Dilemas

15 3 0
                                    

Qué bello era soñar, con un mundo donde todo fuera perfecto. Lástima que en un mundo así, soñar no valdría la pena. Entonces, ¿estaba bien que este mundo fuera una distopía? ¿Estaba bien que las cosas estuvieran mal para desear que estuvieran mejor? ¿Qué era peor, no tener nada que desear y vivir una vida vacía, o sufrir siempre el presente con el pensamiento de que va a mejorar?

Aren había estado teniendo un debate mental mientras abordaba el tren que lo dejaría en Saint Burn City. En otra ocasión lo hubiera evitado, odiaba pensar en estas cosas. Pero desde lo que pasó con Alba... Desde entonces Aren no había estado siendo él mismo.

No quería saber nada de Frederick, ni de Winona o los demás perros, ni siquiera del negocio de la pandilla. Simplemente quería que todos desaparecieran, y morir. Pero eso no solucionaría nada. Entonces, dormir. Pero tampoco sería una solución. Aren no sabía qué hacer, y por eso se estaba alejando. Para rehacer su vida, o hacer una nueva.

"No sé- pensó-. Solo quiero descansar".

Agotado de estar agotado, cerró sus ojos y se quedó dormido en medio del transporte.

...

Se despertó por el movimiento brusco de una señora que chocó con él cuando el tren frenó. Tenía tan pocas pulgas que casi la mataó a la mujer, por imprudente. Y cuando intentó prestar atención para ver si ya estaba cerca, se encontró con una zona totalmente desconocida.

Al parecer, se había pasado. 

"No importa- sopesó con todavía más sueño-. De todas formas no soy exigente. Es solo un lugar donde estar, y nada más".

Tomó su mochila, su único equipaje, y se marchó del tren. Antes de buscar un hotel barato donde hospedarse, prefirió explorar un poco la ciudad. No tenía mucho que ofrecer, un centro pequeño, algún que otro café elegante, y sobretodo, muchos niños viviendo en la calle.

-Vaya pueblito con el que di- reflexionó con indiferencia.

Tras decir eso, volvieron las ganas de llorar. Pero las contuvo. Debía ser fuerte. Debía ser más fuerte.

Se metió en un hotel de una estrella que se veía lo suficientemente vacío como para evitar que algún turista emocionado se acercara.

-Hola- saludó con cara de pocos amigos el dueño del hotel-, ¿le ofrezco una habitación, o se va a quedar a mirar?

-Deme la más barata- respondió en un tono mucho más oscuro que el del dueño. Pagó por la habitación y tomó la llave sin mirar al dueño. No quería problemas, solo quería dormir.

La habitación tenía un baño sucio, una cama desarmada, un ventilador de techo que posiblemente no funcionaba, y una vista bastante bonita a la calle.

Sin revisar la cama, ni tomar medida alguna de higiene, se lanzó a la suavidad que esta ofrecía. Quedó dormido al instante. Soñó con ella. La volvió a ver. Sin embargo, no fue un sueño lindo.

Fue una pesadilla.

"Todo es tu culpa- palabras dichas por el fantasma de Alba que le rompieron aún más el corazón-. Tú eres el principal causante- fue lo único que recordó del sueño".

La ansiedad que corría por sus venas era mucha. Demasiada. Salió a correr un rato. Corrió hasta un parque solitario sin mucho que destacar. Solo árboles con muchas raíces, algunos monumentos, y una calesita. 

Aren se distrajo viendo a la feliz calesita moverse, lo cual provocó que se tropezara con la raíz de un árbol. Cayó de cara, con los brazos hacia adelante al piso. Normalmente, si hubiera estado con Frederick se hubieran reído un rato, pero ni estaba con Frederick, ni estaba de humor. Por el contrario, sintió una ira creciente en dentro de sí.

Se levantó, tenía la cara roja con algunos raspones. Sin motivo alguno, comenzó a golpear al árbol, como fuese su culpa. Sus nudillos estaban a punto de sangrar, pero no quería parar. No sabía por qué. Solo...

-Disculpe, señor- llamó una niña muy tímidamente.

Aren dejó de golpear al inocente árbol y centró su atención en la joven. Parecía una niña de seis o siete años de edad, piel morena. Pelo y ojos negros. La ropa que llevaba puesta estaba sucia y tenía solo una zapatilla. En su mirada se hallaba una necesidad de amor que a Aren le impactó. Debía de ser una de los muchos niños viviendo en las calles.

-Señor- repitió con los ojitos llorosos-, ¿no me podría dar algo para comer, señor?- el hecho de que esa pregunta hubiera salido de sus labios hizo que se pusiera a llorar-. Por favor, señor, por favor...

"Esta podría ser una oportunidad para empezar de cero- concluyó-. Bien, menos mal que traje la billetera- se agachó para estar a la altura de la niña, luego, le sonrió".

-Pequeña- le palmeó con suavidad la cabeza-, ¡vayamos a una cafetería! ¡Yo también tengo hambre!

La pequeña niña se contagió de la felicidad de Aren y, tras agradecerle mucho, fueron a la cafetería más linda que Aren vio en la ciudad.

Su primer pensamiento fue que la sociedad era un asco. Al entrar, todos los sentados hicieron diversos gestos de repulsión y desagrado al ver a la niña (y eso que Aren sí estaba bien vestido, o al menos eso creía). Es más, hasta un empleado con bastante peso se les acercó, bloqueándoles el paso.

-Emm...- se aclaró la garganta-, disculpe... "señor", pero no...

El empleado se calló al ver la expresión psicótica en el rostro de Aren. Si podía intimidar a pandilleros rivales, seguramente podría con empleados mal pagados también.

-Creo que no será necesario que lo digas, gordo. Ahora, consíguenos una linda mesa para sentarnos, y con unas cartas de menú limpias. No tienes ni idea de cómo me molesta cuando me dan cartas feas. Y no te gustaría verme molesto, ¿verdad, gordo?- se le acercó bastante. El tipo parecía ciertamente intimidado.

-...Sí, señor. Por favor pase...

Aren y la niña, maravillada, avanzaron y se sentaron en una mesa. Mientras esperaban que el mesero les trajera los menúes, se distrajeron mirando por la ventana los autos pasar.

-Sabes, niña, a veces pienso que la vida es un dilema. Un dilema terrible y trágico...

-¿Qué es un dilema?- preguntó con inocencia.  

-Bueno... pues... un dilema es cuando...- no encontraba palabras para explicarle a una niña pequeña qué era algo tan abstracto-. Bah, olvídalo. ¿Cómo dijiste que te llamabas?

-Me llamo Zinnia, señor.

-Oh, como la flor. Es un bonito nombre- una sonrisa triste-. Yo conocía a alguien a quien le gustaban mucho las flores.

"Era muy hermosa".

AlexeiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora