27.2-Somos un chiste malo

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Astrid odió ese sitio en cuanto puso un pie en él. Le daba igual que la gente vistiera con ropa colorida, que hubiera magia en cada rincón o que las tiendas expusieran artículos que no había visto en su vida. Odiaba ese lugar y las cosas raras que vendían. No quería una varita, un libro con hechizos o una lechuza.

Quería que todo volviera a ser como antes.

-No quiero estar aquí.-se quejó.

Su padre la miró. Tenía la misma cara de asco que ella.

-Pero tenemos que hacerlo.-suspiró, cansado. Tenía un par de canas en su pelo castaño y arrugas en la frente. Desde que le habían dado la noticia de que su hija era una bruja parecía haber envejecido diez años. Su padre se agachó para estar a su altura e intentó sonreír. Intentó, porque solo le salió una mueca.-Sé que no te gusta este sitio, a mí tampoco, pero nos avisaron de cuáles serían las consecuencias si no ibas.

Volverse loca. Explotar. Matar a alguien por accidente. Si, Astrid recordaba bien las consecuencias que la obligaban a asistir a ese colegio.

-Tu vida no girará en torno de esto. Todavía puedes estudiar medicina, tener una vida normal. Piensa en esto como en siete años de pausa.
Haremos las compras rápido y volveremos a casa en menos de dos horas ¿Trato?

Astrid asintió, se agarró de la mano de su padre para no perderse y ambos continuaron su paseo por el Callejón Diagón.

Su padre miraba con rechazo todo lo que había a su alrededor, así que Astrid hizo lo mismo. La magia había arruinado su familia. Si su padre la odiaba y la culpaba debía ser mala. Después de todo, sus padres no solían equivocarse. Cada vez que su hermano Isaac decidía desobedecer acababa metido en problemas, y Caleb, que siempre les hacía caso, era el primero de su clase.

-Una varita...-leyó su padre en voz alta. Había algo de diversión en su voz. Debía de sentirse como si estuviera en una de esas novelas de fantasía que tan poco le gustaban. O simplemente estaba teniendo un ataque de nervios. Astrid no estaba segura de cuál.

-¿También necesitaré una chistera?-preguntó Astrid sin emoción.

Su padre no sabía que responderle.
Caminaron por el callejón, buscando alguna tienda que vendiera varitas. Se detuvieron un momento en la de animales. Para sorpresa de ambos, no había conejos. Astrid se preguntó cómo iba a hacer el truco de sacar el sombrero de la chistera sin el animal.

No se detuvieron mucho. Astrid se aferró con fuerza a su padre, intentando no perderse entre la multitud.

-Si la magia es real... ¿eso significa que las historias de mitología que me contabas también son ciertas?-pensó Astrid en voz alta. Si los magos y las brujas eran reales y vivían en sociedades ocultas ¿Por qué no podía serlo también la mitología? Tal vez los dioses griegos vivían en Nueva York, o los nórdicos en Boston.

Su padre la miró como si eso fuera una idea inquietante.

-Creo que mi cerebro colapsaría si los mitos existieran.-dijo, más pálido que antes.

Astrid decidió dejar el tema.
Dieron un par de vueltas más, pero eran incapaces de encontrar una librería.

Al final su padre tuvo que preguntarle a un hombre que andaba por allí. El hombre le dió indicaciones amablemente, aunque su padre respondía con monosílabos y algo cortante. Mientras le explicaba su hija estaba tomando un helado de caramelo.

-¿Tú también empiezas este año?-le preguntó a Astrid.

-Por desgracia.

La niña ladeó la cabeza, confusa. En general, los niños estaban deseando entrar en Hogwarts.

Hogwarts es sinónimo de problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora