Prólogo

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—¿Puedes mirarme a los ojos?—Le pedía, o más bien, suplicaba con la voz rota. —Vamos, sólo... sólo dime que lo que ella dijo, es una maldita mentira—Estaba al borde de romperme.

Ella me miro con desdén, con asco tal vez, sin una pizca de culpa en sus ojos, sin una pizca del cariño que me había dicho alguna vez que me tenía, disfrutaba todo esto, estaba segura que disfrutaba más que nada verme así... rota.

—Créeme, él te lo diría, pero sería una mentira, igual que todas las veces que te dijo que te quería—Él no había dicho palabra y al notarlo ella es quien vuelve a hablar.

—¿Me usaste?—No pude evitar preguntar, aunque a este punto, creo que la respuesta era más que obvia.

—¿En serio quieres saber?—pregunto sin mirarme a los ojos.

—Más que eso, necesito saber—Declare

—Sólo... —cerro sus ojos con fuerza —Vete Madisson—pidió en un tono demasiado Frío, un tono que jamás había usado para dirigirse a mi.
No podía perderlo, no quería, no ahora, no podía ser metira, nada de lo que viví a su lado, las sonrisas, las risas, las caricias, las discusiones... me negaba a aceptarlo.

Enlace mi manos alrededor de su cuello y lo acerque a mi.
Sus ojos, esos celestes que volvieron mi mundo un caos, esos mismos ojos que jamás pudieron mentirme, sus ojos me miraban como siempre lo habían hecho, como si yo fuera lo más preciado, como si fuera de papel y temiera romperme, con ese simple gesto, con su mirada, me anime estampar mis labios contra los suyos, sin importarne una mierda que ahora estuviera con ella, parecía contenerse, hasta que me respondió el beso y sentí por un momento que todo era igual que antes, pero no era así, para nada sería de esa manera.

que no es verdad, que tú... que tú me quieres Dylan—Cerro los ojos con fuerza para después abrirlos de golpe, aún mi frente junto a la suya.—Tú e incluso esa perra pueden mentirme lo que quieran, pero, yo sé, tus ojos me dicen que me quieres—las lágrimas me nublan la vista, le pido al cielo que yo tenga razón.

Suelta el aire que contenía.

—No te equivoques.... Madisson, no te quiero, nunca lo hice—Me apartó de él con algo de brusquedad.

—¿Quién podría quererte a ti?

Lágrimas salían de mis ojos, una a una, el peso del mundo cae sobre mi.
Que estúpida fui, ¿Cierto?

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