Capítulo 7

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Recuerdo a la perfección como sentía que ese fin semana se había ido más rápido que agua entre mis manos; en un abrir y cerrae de ojos estaba sentada esperando a que el semáforo se pusiera en verde para poder llegar al instituto, con Edgar, el cho...

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Recuerdo a la perfección como sentía que ese fin semana se había ido más rápido que agua entre mis manos; en un abrir y cerrae de ojos estaba sentada esperando a que el semáforo se pusiera en verde para poder llegar al instituto, con Edgar, el chofer, a lado mío.

—. Tengo que confesarte que me sorprende que tu novio no pasará por ti como es su costumbre—rodaba los ojos y desviaba mi mirada hacia la ventana.

—. El silencio se sentía tan genial—me quejaba.

Era algo estresante-agobiante, la forma en la que Edgard solía tomarse atribuciones que claramente, en nada le correspondían.

Se le había escapado una risa y negó.

—. Terminaron —asumió, no pude evitar soltar una carcajada—. Te diste cuenta que era un niñato—reía.

—. El único niñato, eres tú—me encogí de hombros—. Solo tú hablarías mal de una persona, por, claramente, envidia—soné exactamente como quería, como la perra que era.

Me digné a mirarlo, entonces en un movimiento ágil de su parte logró plantar sus labios en los míos, me alejé de él en cuanto sentí su contacto.

—. Bien ¿lo disfrutaste?—tomé aire—. Estacionate—no hubo replica, había hecho exactamente lo que le pedí.

Quité mi cinturón.

—. Es mi turno— me había cruzado a su lado y comencé a besarlo, estaba encima de él, sus manos se movían en mi trasero ppr debajo de mi falda, lo mordí hasta que su labio sangró, así, sonreía; cuando volví a mi puesto, solo pedí que encendiera el auto y continuara el camino.

—. Está es la última vez que vuelves a meter tu nariz donde no te llaman, lo que sea que pase en tu cabeza que tenga que ver con que yo vuelva a poner mis ojos en ti—reí—. La olvidarás ahora mismo, se terminó la chica paciente, vuelve a hacer un solo comentario, una sola cosa y estarás sin empleo antes de lo que puedo chasquear los dedos, claro, me dará mucha pena con tu padre, un hombre dedicado que siempre se mantuvo en lo suyo, pero me dará más pena ir con papá y exolicarle todo ¿se entiende?—me miraba por el espejo.

Edgar avanzó en silencio lo que resto del camino y lo agradecí inmensamente.

Cuando estacionó tomé mi mochila y sin siquiera voltear a verlo abrí la puerta, tiro de mi muñeca haciendo que me volviera hacia él, todavía en mi mente está esa mirada.

—. Nadie te va a dar lo que yo—una risa carente de humor me asaltó.

—No necesito que nadie me de absolutamente nada—abrió la boca para continuar.

—. Pensé que lo nuestro podría funcionar en verdad, me gustaba pasarla bien contigo, me gustaba como era, besarnos en el jardín, tocarte...—hice un gesto desdeñoso con la mano.

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