Forzoso.

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Estaban frente a la elfa. Ella, asustada. La voz del elfo nunca antes había sonado tan fuerte para ella. Tan despectivo, tan ¿dolorosa?

Agarrando sus frágiles y pequeños brazos, Ezarel la miraba con odio.

—¿Por qué has tenido que intervenir? Estaba a punto de decirle lo que siento por él.—

—No sientes nada por él...— Desvió la mirada. Pero rápidamente volvió a mirarle a los ojos.—Alguien metió una de esas pastillas en tu bebida y justo Nevra...—

El aflojó su amarre, se quedó pensativo. Mirándola, incluso se fijó que sus manos habían dejado una marca roja en los brazos de la joven.

—Mierda...—Susurró. —¿Enserio? ¿Me gusta Nevra porque alguien decidió jugar con lo que no debía?—

—En resumen... Si.—

—Mierda, mierda...—

—No te preocupes, no creo que realmente se lo haya tomado enserio.—

—La próxima vez que me veas con él, haz lo que sea, me oyes, ¡lo que sea! Para evitar que hable con él.—

—La última vez que lo intenté acabe en el suelo...—

—Me encerraré en mi cuarto. Que nadie me moleste.—

Al día siguiente, los efectos de la pastilla que había tomado la elfa ya habían pasado. Ya podía ver a Leiftan y no ser un manojo de niervos.

Dio un salto cuando escuchó una voz familiar gritar desesperadamente.

—¡NOOO! No puede ser. No están.—

Rápidamente fue hacia donde provenía la voz. Una desesperada Halane comenzaba a rebuscar por todos lados del C.G.

—¿Por qué gritas así?—

—Ran. No están... se las han llevado.—

—¿El qué?—

—La pastilla del amor.—

—¿De verdad?—

—¿Crees que mentiría sobre algo tan serio? Mi cuarto está cerrado con llave, es imposible que alguien pudiera entrar.—

—Bueno, seguro que encuentras otra forma de conquistar al jefe.—

—Claro que la encontraré.—

Como si de algo urgente se tratara. Halane se marchó precipitadamente. Dando sus últimos pasos frente a la puerta de Ezarel.

—Seas quien seas, vete.—Respondió el elfo tras escuchar como llamaban a su puerta.

—Tengo que hablar contigo, urgentemente.—

El elfo, dudó durante unos segundos pero acabó por abrir la puerta. Una vez que la abrió, los ojos de Halane, brillaron intensamente. Ezarel la miró esperando que hablara. Pero, más que hablar se encontró en una situación muy distinta.

Como si de un rayo se trataran, Halane se abalanzó sobre el elfo. Perdiendo ambos el equilibrio. En el suelo, ambos forcejeaban, una para intentar sobarle, otro para intentar alejarla.

—¡Socorro! Me intenta violar.—

—Cállate, maldito elfo. Solo te voy ayudar a que se pase el efecto de esa pastilla.— Le tapó la boca con la mano.

Pero Ezarel por acto reflejo la mordió. La pobre Halane dio un grito de puro dolor.

Repetidamente, el elfo pidió ayuda. Deseaba que cualquiera pasase a su rescate. Pero desgraciadamente, no era así.

Milagrosamente, después de varios minutos, y con sus ropas rotas por el forcejeo. Logró apartar a Halane. Esta, hizo una mueca de fastidio.

—Yo... Yo solo quiero ayudarte. —Repitió nuevamente.

Ran apareció, viendo aquellos dos. Halane, aun en el suelo sentada, y Ezarel en una esquina de su cuarto semidesnudo.

—¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?—

—¡Esta loca ha intentado violarme!—Señalo hacia su agresora.

—¿Cómo?— Parpadeó repetidamente mirando incrédula la escena.

Halane se levantó, se sacudió sus ropas y como si no hubiera pasado nada se colocó al lado de la elfa.

—Algo hay que hacer, ¿no?— Se cruzó de brazos mirando a Ran.

—¿Hacer?—

—Sigue enamorado de Nevra.—

—¿Cómo lo sabes?—

—Por qué me apartó.—

—¡Eso no tiene nada vez, maldita psicópata!— Gritó Ezarel.

—Halane, solo podemos esperar a que se le pase el efecto. Aún le queda...—

Indignada salió por la puerta, ya sea porque no consiguió acercarse al elfo de la forma que ella quería, o porque su plan para enamorarlo había sido un fracaso total.

Los ojos de la elfa miraron el cuerpo de Ezarel. Intentando aguantar una risa.

—¿Qué miras?—

—Nada. Solo que parece que una manada de Rawist ha pasado por encima de ti.—

—Idiota...—

Ran dejo a solas al elfo para que se cambiara. Pero mientras estaba en el pasillo, vio algo con sus ojos que hizo que se quedara quieta. Asombrada no daba a crédito a lo que veía.

Del odio al amor... y viceversaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora