Erase una vez, en algún lugar de Francia, un mago que se ganaba la vida como florista.
Todos los días, nevara, lloviera o hiciese sol, atravesaba el camino que cruzaba el bosque para llegar a la ciudad. Pasaba el resto del día en la plaza, vendiendo las flores que cultivaba con tanto cariño. No sacaba mucho dinero para vivir, pero lo suficiente para tener algo que comer y seguir cuidando de sus plantas en el pequeño jardín de su diminuta casa.
Un día, mientras caminaba entre los árboles, asegurándose de no salirse del sendero, escuchó un grito. Dejó su carro en una esquina y salió a socorrer a quien pedía ayuda. Cuando llegó descubrió que se trataba de una mujer de piel tan pálida como la luna y cabello dorado como el trigo, con un largo vestido blanco, atrapada en unas cuerdas. Sus brazos, sin embargo, no eran los de una persona, sino un par de alas que terminaban en unas manos delicadas y uñas largas.
-Eres una veela.-la reconoció el florista, pero lo único que obtuvo a cambio fue un gruñido y una fría mirada.
-Observador.-respondió la veela. Su voz era suave y delicada, muy diferente a sus palabras.
El florista se agachó para ayudarla, sacando su varita, pero la veela se retorció, incómoda.
-No necesito ayuda de un humano. Uno de vosotros fue el que me metió aquí en primer lugar al querer cazarme mientras volaba.
-Tampoco veo que tengas otra opción.
La veela lo miró durante unos segundos antes de dejar de revolverse. El florista la liberó con un hechizo, pero lo único que consiguió como agradecimiento fue un melodioso chillido antes de que ella saliera volando, todavía herida.
Después de eso volvió al sendero, agarró su carro y siguió tirando de él hacia la ciudad, pensando que nunca la volvería a ver.
A la mañana siguiente, sin embargo, cuando atravesaba el mismo estrecho del bosque, la veela se presentó ante él, sentada sobre la copa de un árbol. El florista la miró durante unos segundos, esperando alguna palabra, pero lo único que obtuvo fue una larga mirada. Al darse cuenta de que ella no iba a decirle nada se giró hacia su carro, sacó una hermosa flor de color naranja y se la ofreció. Eso sirvió para que la veela bajara de su árbol, aunque lo miraba con desconfianza.
-Es un botón de azucena.-le dijo el florista.-Significa <<perdón>>. Has sido un poco ruda conmigo, pero lamento que uno de los míos te capturase.
La desconfianza no se fue de los ojos de la veela, pero aceptó la flor y voló de nuevo hacia la rama del árbol.
-Yo también quería pedirte perdón, debería haberte dado las gracias ayer. Para mi pueblo los modales son muy importantes.
-¿Te duele?-preguntó el florista, señalando sus piernas y brazos, pues tenía moratones ahí donde la cuerda había apretado con más fuerza.
-Estoy bien.-le quitó importancia la veela, distraída mientras jugaba con la azucena.
El florista asintió con la cabeza y continuó su camino.
Ella no apareció al día siguiente, ni tampoco después de este. Antes de darse cuenta había pasado un mes, pero no había vuelto a verla. Cuando pensaba que nunca más se encontrarían la veela apareció de nuevo en el sendero, esta vez colgada boca debajo de un árbol.
-Buenos días.-la saludó el florista.-Cuánto tiempo.
Ella no le devolvió el saludo.
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Hogwarts es sinónimo de problemas
Fiksi PenggemarTodo comenzó con una broma y, segundos más tarde, unas letras que decían <<Las señoras Delirio, Grim, Macabra y Mandrágora tienen el honor de presentarles su primera broma y advierten a los Merodeadores II de que ya no son los únicos bromistas...