Antes de dormirse

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Kirishima tenía lágrimas en los ojos, que se intenta apartar con el dorso de la mano derecha, intentando controlar sus sentimientos, mientras caminaba hacia su habitación después de que Bakugou le echase de su cuarto casi a patadas.

¿Qué iba a hacer ahora? El pecho le dolía enormemente, como si un peso titánico se hubiese instalado, de repente, en su caja torácica, comprimiendo sus pulmones y su corazón en un abrazo mortal. Sentía que se ahogaba, que el aire que inhalaba se colaba por algún hueco de su cuerpo y desaparecía antes de llenar sus pulmones, deshinchándose poco a poco como si se tratasen de dos globos de helio que hubiesen sido pinchados. Se paró a la mitad del pasillo sin poder aguantar ya más, cayendo de rodillas al suelo frío de losetas grises, mientras con el puño derecho lo golpeaba inclementemente, haciéndose daño en la mano, aunque eso no importaba. No quería activar su Don de endurecimiento, necesitaba sentir dolor. Quería sentir un dolor físico que le calmase de ese otro dolor, mucho más espeluznante y duradero, que le estaba consumiendo por dentro, obligándole a postrarse de rodillas.

Kirishima abrió la boca y ya, sin preocuparle quién pudiese escucharle, soltó un grito atroz, desgarrado, que, en vez de aportarle algún consuelo, le sumió aún más en un estado de desesperación. Moviéndose a duras penas, el chico se levantó del suelo, apoyándose en la pared de amplios ventanales que tenía a su izquierda, aprovechando para limpiarse las lágrimas con la otra mano que le quedaba libre, y así, tomando como apoyo la pared de su lado, se deslizó hacia su dormitorio, contando las pasos que quedaban hasta llegar a él, como un condenado al patíbulo cuenta las horas que le quedan de vida.

Nauseas. Sentía unas nauseas horribles que nacían de algún punto indeterminado de su estómago y se esparcían por su cuerpo, provocándole una mezcla entre arcadas y un malestar general causado por la sensación de indefensión y angustia en la que se encontraba.

Con un giro limpio de su muñeca consiguió abrir la puerta de su habitación con la llave, cerró la puerta de inmediato sin preocuparse por el ruido que esta pudiese hacer, y se tumbó en la cama, apretándose con fuerza la cabeza, mientras las lágrimas volvían a escurrir por sus mejillas, cálidas y saladas, mojándole los labios con ese sabor salado del amor.

Sin perder un instante, alzó la mano y cogió de su mesita de noche su móvil de funda a rayas negras y rojas, dispuesto a escuchar música hasta caer agotado del cansancio y el dolor.

Don't make me sad, dón't make me cry/ Sometimes love is not enough/ When the road gets tougt/ I don't know why.

La voz ronca, pausada y sexy de Lana del Rey invadió el pequeño refugio de Kirishima, produciéndole una especie de escalofrío cuando la música penetró por todas las células de su cuerpo, haciendo que un extraño aliento gélido se adueñase de la función de sus músculos, sumiéndole en una especie de extraño sopor.

Let's go get high/ the road is long, we carry on/so we should have fun in the meantime.

Kirishima cerró los ojos con fuerza, intentando perderse en esa oscuridad reinante, distinguiendo pequeños gusanos de colores vivos flotar ante esa oscuridad invasiva. Pequeñas partículas de algo indeterminado flotaban en su campo de visión, diminutos intrusos que se alejan y se acercaban a él, haciéndole compañía en esa suerte de dolor intenso.

Choose your last words/ this is the last time/ because you and I/ we were born to die.

Blanco. Todo estaba blanco en el fondo de la mente de Kirishima. De su pecho salía una respiración pausada y lenta, mientras este subía y bajaba de forma acompasada. Sus ojos estaban cerrados plácidamente, inmersos en un sueño blanco y translúcido, en un sitio sin consistencia ni materialidad física, en un mundo indoloro. Se vio a sí mismo cuando era pequeño en un campo enorme de flores rojas, mientras una voz que parecía provenir de todos los sitios y de ninguno, que le tenía agarrada la mano, le decía que aquellas flores renacieron de un campo de guerra. Su color rojo era el color rojo de la sangre de los masacrados. Los ojos de un Kirishima pequeño parpadearon y miraron a esa persona de rostro borroso y voz suave y triste. La misma persona que, en otro fogonazo intenso de su imaginación, apareció, entre una neblina gris acuosa, encima de una banqueta de madera de su casa, unos minutos antes de dar una patada a esa banqueta, y quedar balanceándose, de forma rítmica y casi musical, de un lado a otro de la habitación, con un collar de cuerda en la garganta.

Los pies balanceándose. El rostro borroso de esa persona que le cogía de la mano y con la que observaba las flores rojas del campo. Los pies balanceándose. El calor opresivo del verano. Los mosquitos posándose en su piel. Los pies balanceándose. Un rostro borroso. Un grito. Los pies. Su madre.

Kirishima se levantó de la cama sobresaltado, agarrándose con fuerza el pecho y respirando con dificultad. La cabeza le daba vueltas. Algo tibio resbalaba por sus mejillas. ¿Cuándo se había vuelto a poner a llorar? El corazón le latía desbocado en el pecho como si hubiese estado en un entrenamiento muy duro. Negó con la cabeza para espantar de su cabeza los restos de los fragmentos dispersos de su sueño. No quería recordarlo, porque hacerlo significaba recordar de nuevo la realidad, una realidad que hacía años que había dejado atrás.

Kirishima se quitó los auriculares de las orejas, apagando la voz de Lana del Rey que se seguía escuchando de fondo de forma intermitente. Se frotó los ojos dormidos con la palma de la mano, notando, de repente, que tenía un hambre feroz. Se había quedado dormido y se le había pasado la hora de la cena en el comedor. ¿Qué hora sería? La habitación ya estaba oscura, y por la ventana se colaba la débil luz amarillenta de una farola de la calle. Encendió el móvil de nuevo. Eran las once de la noche. ¿Tanto tiempo había estado durmiendo? El sueño le había abandonado, aunque todavía sentía todos los músculos de su cuerpo entumecidos y la cabeza le dolía muchísimo. De pronto, se dio cuenta de que en el suelo había algo blanco.

«¿Qué es eso?» se preguntó con curiosidad el chico, adelantándose hacia la puerta y agachándose para recoger el objeto. Era una hoja de papel con líneas azules arrancada de un cuaderno. Había algo escrito en él. Kirishima se levantó perezosamente del suelo y se dirigió hacia el interruptor de la luz, pulsándolo con determinación. Sus ojos se abrieron de par en par. Volvió a releer la nota una vez más, frotándose los ojos con las manos de nuevo. Una sonrisa de paz le iluminó el rostro, mientras las lágrimas volvían a bajar por sus mejillas hasta rodar por su mentón hacia su camiseta negra.

Te espero esta noche en mi habitación a las 24:00.

BAKUGOU.

Y no saber nada [kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora