La cámara

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Esa misma tarde, después del entrenamiento, Kirishima se dirigió hacia los dormitorios con el corazón bombeándole a mil por hora. Se acababa de dar cuenta que, ahora que ya habían terminado las clases de la mañana y los entrenamientos individuales, Bakugou y él volverían a encontrarse a solas, y encima habían quedado en la habitación de él, lo que le resultaba, por un lado, un tanto incómodo, y, por otro lado, excitante.

Kirishima llamó con los nudillos a la puerta y esperó. Un rubor le ascendía por todo el cuello, encendiéndole las mejillas. Bakugou soltó un gritó desde dentro, diciendo que la puerta estaba abierta. Kirishima apoyó la mano en el pomo y lo giró, entrando en la habitación y cerrando la puerta a sus espaldas. Cuando se giró para mirar a Bakugou, pudo comprobar que la cama seguía tal y como la dejaron por la noche, con la colcha revuelta y las sábanas arrugadas. Incluso la suave hendidura del colchón donde habían estado reposando sus cuerpos desnudos parecía que seguía intacta. Kirishima sintió como las palmas de sus manos empezaban a cubrirse de sudor y su cuerpo ardía como una llama. A Bakugou no parecía afectarle en absoluto el hecho de que el chico pelirrojo estuviese de nuevo en el cuarto donde habían pasado la noche juntos, porque estaba tan tranquilo, tirado en el suelo de la habitación, revolviendo en una caja de cartón con un letrero en negro que ponía «trastos antiguos» en uno de sus costados. Bakugo tenía el aspecto de cabreo de todos los días y el ceño fruncido, como si la lentitud de la gente le exasperase de forma continua.

-¿Quieres venir aquí, pelo pincho? Eres tan lento que me pones enfermo, idiota. Como no te acerques ya te pienso matar a leches-las palabras hirientes de Bakugou hicieron que Kirishima reaccionase, avanzando hacia uno de los laterales de la cama donde estaba Bakugou, agachado y revolviendo en la caja.

-¿Qué es eso?-preguntó con curiosidad Kirishima, apuntando con un dedo la caja que acababa de sacar Bakugou, mirándola con curiosidad.

-Si no te callas enseguida, te voy a moler a palos, pelo de mierda-le calló Bakugou con un ataque de ira.

Kirishima suspiró y se quedó al lado de su amigo, esperando.

«Menos mal que ya estoy acostumbrado a su carácter irascible, porque, a veces, desde luego que Bakugou es un poco intratable.»

Kirishima se limitó a sentarse en el suelo del cuarto con las piernas recogidas, mirando por encima del hombro del chico rubio, intentando atisbar qué era lo que había en esa caja de cartón. Pensó que se estaba bastante bien en la habitación de Bakugou, había ya una cierta familiaridad en todas las cosas que le rodeaban y que parecían observarlo con una mirada cordial y familiar. Incluso el fuerte aroma de Bakugou le hacía cosquillas en la nariz y le recordaba a sus sábanas suaves rozando sus cuerpos. Sin lugar a dudas, Kirishima se sentía feliz en aquel entorno, en ese mismo momento espacial, en el que no había ninguna conversación pendiente en el aire, solo una paz que le llenaba por dentro, una dulce cadencia de tranquilidad y cotidianidad vagamente interrumpida por las manos de Bakugou que seguía revolviendo en la caja. Kirishima miró al chico rubio que tenía al lado y que parecía bastante cabreado consigo mismo, mientras movía las manos en una danza frenética, apartando y descartando objetos con inusitada rapidez.

«Incluso su gesto de rabia me parece adorable, una marca especial de la casa. Será que es verdad, y que estoy enamorado...»

En eso estaba pensando Kirishima cuando Bakugou lanzó un grito de victoria, agitando su mano derecha, en la que sostenía una especie de cámara antigua que parecía pesada y algo deslustrada por los años. El chico pelirrojo se lo quedó mirando sin entender absolutamente nada.

-¿Qué es esa cámara?-la pregunta de Kirishima hizo que Bakugou se girase con una cara llena de alivio y superioridad, mirando directamente a los ojos al chico pelirrojo.

-Es una cámara de la serie Zenit E con fotómetro de selenio. Una vieja reliquia analógica fabricada por la antigua Unión Soviética-le contestó Bakugou acariciando el costado negro de su cámara.

Kirishima le miró perplejo. Aquello no estaba teniendo ningún sentido. ¿Qué narices hacía Bakugou con esa cámara y de qué coño les iba a servir a ellos para lo que Aizawa les había mandado?

Bakugou se dio cuenta de la mirada de incomprensión que tenía plasmada en el rostro su amigo, así que soltó un suspiro de cabreo y procedió a explicarle su idea.

-Cuando era pequeño y mi tío me llevaba de escalada con él al monte, siempre llevaba esta cámara vieja que me regaló mi padre de su antigua tienda de antigüedades del centro de la ciudad, mucho antes de que tuviese que cerrar el negocio porque no le iba demasiado bien-comenzó diciendo Bakugou, sosteniendo la cámara en una de sus manos mientras notaba la rugosidad de su costado y los arañazos que jalonaban su cuerpo metálico.

Kirishima se había quedado observando la expresión de Bakugou, que se había transformado en una especie de mueca de tristeza, dolor y algo más que no lograba a identificar el chico pelirrojo. Pensó que aquello no era algo que el chico rubio le fuese a contar a cualquiera, así que se esforzó en prestarle mucha atención, sintiendo que, en cada una de las palabras de su amigo, se escondía un profundo sentimiento de pérdida, al igual que una alta carga simbólica, en la que tomaba relevancia la cámara que sujetaba tan próxima a su cuerpo.

-Mi padre me dijo que si podía fotografiar las cosas que veía y las que me daban miedo, podría combatirlas y guardarlas para siempre. Saber lo que te da miedo y hacerle una foto es como vencerlo, porque les estás plantando cara a tus monstruos. Hice muchas fotos de escalada con mi tío antes de que muriese. Las tengo todas guardadas en una caja parecida a esta, pero nunca logré hacerle una foto a algo que me asustara de verdad...-suspiró Bakugou moviendo el objetivo de la cámara-...porque creo que nunca me ha asustado nada.

Kirishima guardó silencio unos cuantos segundos mientras contemplaba a su amigo que se llevaba la cámara a los ojos, mientras fingía que tomaba una foto de la habitación. Bakugou se había abierto a él, le había confesado un secreto y le había hecho partícipe de aquel pequeño trasto antiguo que tanto valor parecía tener para él. Kirishima se sentía agradecido.

-Podríamos intentar usarla para el trabajo, aunque no sé cómo...-empezó a decir el chico pelirrojo, alargando una mano para coger la cámara de su amigo, pero Bakugou se la apartó de un manotazo, negando con la cabeza.

-No podemos usarla, vamos a usarla. Y ahora, dime, Kirishima, ¿cuáles son tus fantasmas?

Y no saber nada [kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora