Culpable

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Las fotos seguían en el baño de la habitación de Bakugou, sujetas con pinzas a los trozos de cuerda que recorrían el pequeño espacio del baño.

Kirishima hacía tiempo que se había ido de la habitación del rubio, y ahora Bakugou se encontraba tirado en la cama mirando al techo, con el libro de clásicas abierto sobre una de las últimas páginas que Aizawa había estado explicando en clase. Había intentado estudiar algo, pero las letras se confundían unas con otras en un vaivén desenfrenado, así que había optado por descansar e intentar ordenar sus pensamientos.

Siguiendo un impulso, el chico se levantó de la cama y se aproximó al cuarto de baño, mirando las fotos una por una. La mayoría de ellas eran de los campos de amapolas que estuvieron observando Kirishima y él juntos, pero tres de las fotografías mostraban al pelirrojo  en diferentes poses. Bakugou le había sacado las fotografías sin que este se enterase, así que, en la mayoría de ellas, Kirishima tenía la mirada perdida en un punto indefinido del horizonte. El chico cogió las tres instantáneas donde salía su amigo y se volvió a encaminar hacia la cama, tumbándose de golpe en ella, seguía observando las fotografías.

« ¡Mira que el condenado es fotogénico!», pensó Bakugou un instante antes de rozar, suavemente, con las yemas de los dedos, la instantánea en la que se mostraba un Kirishima sonriente con el cabello alborotado y los ojos semicerrados en una expresión de paz y nostalgia. Bakogou sonrió inconscientemente. El pelirrojo no es que fuese el chico más guapo que hubiese visto nunca, pero había algo en él que le atraía enormemente. Quizás fuese su amplia sonrisa, o la forma en la que sus ojos parecían llamear siempre con una intensidad abrumadora, o, quizás, era su forma de pensar siempre en positivo, esa energía que parecía brotar de su interior y contagiar a todas las personas que tenía a su alrededor. Quizás era eso lo que más le atraía a Bakugou de él, su capacidad de autosuperación y ánimo, ese optimismo exacerbado que él no poseía, pero que admiraba en otras personas.

De pronto, un recuerdo se le pasó por la mente, y se levantó de un salto, cogiendo la caja de cartón en la que guardaba antiguas memorias. En el fondo de esta, cubierto por muchas otras cosas viejas, había un antiguo álbum de fotos de cuando Bakugou era pequeño y estaba en el colegio. Con sumo cuidado, el muchacho extrajo el objeto y lo depositó en su regazo, abriendo sus páginas para contemplar las fotos de su infancia. En muchas de ellas aparecía un Bakugou sonriente, con el pelo rubio alborotado y una gran sonrisa en la cara. En ninguna de ellas se encontraba su característico ceño fruncido que tanto le recriminaban sus compañeros en la actualidad. El Bakugou de cinco, seis y siete años parecía una persona alegre, feliz incluso. Se fijó en que, en la mayoría de las instantáneas, no estaba solo, sino que aparecía con otro niño pequeño pecoso, de cabello negro rizado y enormes ojos color esmeralda: Deku. Su amigo de la infancia y ahora compañero de clase, el chico al que había querido de pequeño más que a nada en el mundo. En varias fotografías aparecían ambos de la mano, con una pala y un rastrillo jugando en el parque de la urbanización donde los dos vivían. Al fondo, sus madres, sentadas en un banco, charlaban animadamente entre ellas, mientras vigilaban a sus hijos pequeños. A Bakugou se le nubló la vista, mientras notaba como su corazón se cargaba con un peso enorme y su respiración se volvía pesada, entrecortada. Tenía muchísimas ganas de llorar.

En otra de las fotografías, Bakugou aparecía junto a Deku, pero ahora eran ya mayores. Quizás tendrían diez u once años. El Bakugou de entonces seguía teniendo el cabello rubio alborotado y los ojos carmesí, pero algo había cambiado en su aspecto. Ya no sonreía, y un rictus de repulsión le cruzaba el rostro. Su ceño fruncido había aparecido, y Deku parecía estar incómodo al posar junto a él en la fotografía, porque se veía un poso de temor e incertidumbre en sus enormes ojos verdes. Bakugou tragó saliva. Él sabía que había pasado entre una fotografía y otra, entre el Bakugou infantil que sonreía al estar junto a su mejor amigo, y el que odiaba a todo el mundo, el que quería apartar a todos de su lado para que no le hiriesen, el que parecía despreciar a todo el mundo porque tenía, claramente, miedo. Su padre y la paliza era lo que había hecho que Bakugou perdiese la sonrisa de la infancia, las palabras de desprecio de su madre, el rictus de asco en la boca de su padre, la repulsión hacia sus propios sentimientos encontrados.

«He encontrado al monstruo. Mis fantasmas no son ni Kirishima ni Deku, es el miedo a mi familia.»

Una enorme sensación de soledad invadió por completo al chico que se encogió en la cama, tirando el álbum que se resbaló hasta el suelo, mientras el rubio ocultaba su rostro entre sus brazos y un grito ahogado retumbaba en las paredes de su cuarto con fuerza.

El álbum quedó abierto por una página en concreto: una fotografía de un Bakugou sonriente que cogía de la mano a un Deku de seis años, mientras le ponía una corona de flores en la cabeza a modo de tiara.

Solo el Bakugou mayor, que ahora se deshacía en llanto, sabía que, cuando fue tomada esa instantánea, el Bakugou infantil le había preguntado a Deku si de mayor querría casarse con él, porque así le podría proteger para siempre.

Y no saber nada [kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora