capítulo 29

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Gona salió de su trabajo, estaba agotado. Le habían puesto una clase de "castigo" por la reciente ausencia del puesto de trabajo.
Le pesaban los ojos, los párpados se le cerraban, y sus manos temblaban por la presión y actividad.

—Tendré que acostumbrarme... –habló mientras abría su auto y entraba.

Buscó dónde había dejado las llaves de su hogar, las buscaba por sus pantalones pero nada que aparecían... Abrió la guantera, se giró para buscar en los asientos traseros.
Se quedó mirando el volante y el medidor de velocidad.
El silencio abundaba en el estacionamiento, no era de extrañarse, pues era más de media noche.

Veía los espacios vacíos del estacionamiento. Su vista se fue recorriendo mirando todo lo disponible.
Sonaron unos toques a su izquierda, asustándolo, se sorprendió y miró con atención que se trataba de uno de sus compañeros. Se encontraba contento del otro lado del cristal, con uno de sus dedos tocando el mismo.

Gona se apresuró a bajar el vidrio para ver qué era lo que quería. Cuando terminó su compañero se apresuró.

—¡Hey, Gonzalo!, ¿vas a tu hogar? –se apoyó en el marco del vidrio.
—Pues... Sí, estoy un poco cansado. –admitió Gona, bajando la vista a su regazo.
—¿Qué tal si te invito unas bebidas?... ¿Aún así vas a tu hogar?
—Ahora no quiero ir, tal vez otro día. –suspiró.
—Mañana descansas, ¿o me equivoco?
—No, Mark, no te equivocas.

Gona con bastante pereza terminó por aceptar, siguió por atrás con su auto a su compañero Mark.
Mark era un hombre un poco más alto que la altura de Gona, con el pelo  rizado y castaño, unos ojos negros y de cuerpo normal: ni fuerte, ni gordo, ni delgado: normal. Utilizaba siempre unos lentes grandes cuadrados y tenía un mostacho (bigote).

( . . . )

Su hogar estaba bastante apartado del trabajo, le extrañó el por qué Mark estaba trabajando casi hasta el otro lado de la ciudad teniendo otras oportunidades.
Aunque no quería pensar en casi nada.
Llegaron a una gran casa de tres pisos, pintada de un azul marino hermoso: parecía recién pintada. Y con los marcos pintados de blanco, decorando muy extravagante. Gona se sorprendió al estacionar al otro lado de la calle y mirar con detenimiento mientras salía de su auto.

Llegaron a la entrada, Mark antes de abrir la puerta giró con Gona.

—Primera: no estaremos solos, está mi esposa. ¿De acuerdo?  Con cuidado, es muy asustadiza. No te recomiendo hablar para nada con ella.

«"Vaya suerte, tiene esposa, trabajo, una gran casa... Debe ser muy feliz."» pensó mientras asentía.

—¿A qué te refieres con asustadiza?
—Creo que no utilicé las palabras adecuadas: ella no es muy "abierta"... De hecho, es muy tímida e introvertida.

Pasaron, del pasillo hasta la sala que estaba decorada modernamente y muy ordenado. Había algunos pocos cuadros en las paredes, unos sillones preciosos de color café, con una tela muy suave cubriéndolos. Una mesa central de cristal, una pantalla de espalda a la entrada y paralela de los sillones.
La cocina estaba al fondo, con una desayunadera de madera. Y a la izquierda terminando el pasillo de la entrada: una escalera.
Un aroma de carne le inundó el olfato a Gona, haciendo que este respirar muy profundo casi saboreando aquel olor.

—¡Llegué! –gritó Mark, caminando directamente a la cocina.

Una mujer asomó, con una melena pelirroja, con unos guantes del horno en sus manos y portando un delantal.

—¡Bienvenido!, ¿cómo te ha ido hoy? –dijo sin percatarse de la presencia de Gona, caminando hacia Mark.
—Pues, ¡ah, casi lo olvido!... Él, es Gonzalo, un compañero de trabajo. –Mark tomó del brazo a su esposa, señalando a Gona.

Gona, un poco tímido, levantó una mano.

—Buenas. –saludó Gona, encogiéndose de hombros.
—Hola. –se extrañó la mujer.
—Lo he traído a beber un poco, ¿no molesta, cierto? –preguntó Mark.
—No, no. Claro que no, sientate como en tu casa. Yo soy Clara. ¿Tu nombre? –preguntó cortés.
—Gonzalo, soy Gonzalo.
—Pues... Gonzalo, ¿quieres un poco de espagueti con albóndigas? Estaba a punto de meterlas al refrigerador, las acababa de calentar para la cena: pero Mark llegó tarde.
—No, muchas gracias. Estoy bien, con permiso.

Gona caminó a la sala y se acomodó, esperando a Mark con las bebidas. Los sillones estaban realmente cómodos, los pensamientos de Gona al momento de verlos era cierto: se sentían muy bien.
Se acurrucó un poco y apoyó su cabeza atrás, cerrando los ojos. Parecía que finalmente podía descansar, o era lo que pensaba.
Abrió los ojos un momento y se encontró con unos lentes frente a el, encima. Gona se asustó y se levantó.

—Quieres... ¿Xibeca, Damm o una importada de México "Victoria"? –dijo Mark mientras se apartó de la cara de Gona.
—La que sea está bien. –sonrió Gona.

Esperó pero ahora con los ojos abiertos. Eso fue realmente incómodo, pero decidió no pensar nada raro antes de algo.
Miró atrás, donde la cocina y descubrió a Clara espiando detrás de una de las columnas de la cocina, que de inmediato cuando Gona la notó, ésta se fue.

«" ¿Tengo algo en el rostro?"» Gona toqueteó su cara, un poco avergonzado. Pues debía ser eso...

Mientras Gona seguía toqueteando su cara, Mark dio un golpe en la mesa con los envases de la cerveza.

—¡Vamos a beber! –gritó Mark eufórico.

Perdón Por Enamorarme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora