Aren regresó a su oficina en la guarida. Exigió que nadie entrara. Quería estar solo. Solo. Solo. Solo.
Como debió estarlo siempre. Tuvo que controlarse mucho para no matar con sus propias manos a los perros que le arrebataron a su ángel.
Le pegó un golpe a la pared, dejándola abollada. Su mano sangró. No le importó.
Volvió a golpear, hasta que ya no pudo más. Entonces, siguió con la otra mano.
No podía reprimir toda la ira y la tristeza, estaba conteniéndose.
No le importó nada.
Ni que estuvieran los demás del otro lado de la puerta, también lamentándose.
Gritó.
Como nunca antes había gritado. Ella era su ángel, su diosa, su todo. No podía creer que realmente hubiera pasado. Si siempre la había protegido, ¿cómo se le pudo escapar un detalle como ese? Advertirle que no se acerque demasiado a los perros...
¿Cómo se debía haber sentido mientras todos los perros se le abalanzaban encima, sin poder defenderse ante quienes consideró como amigos? La desesperación...
Volvió a gritar.
Pudo dejar de gritar tres horas después, cuando ya todos se habían ido. Cuando el sol ya estaba saliendo. Sus ojos se habían secado por tanto llorar. Sus manos estaban rojas y sangraban. Las paredes abolladas. Los otros de la pandilla intentando dormir en sus hogares. Los perros encerrados, castigados. Alba... muerta.
Aren miró la única foto que tenía en su escritorio. Un portarretratos. Salían ellos dos tomados de la mano en la playa.
Un ataque de ira hizo que lo lanzara contra una estantería llena de libros. El vidrio se partió.
Puso las manos en las sienes.
-¿Cómo empezó... todo?- la imagen del portarretratos no desaparecía de su cabeza.
En cuanto se dio cuenta de lo que hizo, se levantó bruscamente. Tomó el portarretratos. El vidrio estaba roto.
Y sin poder evitarlo, comenzó a recordar...
Aren escapaba de una persecución con la pandilla, en ese entonces solo había pocos miembros. Escapaban de otra pandilla a la cual le robaron una pertenencia bastante preciada por el jefe.
Todos y cada uno de los miembros de las dos pandillas rivales disparaban sus armas como si no hubiese un mañana. Corrían y disparaban a la vez. Hasta que Los Dragones de Berlín encontraron un perfecto escenario en el cual cubrirse.
La pandilla enemiga se vio forzada a ponerse a cubierto, pues no deseaban perder la batalla.
Y así sin más, comenzó un tiroteo. Sin policías deambulando por la zona. Aren se había encargado de todo. Cada detalle lo tenía cubierto. Sin embargo, se le escapó algo.
En medio del tiroteo, vio a una jovencita de apariencia frágil, nerviosa. No sabía para dónde ir, así que se había quedado en donde estaba, tiesa.
-Frederick espera- gritó a su compañero, quien se encontraba al lado-. Ahí en el medio hay una joven.
-¿Y?- preguntó como si se tratara de algo insignificante, como una hoja de papel-. No la conocemos.
-No puedo dejarla ahí, que muera por mi culpa. No puedo, lanza la bengala.
De mala gana, Frederick aceptó. Preparó la bala y disparó al cielo. La bengala en estos casos servía para pedir una tregua en casos de tiroteo o conflicto.
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Alexei
Teen FictionLa vida de Alexei no fue muy plena, ni muy alegre. Con una depresión severa desde la trágica muerte de su hermana de pequeño, Alexei vivió prácticamente toda su vida en una burbuja, en la que solamente se comunicaba con su hermano mayor, Frederick. ...