Otabek es un alfa con un problema que no puede ignorar, una mordida que no debería estar ahí. Para resolver el problema tendrá que encontrar al omega que lo ocasionó, Yuri Plisetsky. Pero Yuri ha escapado y nadie conoce su paradero. Mientras lo b...
Bien... este es el último capítulo con algo de trama concerniente a la historia así que, he decidido que será el final. Pero por favor, lean el siguiente capítulo también antes de mandarme a matar. Lo que pediré de mis lectores en ese capítulo (que más adelante borraré) será algo que les va a alegrar y quiero hacerlo como un regalo para todos los que me han seguido en mi jornada con esta historia que siento ha sido muy especial para mi.
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Yuri se arrastró hasta el borde de la cama nido con extremo cuidado. Otabek dormía como tronco y no quería despertarlo ni por equivocación. La noche había sido salvaje y en esos momentos no podía lidiar con otra repetición.
No era solamente el que a Otabek le gustara duro y profundo, tampoco era que pudiera hacerlo varias veces seguidas. Luego de aquella primera vez y de la vergonzosa realidad de no haber durado ni diez minutos ninguno de los dos, Otabek se había relajado, perdiendo la desesperación que le había nublado los sentidos. Eso le había regresado el control sobre su cuerpo, logrando que cada vez durara más en cada sesión.
Apenas Yuri logró salir de la cama fue directo a la nevera y se pegó a la botella de agua. Sentía que estaba igual de deshidratado que un borracho. —Es un maldito vampiro... no... es un puto incubo. Sí, eso es.
Se llevó la botella de agua con él mientras buscaba algo para desayunar, tenía un hambre de los mil demonios y sabía que no era porque ya estuviera preñado... aunque no le quedaba duda de que lo estaba. Otabek había robado todas sus energías en una sola noche. Era fácil quedarse en la cama y dejar que el moreno lo tomara, pero cuando era a él a quien le tocaba hacer gran parte del trabajo... necesitaba las energías y pronto. Si posible antes que el otro despertara.
—Ahora entiendo por qué le gusta tanto la maldita tocineta —buscó en las gavetas de la nevera un paquete de tocineta cruda, de la gruesa y sacó una sartén para ponerla a freír. Buscó huevos y pan. Tal vez no sería el mejor desayuno del mundo, pero lo que realmente importaba era que le diera energía.
Un Otabek todo amorriñado apareció en la cocina y se sentó a la mesa a esperar que Yuri terminara. Le dio una mirada medio asustada, sin embargo, al notar las mordidas y marcas de amor que había dejado en el pecho del moreno no pudo evitar una sonrisa satisfecha. Sí, lo había mordido, pero había sido para provocarle placer y Otabek había respondido deliciosamente dejando escapar aquel sonido de dolor y excitación que tanto lo ponía.
Puso la cafetera a funcionar para prepararle una taza de café y luego se le acercó para robarle un beso que Otabek respondió entre gruñidos que apenas podía entender. —Buenos días, salvaje.
El moreno intentó ocultar un bostezo adormilado, pero sus brazos se aferraron a la cintura del omega. —¿Me estás preparando desayuno? Es la primera vez que me preparas el desayuno.
—Hoy cuidaré de ti como si fueras mi omega —le dio otro beso y le acarició el cabello revuelto. Otabek sonrió y le dio un beso en el vientre antes de dejarlo ir. Eso hizo que Yuri se sonrojara. Era como si el moreno le dijera buenos días al futuro bebé.