Dos almas, un cuerpo

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Kirishima caminaba hacia su habitación con la cabeza gacha y los pensamientos flotando en una realidad inmaterial y cambiante, muy alejada de la realidad, intentando buscar una forma de salir del atolladero y recuperar, aunque solo fuese eso, la amistad que tenía con Bakugou. Se sentía un imbécil y un idiota, intentando convencerse de que lo que había sentido no era para tanto. Sí, era eso: a él no le gustaba Bakugou, solo había sido una prueba para demostrarse a sí mismo que lo que de verdad le gustaba eran las chicas...

No. No funcionaba. Por más que Kirishima se intentaba convencer a sí mismo de que no le gustaba Bakugou, todo era en balde. No podía dejar de pensar en la proximidad de sus cuerpos, sus lenguas luchando en las bocas por ganar al otro en una excitación frenética, sus dedos recorriendo el pecho del rubio con ardor, los labios de Bakugou en su cuello. Sus labios dejando un reguero de ardientes besos. Esos ojos rojos como dos tizones al rojo vivo, explotando de pasión en un instante, su cabello rubio totalmente desordenado y ese cuerpo de Adonis, de escultura griega perfectamente cincelada. Estaba enamorado, y sabía que no podía seguir negándolo por más tiempo. Suspiró. Acababa de llegar a la puerta de su habitación en el tercer piso de la academia. Su habitación se encontraba al fondo de un largo pasillo respaldado de frente por amplios ventanales desde los que entraba el brillo rojizo y anaranjado de la tarde, en un leve descenso que cubría todos los objetos del pasillo de un etéreo halo de misterio y melancolía, una suave combinación de colores cálidos que, en su conjunto, desataban un cúmulo de impresiones sensoriales dialécticas, contrapuestas entre sí, estallando todas ellas en el ánimo decaído del joven Kirishima.

Apoyó una de sus manos en la manilla de metal cromado de la puerta de su habitación, notando el frío del metal extenderse por su cuerpo, llenándolo de una especie de vacío, que se apoderaba de él de forma asfixiante.

«Tengo que hablar con Bakugou» fue lo que decidió de repente el joven chico de pelo rojo, sintiendo cómo la desesperanza y la ilusión de poder volver a verle estallaban de forma frenética dentro de su pecho.

Kirishima sabía que la habitación de Bkaugou se encontraba en el mismo piso que la de él, solo a unos pasos a distancia de su propia habitación. Esta era una puerta de color negro azabache de la que colgaba siempre un cartel con una calavera de peligro que llevaba por rótulo: «muérete si intentas entrar», algo muy propio de Bakugou; pero, ese día, el cartel de su puerta no estaba colgado como solía. Kirishima sintió un escalofrío. ¿Debía llamar a la puerta como si nada? ¿Estaría dentro? ¿Le dejaría pasar? Sus dudas eran cada vez mayores, así que tomó una bocanada de aire y se dispuso a llamar con los nudillos. Dos golpes secos en la puerta de madera inundaron el pasillo con su sonido. Kirishima soltó el aire que había estado conteniendo en los pulmones y prestó atención. No se oía nada al otro lado de la puerta.

«Seguramente Bakugou no esté en la habitación», pensó Kirishima desanimado. Iba a darse la vuelta para volver a su dormitorio, cuando escuchó el sonido del pestillo de la puerta de Bakugou al abrirse desde dentro. 

Y no saber nada [kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora