Otabek es un alfa con un problema que no puede ignorar, una mordida que no debería estar ahí. Para resolver el problema tendrá que encontrar al omega que lo ocasionó, Yuri Plisetsky. Pero Yuri ha escapado y nadie conoce su paradero. Mientras lo b...
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Yuri durmió poco y se levantó sin hambre. Tenía el estómago hecho nudos.
Aquel alfa, Victor Nikiforov, casi lo había marcado en un instante. Su cabeza le daba vueltas al asunto sin entender. Necesitaba buscar información al respecto y lo mejor sería ir a un lugar con acceso al internet. En su mente agradeció que Otabek hubiera pensado sacar un móvil para él, así como también agradeció la tarjeta que le permitiría no depender de sus padres.
—Que me joda un caballo, voy a deberle el puto trasero cuando todo esto termine.
Se preparó para salir y recordó que tendría que enviarle su nuevo número al viejo Nikiforov si quería que lo contactara. Pero primero la información.
Terminó después de la hora del almuerzo en una tienda de hamburguesas, con una batida de fresas tamaño doble.
Nunca se había interesado mucho por estudiar las técnicas de los alfa, pero ahora que había visto la cantidad de tretas que podían usar le resultaba de mucha ayuda. Víctor Nikiforov era un alfa fuerte, o eso decía la información, pero su forma de conquistar no era la intimidación como la mayoría de los alfa.
Claro que no iba a tomarse toda la información muy a pecho, igual que las revistas de chismes de los humanos, solo tenían un por ciento de verdad. Prefería ver por sí mismo, aunque eso pareciera un atrevimiento.
Sacó el móvil y marcó al número directo de Víctor.
—Buenos días, Nikiforov al habla, ¿con quién tengo el placer? —escuchó que respondían del otro lado.
—Yuri Plisetsky. Solo quería que tuvieras el número.
—Qué coincidencia. Estaba pensando en un buen lugar para que hablemos de negocios. ¿Te sentirías más a gusto si eliges?
—Me gustan los lugares caros, pero llevo dos años lejos de todo, así que tú elige. Ven a buscarme a las siete —y le cortó la llamada, dejando el móvil sobre la mesa.
Si iba a hacer negocios con aquel nombre sería bajo sus términos y ningún otro. Así mismo, tampoco iba a caer en su truco de alfa otra vez. Dejó escapar un resoplido de desprecio. Comparados con Jean, los alfa que conocía eran basura. Ninguno de ellos lo trataría como el humano lo había tratado... a excepción de Otabek.
Otra vez estaba pensando en él. Si se hubiera casado con él no habría conocido el mundo de los humanos, pero tal vez no hubiera tenido necesidad. Por unos instantes se imaginó cómo habría sido la boda con los padres del moreno allí. La madre de Otabek apenas lo había visto una vez y ya lo trataba mejor que su propia madre. Se preguntó cómo sería el padre del moreno. No podía ser un ogro si su esposa era de aquella manera. Sonrió sin querer. Seguramente el hijo se parecía al padre, serio y amable.
Se pegó varias veces en las mejillas. —Eres un imbécil —Otabek no iba a aceptarlo, mucho menos ahora que tenía a Jean. O sea, Otabek era perfecto y Jean estaba enamorado de él. ¿Qué demonios tenía él que ver entre ambos? Nada. Había sido el mejor amigo de Jean y la había cagado.
