Capítulo 17

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–¿Cómo que las puertas no se cierran?– Newt se levantó preocupado de la cama por primera vez en dos días y se acercó a Fritanga.

–¡Las fucas puertas, tío! ¡Ya se deberían de haber cerrado! ¡Y siguen abiertas!

–Calmate, Fritanga. Bajemos al Claro.

Los chicos salieron por los pasillos a toda prisa encabezados por Fritanga, pero en cuanto pasaron por delante de el cuarto de Alby, la puerta se abrió de golpe y Alby salió hecho una furia y agarró a Thomas por la camisa haciéndole retroceder hasta la pared.

–Es todo culpa tuya.

–¿Qué?

–¡Alby, sueltale!– Dijo Minho  separándoles.

–¡Es culpa suya! Por su culpa están a punto de venir.

–¿De quién hablas?

–Ya vienen... y se llevan a uno por noche.

–Para mi que no ha salido del Cambio.

–Cállate, Minho.

–¡Newt! ¡Te necesitan en el Claro!

–Maldita sea...– Masculló y salieron corriendo.

En el Claro todo el mundo estaba nervioso mirando a las puertas, con antorchas y lanzas preparadas para lo que fuera.

–¡Chicos!– Dijo Jeff acercándose a ellos.– Tenemos problemas. Bastantes problemas.

–¿Y ahora que?

–Laceradores. Les hemos oído acercarse.

–¡Tom!– Gritó Teresa acercándose.– ¡Lo he encontrado! ¡Ya sé qué pasa con los mapas!

–No es buen momento, Teresa. Las puertas no se cierran.

–¿Que?– Dijo asustada.

–¿Has visto a Chuck?

–Estaba conmigo en la sala de mapas.

–Ve a por él.– Le dijo Newt.– Llévalo a la Hacienda lo más rápido que puedas.

–Voy.– Teresa se marchó corriendo.

–¡Todo el mundo a la Hacienda!– Gritó Newt y todos fueron corriendo.

Todos entraron en la Hacienda uno a uno con las armas y apagando todas las luces para no llamar la atención.

–¿Están todos?– Preguntó Thomas, que era el último en entrar.

–Si. Espero que funcione.– Dijo Newt muy serio sacando su machete.– Vamos, entra.

Todos los Clarianos se repartieron por las habitaciones, se agacharon, se escondieron y se alejaron de las ventanas en absoluto silencio. Newt había ido a su cuarto junto con Thomas, Minho y mucha gente más. Nunca había habido tanta gente allí, pero no había más remedio.

No sabían cuanto tiempo tardarían los laceradores en llegar, pero desde luego no fueron un par de minutos. Pasaron horas despiertos y muchos de ellos muertos de miedo por lo que podría pasar aquella noche. Algunos lograron pegar una cabezada y otros simplemente no podían ni cerrar los ojos. Thomas estaba preocupado por Chuck y Teresa, así que decidió hablar con ella.

Teresa.– Susurró en su mente.– ¿Estás ahí?

Si. ¿Estáis todos bien?

Si. ¿Y tú? ¿Estás con Chuck?

Si, no te preocupes, está conmigo.

Vale, gracias.– Hizo una pausa.– ¿No duermes?

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