El aura de los cerezos

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Espero que esta parte os guste. Es algo más larga de lo habitual, pero tenía que quedar todo concentrado en ella. Si hay erratas en el capítulo se debe a un error de la página, ya que me está volviendo a juntar palabras que, en un principio, yo había redactado correctamente. Disculpen las molestias. 

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«Lo que debe preocupar en extremo al ser humano no es su egoísmo, pues este es totalmente natural al hombre y se encuentra de acuerdo con su capacidad volutiva y emocional. Este egoísmo no es la perdición a la capacidad de raciocinio o de crítica, sino que su desarrollo depende por completo de la acción del primero. Lo que debe, por lo tanto, preocupar a la humanidad no es ni este pretendido malsano egoísmo ni que este se rija por leyes contrarias al altruismo, sino la destrucción del mismo o, en todo caso, y más contra Natura, que los hombres no se preocupen lo suficiente por su propio interés.» 

Rei apoyó el libro de filosofía de Joseph Butler que estaba leyendo sobre la mesa de su escritorio y se recolocó las pequeñas gafas de montura azul que le resbalaban por el puente de la nariz. Le aburría la filosofía de las moralidades, aunque la encontraba risible en cierto punto, al menos, en el extremo en el que un católico, y luego obispo, se dejase guiar por sus teorías a favor del egoísmo natural. Quizás, pensó ella con un suspiro, solo para apaciguar su conciencia sobre la doble moral del ser humano que, puede ser, que le llevase a ostentar, primero, el puesto de secretario del gabinete de la reina Carolina de Brandeburgo-Ansbach, y luego el de obispo. Sintiéndose triste de golpe, la joven dejó que su mirada vagase sobre su habitación, posándose en las cortinas de suave terciopelo que le había regalado su padre, su estantería de rosa marfil, traída directamente de Sudáfrica, y a rebosar de libros de filosofía y poesía, su cama flotante que se sostenía por la fuerza de dos imanes y unos cables tensados ala pared, su armario de madera de sándalo, y, por último, el escritorio en el que estaba trabajando, una pieza de arte que aunaba, por un lado, su casi entera composición hecha con madera negra africana y relieves hechos a mano con motivos circulares y en forma de pétalos, y unos cajones con tiradores de madera de Agar, los cuales, debido a su capa de resina que actuaba como un barniz, dejaba la estancia un agradable aroma a tierras lejanas. De golpe, los ojos de la chica se fueron a posar en el kimono de seda blanco con pequeños motivos en forma de colibríes rojos en la tela, y que estaba extendido en su cama como una losa lapidaria. Al lado, una especie de gorro grande en forma de capucha, llamado kanzashi, se localizaba a su lado como un fiel seguidor. La chica soltó un sonoro suspiro frustrada. Detestaba su vestido de novia. Detestaba esa boda tradicional que iba a tener, pero lo que más odiaba de todo era la persona con la que se iba a casar: Endeavor. Su padre no había cedido a sus ruegos para no casarse, diciéndole que era una oportunidad increíble la que se le brindaba, y que Endeavor tenía todas las cualidades masculinas para hacerla feliz en su tránsito en la vida. Nunca le mencionó a Rei que si no se casaba con él, el padre de Endeavor se encargaría de hundirle el negocio y cubrirles de miseria, aunque eso la chica ya lo suponía. Rei se preguntó cuántas pastillas serían necesarias para no despertarse al día siguiente o si tendría la voluntad de Ofelia de Shakespeare para morir ahogada, o la de Luscinda, en el Quijote, para apuñalarse. No. Rei no poseía esa rara cualidad que permitía infringirse daño así misma. 

Unos golpes en la puerta de su habitación la sacaron de esos pensamientos sombríos, así que la joven se levantó de la silla donde había estado contemplando su vestido de novia y giró el picaporte de la puerta de su habitación. Una de las criadas de su padre estaba en el quicio de su puerta con las manos recogidas en un puño en el delantal y el rostro algo sonrojado. 

Y no saber nada [kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora