Maxwell: Día cero

6 1 0
                                    

-¡Por fin!- cantó Maxwell mientras se preparaba física y mentalmente.

Desde que se había unido a Los Dragones de Berlín que estaba esperando su oportunidad de oro.

Habían pasado tres largos años desde que accedió a unirse a la pandilla, a sus quince años de edad.

Quería ser el nuevo rey de la pandilla para establecer tantos cambios que debían suceder.

El Gran Jefe habrá traído mucha seguridad con algunos tratados, y habrá elevado a Los Dragones de Berlín a un nuevo nivel. Pero definitivamente hacía las cosas mal.

La única razón por la que pretendía admirarlo al Gran Jefe era para ganar más su confianza. Se acercó a Frederick por primera vez con el mismo objetivo. Lástima que su mera presencia le haya causado desagrado.

Y ni hablar del reaparecido Aren. Frederick les había dicho a todos que estuvo en una misión. Pero Max no se lo creía ni un poco. Algo le sonaba muy sospechoso. Como si hubiera algo que no encajara. Algunas piezas no cerraban.

"Para empezar, a Frederick no se lo vio igual tras el robo al banco de hace unos meses- recordó mientras se duchaba para eliminar el sudor del entrenamiento-. Apenas nos enteramos del golpe y Aren deja de aparecer misteriosamente. También me llegaron los rumores de que su novia había muerto allí. No sería nada extraño pensar que tal vez no quisiera seguir en la pandilla tras eso. Pero entonces, ¿por qué volver?".

Tantas preguntas podían resultar beneficiosas para una buena ducha, pero esto era demasiado. Ya le preguntaría a algunos de sus hombres otro día.

De momento solo tenía ganas de una cena sencilla e ir a dormir.

"A veces me pregunto... cómo llegué a este infierno al que llamo hogar...- quedó dormido, con las manos haciendo de almohadas en su oscura y fría cama".

-Pues si tantas ganas tienes de que me vaya me iré, ¡viejo maldito!- escupió a su padre en el calor de la discusión. Estaba a nada de lanzársele encima para hacerle pagar por todas las atrocidades que dijo de él.

Con su madre fallecida a mediados de sus trece años de edad, Maxwell Paints tuvo que mudarse del país a vivir con su padre, el único ser vivo que "podía" cuidarlo para que no acabara en manos del gobierno. No era lo que Max quería, pero nadie nunca le dio a elegir.

En un comienzo, los primeros meses, su padre mostraba ser un hombre tranquilo, algo misterioso, pero sin dejar de ser una persona con la que se podía pasar un buen rato. El problema llegó cuando él se cansó de mostrar esa fachada y comenzó a actuar honestamente.

Esta vez la discusión había llegado demasiado lejos. Él lo había echado de la casa. Y, aunque Maxwell sabía que su padre solo estaba enojado, decidió hacerle caso y desaparecer sin dejar rastro alguno.

Ahora le tocaba vivir en la calle, y despedirse para siempre de sus amistades.

Buscó un lugar cerrado para pasar la noche. Por suerte aún faltaba bastante para el atardecer, pero no por eso podía darse el lujo de buscar con calma.

Tras una tarde llena de tensión nerviosa, el joven adolescente encontró una suerte de refugio cerca de una florería. Más tarde pensaría si usurpar o no alguna casa abandonada, pensamiento que le llenaba el corazón de miedo.

Le entraban ganas de llorar cuando imaginaba qué hubiera pensado su madre de él al verlo en esta condición.

Había pasado medio año desde que comenzó a vivir en la calle y su cuerpo se lo hacía notar. Estaba más débil que antes. Había perdido peso, y estaba sucio. Lo mismo pasaba con su ropa. Pocas eran las ocasiones en las que podía lavarla.

Su único deseo era volver a probar una rica comida caliente, y una buena cama.

En lo más hondo de su cabeza le retumbaba la tentación de volver con su padre. Pero eso era algo que estaba terminantemente prohibido por el propio Maxwell.

Sin embargo, las cosas cambiaron un día a comienzos de la primavera, cuando pasó por una pequeña tienda familiar dirigida por un señor de pelo blanco.

Cosas del destino o mera casualidad, pero cuando entró a comprar comida con un billete que consiguió. El señor, ni apático ni simpático, le cobró al joven Maxwell. Este estaba por irse cuando vio un cartel que rezaba: "SE BUSCA: EMPLEADO".

Esperó a que el señor saliera de la tienda para hablar con él. Probablemente lo rechazaría por su aspecto, pero debía intentarlo.

Curiosamente, él lo aceptó, y lo tomó como aprendiz.

-Yo también pasé por una situación similar a tu edad- le dijo aquel hombre a Max.

Pasó un buen y sano periodo de un año trabajando ahí, a cambio de comida, baño, y un techo. Sentía un apego muy grande por el señor que lo sacó de la calle. Pero un día las cosas cambiaron.

Un par de matones de una pandilla llamada "Los Dragones de Berlín" amenazaron al señor de pelo blanco mientras estaba de turno. Maxwell sabía que no debía intervenir, pero tenía tantas ganas...

Ignorando las órdenes de su empleador, persiguió a los dos matones hasta llegar a la base. Arremetió contra uno dejándolo inconsciente y cuando estaba por atacar al otro apareció un tal "Gran Jefe", el líder de la pandilla.

-¿Te nos unes?- preguntó él imperativamente.

"Maldición. Ese tipo es jodidamente corpulento. No creo que salga bien parado si digo que no. Muy bien, ya armaré un plan para salir de esta y volver con el viejo".

Desde ese día no volvió a ver al señor de pelo blanco. En su honor, tiñó un mechón de su cabello de color blanco.

Habrá hecho cosas que no le gustaban. Cosas malas. Pero todo era con el fin de terminar con el reinado del Gran Jefe y desaparecer. Tampoco era la solución que alguien como Frederick o Aren tomaran el poder. Serían más de lo mismo.

Solo Maxwell podía ser el indicado para terminar con lo que él mismo empezó.

"Algún día, viejo- se levantó de la cama-. Algún día volveré a verte, y eso será cuando pueda compensarte lo genial que has sido conmigo. Voy a salir de este infierno victorioso. Te lo prometo".

AlexeiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora