Capítulo 10

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—. No me gusta hablar de mi, mejor, cuéntame más de ti—trataba de lucir relajado cuando hablaba pero, yo lo miraba tenso de alguna manera, no entendía el porqué, aunque una parte de mi cabeza me gritaba que no lo presionará, no era su deber contarme su vida si no quería.

—. ¿Quieres ir al parque de diversiones o algo así?—preguntaba sacándome de mis pensamientos, pestañee varias veces y posaba de nuevo mi atención en él.

—. Me gustaría, si—una leve sonrisa apareció en su rostro y se ponía de pie.

Tiraba de mi para que imitará su movimiento y sin más avanzábamos en dirección al estacionamiento.

—. Deje mi auto por aquí—decía.

Era alto, era bastante alto en realidad, y yo, bueno siempre fui pequeña, pero a su lado parecía que lo era aún más.

—. Creo que te veo allá—me encogía de hombros y caminaba hacia mi auto sin esperar respuesta de su parte en realidad.

Él fue el primero en salir del lugar y le seguía con una distancia prudente; encendía la radio tratando de no sentir más esa sensación extraña que parecía que en cualquier momento se tragaría a mi estómago si quisiera.

Treinta minutos después estaba allí, saliendo del auto mientras lo buscaba con la mirada sin éxito alguno; en automático mi entrecejo se fruncía, era algo frecuente en mi.

Había hecho un puchero por el frío que empezaba a invadir mi cuerpo.

Una ráfaga de viento me había hecho entre cerrar los ojos y un escalofrío me recorrió entera.

Cuando la vaga idea de que tal vez ni siquiera se encontraba ahí llegaba a mi mente, logre sentir a alguien detrás mío, di un paso hacia adelante antes de girar para encararlo.

—. Vuelves a asustarme de esa manera y juro que me voy—traté de sonar amenzante aunque casi puedo asegurar que no lo logre.

—. Entonces vete—rodaba los ojos al cielo.

—. No me marche porque hay una cosa que se llama educación—me miraba divertido y tuve que arreglarmelas para no darle un manotazo.

—. Como digas, cielo—comenzaba a caminar hacia el parque con él siguiendome a unos pasos de distancia.

Miré al cielo y este se había nublado de un momento a otro, me abracé y me dije que, ahora traer un suéter no parecía tan mala idea como había pensado al inicio.

—. ¿Estas molesta?—preguntó entre risas, en realidad no, no estaba molesta pero su pregunta hizo que el enojo que había dejado semilla antes, creciera.

—. Que te importa—balbucee y él solo reía.

—. ¿Qué cosa? no entiendo si vas a fingir ser una bebé —me volví hacia él y le mostre el dedo medio.

—. Madisson, ya no tienes cinco años—a este punto sabía que él trataba de sonar molesto pero la burla era aún más grande que lo molesto o irritado que le había puesto en ese entonces.

—. ¿A que edad se deja de ser un idiota?—pregunté sin mirarlo.

—. ¿A qué edad se deja de ser una niña inmadura?—lo mire mal y una sonrisa tiraba de la comisura de sus labios.

—. Número uno, yo pregunte primero, número dos, ya no soy una niña y número tres, es de idiotas contestar a una pregunta con otra —el enojo crecía en mi interior y el porqué era sumamente ridículo.

No fue hasta que tiro de mi muñeca para obligarme a subir a un juego,
a la montaña rusa para ser exactos, que, el enojo se desvaneció.

Desde que tenía doce no había subido a ningún juego, nunca me había subido a la montaña rusa, el nerviosismo se hacía presente olvidando el enojo por completo, quería reír, quería correr, quería vomitar y todo al mismo tiempo. Mala combinación.

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