: teniendo una caja extraña en uno de esos. Clara sacó del bolsillo derecho una cajetilla.
Mostrándosela a Gona.

—¿Y esto?
—Me... Yo... Me lo dieron. No es mío.
—¿Te lo dieron y no es tuyo?

Gona se resignó y decidió ignorar a Clara en lo que diría.

—Gona... Te pido que dejes de fumar, te está matando.
—No, es en lo único que ahora puedo hacer...
—Al menos –suspiró– hazlo por mí... O por Luh.

Gona la miró y respiró profundo, tranquilizando sus pensamientos y decidiendo.

—Bien. Pero... Necesitaré ayuda.

Pararon en un puesto de comida rápida, pues Clara realmente no quería cocinar esa noche. Y Gona respetaba eso.

—Deberíamos comer más pollo. –Gona saboreaba al sabor de aquella ave en su lengua y dientes.
—Sí, está realmente bueno.

Al terminar, quedaron satisfechos. Clara se levantó antes para lavar su traste y se fue a la cama de Gona, deseando buenas noches. Ella había dejado el móvil en la mesa, llamando la atención de Gona.
Por lo que al terminar de lavar, tomó el móvil y tocó en la puerta muy suavemente: sólo provocando un sonido melifluo.

Gona pensando que había tocado, entró y vio a Clara parada en medio de la habitación de espalda a la puerta.

—¿Qué haces?

Clara se alarmó y miró a Gona, escondiendo algo detrás de su espalda. Negando. Gona se acercó para ver qué era lo que escondía, pero ella se mantenía de frente mirándolo fijamente: nerviosa.

—Necesito dormir, Gona. –cambió el tema.
—Sólo muestra eso, no pasa nada.

Clara se resignó y sacó una pequeña foto. Había dos niñas pelirrojas, gemelas, una mayor que era Clara abrazando a las otras. Gona supuso que era su familia.

—¿Son tus sobrinas? –preguntó sin apartar la mirada de las gemelas, tan tiernas sonriendo y sus pecas en sus mejillas rojizas y regordetas.
—Eran mis hijas... –contestó cabizbaja.
—¿Eran?... –se asustó Gona.
—Murieron en un accidente fatal, provocado por mí...
—Nada es tu culpa. ¿Qué pasó? –Gona hizo sentarse a Clara en la cama.
—Estábamos celebrando navidad, era una época muy especial para nosotros, pero... Yo encendí varias velas, para celebrar la cena, salí para comprar algo de bebida: me había olvidado –su voz se quebró –. Tardé demasiado.

Clara cubrió su rostro.

—Ellas..., no pudieron escapar de la casa. Cuando regresé... Había bomberos, tratando de entrar... Y la casa completamente engullida por las llamas.
«No murieron por las quemaduras, murieron por el pánico... Se encerraron en el baño tratando de salvarse.

Gona la abrazó, tratando de no decir nada estúpido, consolándola. Simplemente no le cabía por la mente, que Clara siendo tan joven tuviese hijos.

—Y... ¿Cómo eran ellas? –Gona tomó entre sus manos la foto y las miró.
—Eran... Unas niñas preciosas, bastante inteligentes... A veces traviesas, pero juguetonas y muchas veces serias y distantes. Tenían... Sólo... 5 años.
—¿Sus nombres?
—Lilia y Caroline.
—Qué lindos nombres...

Clara sólo sonrió y siguió mirando la foto, limpió con su mano sus lágrimas y abrazó de nuevo a Gona, mucho más fuerte.

—Gracias, Gona.
—¿Por qué?
—Por ayudarme.
—No he hecho nada.
—Con escucharme basta.

( . . . )

Gona se había retirado a la sala para dormir, ahora era una especie de relajación extraña... Era que, estaba bien consigo mismo. Había ayudado, al menos un poco...

Al día siguiente,  Gona fue quien levantó a Clara, aunque ella preparó de costumbre el desayuno y se sentaron junto con los padres de Gona.
Este, al terminar se fue al trabajo, cogiendo él su auto.
Clara, se preocupaba de que Gona la viera como una buena para nada por lo que se sentó un rato con el periódico en manos y comenzó a leer...

Hasta que sus ojos se abrieron, sus cejas se levantaron e inconscientemente se acercó a leer bien.
Sí. Había encontrado el perfecto...

Se arregló, avisó a los padres de Gona y se fue.

Perdón Por Enamorarme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora