*He sentido que la vida se ha apagado: / solo vive en los latidos de mi pecho: / es que el mundo está en mi alma; / las ciudades son ensueños...
Bakugou contaba las horas como si desgranase semillas o pétalos de flores marchitas, sintiendo los angustiosos segundos como si fuesen minutos, y los minutos, como horas que se prolongaban en una sucesión casi incontable de angustiosa precariedad, en la que su alma parecía bailar despacio, acongojada y pequeña en algún rincón de su pecho, llorando, muy adentro, amordaza y gimiendo por la vejación a la que se había sometido Kirishima ante sus ojos.
Bakugou se culpaba. Se culpaba de que su amigo pelirrojo estuviese atado y a punto de morir. Se culpaba de tener ese carácter irascible que le hacía tan apetitoso a los ojos de los villanos. Se culpaba...Bakugou sentía el peso del mundo sobre sus hombros, y eso le hacía daño. Hacía años que le hacía daño.
Por una vez en su vida, Bakugou no tenía un plan. Estaba completamente perdido, y había aceptado el destino: convertirse en villano. No sabía si haciendo lo que le había dicho aquel hombre podría salvar a Kirihsima, pero haría lo que fuese necesario para conseguirlo.
«No volveré a perder a otra persona que amo.»
Bakugou se miró los nudillos golpeados contra el cristal de la habitación a la que le había llevado aquel hombre, cuando había visto como ese ser repugnante le ponía las manos encima a su Kirishima. Un Kirihsima que se encontraba atado y desprotegido. Pudo ver los efectos del gas tóxico en el chico, su mirada perdida, sus ojos cansados. Bakugou golpeó una vez más la pared que tenía al lado con uno de sus brazos encadenados, haciendo que las heridas de los nudillos se volviesen a abrir y sangraran. Su dolor ya no era importante, ya no contaba. No volvería a la academia, ni estaría de nuevo con los demás chicos. No volvería a ver a Kirihsma. Un dolor atroz le invadió por dentro, succionando cada partícula ínfima de esperanza que albergaba en lo más hondo de su ser, transformándola en amarga desesperación.
No volvería a ver a Kirihsma. No volvería a ver esa sonrisa que le había despertado todas las últimas mañanas. No volvería a besar esos labios que tanto le gustaban, ni a acariciar su cuerpo perfecto. No volvería a ver ese brillo, esa calidez tan cercana al fuego, a la pasión, a la tibieza que nace de algún reducto del cuerpo humano y que es tan indispensable para la vida.
Bakugou miró a su alrededor. Había cinco cámaras en la habitación mohosa donde se encontraba. Las cadenas le apresaban la piel, y su Don no funcionaba de forma correcta. Había intentado patear las cámaras de seguridad una vez, pero eso solo le había conllevado un dolor punzante cuando los grilletes se apretaron contra su carne, produciéndole un dolor agudo y penetrante que le quedaría marcado a fuego en la cabeza muchos años. La subsiguiente paliza que le habían propinado al chico, le disuadió de volver a intentar algo parecido. Bakugou estaba lleno de cardenales por todo el cuerpo, sudaba y sangraba por partes iguales, y su mente se encontraba perdida entre la disgregación de toda voluntad. No se sentía capaz de hacer nada más que esperar y confiar.
«Y yo iba a ser el héroe número uno...»
Una profunda melancolía invadía los pensamientos del chico, una abulia completa a toda actividad consciente, un mutismo cansado y consciente de la inutilidad de toda acción. Aquel casi no parecía Bakugou. Cerró los ojos, mientras se abandonaba a las lágrimas, pensando que ya no le quedaba, en verdad, nada por lo que seguir. Su amigo pelirrojo moriría en unos días, y él no podría salvarlo. Kirishima moriría sin que Bakugou hubiese podido decirle que le amaba.
*Por los árboles henchidos de negruras/ hay terrores de unos monstruos soñolientos, / de culebras colosales arrolladas/ y alacranes gigantescos; / y parece que en el fondo de las sendas/ unos hombres enlutados van saliendo...
Hay siempre ciertos versos, ciertas cadencias que resuenan en la mente como vagos ecos, recordados en algunos momentos; melodías ajenas implantadas en el cansancio, sensaciones distintas que vagan, entre paredes cóncavas, buscando una salida en la mente, cendales etéreos que se entrecruzan, se juntan y dislocan entre ellos. Son masas que gimen, se contraen, se expanden, y luego se disuelven en pequeñas partículas que forman versos olvidados, memorias olvidadas, sueños que son realidad, y realidades que se conforman en extrañas fantasías. Ecos lejanos.
La mente de Bakugou repetía estos ecos en su cabeza como un mantra, sin saber exactamente cuándo ni dónde se formaron estas ideas en su cabeza, sin ser consciente de cuándo empezaron a rebotar en ella estas palabras melódicas, que, como un ensalmo, cantaban y danzaban como duendes en época de celo, susurrándole una rendición que el chico sabía que tendría que llegar porque, a fin de cuentas, él no podía salvar esta vez a Kirishima. No podía salvar a nadie.
De pronto, un sonido aterrador invadió la mente abotagada del chico rubio, haciendo que levantase la cabeza en dirección al ruido. Parecía provenir del pasillo donde se encontraba su celda, así que, sin pararse a pensar, empezó a gritar, revolviéndose en su silla, mientras las cadenas se agitaban al ritmo de sus palabras en su frenesí de roces metálicos.
Entonces, silencio. Un silencio capaz de volver loco al más cuerdo, un silencio en el que los latidos de los corazones son tambores de guerra, y el menor silbido de viento se convierte en una canción pavorosa.
Pasos. Golpes sordos. El sonido de un cuerpo al caer al suelo. Más pasos. Luego, silencio de nuevo.
Bakugou contuvo el aliento, mirando fijamente la puerta de su celda como si quisiese derretirla con solo observarla detenidamente. Algo perforó el metal de esta con un chirrido desquiciante, mientras los goznes gemían, presos de una tortura infinita al notar cómo se desgajaban de la puerta que sostenían, y esta se bamboleaba, como si se tratase de una hoja de papel, de un lado a otro del marco.
Bakugou quiso gritar, llorar, correr y reír al mismo tiempo, pero se quedó donde estaba. Mudo y con lágrimas de felicidad en los ojos, mientras el chico pelirrojo al que amaba se acercaba a él, y con una gran sonrisa en los labios, le soltaba los grilletes y se fundía en un abrazo con el rubio.
-Te noto igual de atractivo que siempre, chico explosivo, pero echo de menos tu fuego-le susurró el pelirrojo al oído, mientras le acariciaba el cabello, y la parte de su cabeza donde unos pegotes de sangre seca se arremolinaban en un caos de flores carmesí. Kirishima apretó los dientes, depositando un pequeño beso en las comisuras de los labios del rubio, que había dejado de llorar y temblar, para ser el mismo chico de siempre.
-¿Tendremos que devolverles el trato que nos han dado a nuestros anfitriones, verdad?-Bakugou se separó de Kirihsima, activando su Don, con el que empezó a explotar la silla y los grilletes de la celda, mientras salían ambos al pasillo de la nave, conscientes de que ahora nadie les podría detener.
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*Las dos citas están tomadas de la obra Rimas de Juan Ramón Jiménez, en la que nos encontramos ecos de las lecturas de Kempis, la puesta en escena del mundo modernista de S. Yurkievich, junto con el decadentismo aprendido de Verlain y Rimbaud, el cual va a marcar sus primeras producciones.

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Y no saber nada [kiribaku]
FanfictionDespués de que la Liga de Villanos consiguiese secuestrar con éxito al joven Bakugou, y su rescate a manos de sus amigos y compañeros de la U.A, Kirishima empieza a notar cómo algo extraño le está sucediendo. ¿Qué significan esos sentimientos que es...