Extra: Apartamento dulce apartamento, las aventuras de Fred y Astrid

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Terminar Hogwarts y entrar en la vida adulta había resultado ser un proceso de maduración para los grupos conocidos como los Merodeadores y las Merodeadoras. 

O, al menos, eso era lo que se suponía. 

Astrid y Fred no sentían ninguna diferencia a parte de que podían conducir, comprar alcohol y tenían que hacerse la comida y limpiar el baño por su cuenta. Uno habría pensado que Astrid limitaría el nivel de caótico de Fred; después de todo la merodeadora y ex – slytherin era una de las más serias y frías de su grupo. 

Pero no. 

Oh, Merlín, no.

El caos solo se había pronunciado. 

En primer lugar, Astrid no sabía cocinar. Sus conocimientos no iban más allá de saber hacerse una tortilla francesa (a la que a veces se olvidaba echarle sal), bocadillos fríos y precocinados de supermercado. Lo peor: le importaba muy poco su salud, por lo que no tenía intención de aprender. Después de una semana viendo a su compañera alimentarse de productos que acortarían su vida Fred decidió intervenir. Él no era un experto, pero al menos no quemaba el arroz al mismo tiempo que lo dejaba crudo, por lo que se hizo encargado de la cocina. 

A cambio, Astrid se ofreció a limpiar la cocina y fregar los platos. 

¿Qué era más fácil hacerlo con magia? Pues mira, sí, pero en Hogwarts enseñaban hechizos de limpieza básica y a Astrid le daba rabia que quedasen restos de suciedad incrustados en la cubertería (y directamente no enseñaban hechizos de cocina, lo cual les vendría muy bien en un momento así). 

En segundo lugar, estaba la convivencia de la vida mágica y la muggle. 

Ahora que Astrid volvía al mundo normal se negaba a seguir escribiendo trabajos con una pluma o comunicarse solo a base de cartas, por lo que se había traído un portátil. Y claro, con la llegada del portátil, vino el wifi.

-¡Ni siquiera sé que es eso! ¿Por qué tengo que pagarlo yo también? - se quejó Fred.

-Te enseñaré a usarlo. Me hace falta, no pienso escribir trabajos de quince páginas para mi clase de Historia de las Artes Oscuras a mano - se negó Astrid -. Además, ahora que tengo el móvil puedo volver a usar spotify y no pienso quedarme sin datos para escuchar música.

-¡No sé de que me estás hablando! ¡Usa la radio, como todo el mundo!

Al final, Astrid había conseguido el wifi, pero ahora Fred le pedía el portátil cada dos por tres para mirar vídeos de gatitos o sobre física, así que no estaba segura de haber ganado. 

Otra cosa que Astrid también había traído de su casa y que Fred no conocía era la Wii. Isaac pasaría el curso entero en Berlín, Caleb tenía piso propio desde hacía dos años y su padre se había pasado el Mario Galaxy hacía años (el único juego que le había interesado), por lo que se la había traído al apartamento. Astrid se había pasado tantos años sin tener noticias del mundo real que se había decepcionado mucho al enterarse de que la Wii estaba obsoleta. Al menos Isaac la había hackeado para poder jugar también a la DS en ella.

En tercer lugar, estaba el tema no ver a sus amigos y a su familia, o al menos no de la misma forma de antes. Astrid había aprendido pronto que Fred tendía a parlotear cuando se ponía nervioso y aunque no era un maníaco de la limpieza (en realidad, era demasiado vago como para que le importase demasiado) si le gustaba que las cosas tuvieran un sitio o que las especias estuvieran almacenadas por colores. Y Fred aprendió que Astrid tenía mucho menos control de las situaciones en su vida de lo que pensaban y que, después de los eventos del último curso, que las cosas, aunque fueran pequeñas, no salieran como planeaban hacía que entrase un poco en pánico. Cuando esto ocurría, Fred solía cocinar una comida que Astrid le gustaba para animarla (que resultaba ser que era cualquier cosa frita con patatas también fritas... Fred no estaba seguro de haber conocido nunca a la persona con la que estaba conviviendo). 

Hogwarts es sinónimo de problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora