Dudas

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Todoroki se había quedado mirando al techo sin pensar en nada. Su mente estaba completamente en blanco. Hacía una hora que Midoriya se había ido de su habitación a cenar al comedor, pero él se había quedado tumbado en la cama, pensando en lo que le había contado a su amigo.

Todoroki se incorporó lentamente en la cama, sujetándose la cabeza con una de sus manos. Seguramente, en algún punto de sus cavilaciones, se había quedado dormido, porque, ahora, la habitación se encontraba sumida en una absoluta oscuridad, revelando la apariencia de una extraña cueva. Le dolía la cabeza.

« ¿Por qué le conté eso a Midoriya? Mi estúpido padre me hacía esas cosas, pero eso fue hace mucho tiempo...»

Una punzada de culpa atravesó la mente del muchacho que se dobló en dos sobre la colcha de la cama, sujetándose el estómago. Solo con recordarlo tenía nauseas. Se sentía sucio. Con un rápido movimiento, se acercó a la mesita de noche que estaba junto a su cama y abrió el segundo cajón, sacando una cajita de madera de arce donde guardaba un paquete de tabaco. Cuando tenía ansiedad, Todoroki fumaba, aunque se guardaba mucho de que nadie le viese, no en vano estaba prohibido fumar en las habitaciones. Encendió el cigarro y aspiró profundamente, notando cómo la nicotina impregnaba su interior. Una bocanada de humo salió de sus labios entreabiertos, formando una especie de pequeña nube a su alrededor.

«Luego tendré que abrir la ventana para que se vaya el olor a tabaco.»

Endeavor...su padre...Un escalofrío le recorrió la espina dorsal de golpe. El tabaco no estaba siendo suficiente esta vez. Todoroki se volvió a incorporar despacio en la cama, saltando al suelo y agachándose para mirar debajo de la cama, de donde sacó una pequeña petaca con un líquido blancuzco dentro. Le dio un tragó enorme hasta sentir como la bebida le iba quemando la garganta, calentándole el estómago. Dos tragos más, y guardó la petaca de nuevo, pensando en que tendría que volver a rellenarla de nuevo cuando tuviese un día libre en la U.A.

Se sentía algo mareado, por lo que volvió a tumbarse en la cama, llevándose de forma intermitente el cigarro a la boca. Sus sentimientos eran una montaña rusa en ese momento. Apretó los puños. Estaba a punto de cumplir los veinte y nunca había sentido nada por ninguna chica, aunque tampoco estaba seguro de haber sentido, en algún momento, algo por alguien del mismo sexo.

«Parece que el plan de mi jodido padre ha surtido efecto.» Pensó desalentado para sí mismo, con una mueca de asco y resentimiento.

La ceniza del cigarro caía sobre la colcha del joven sin que este se diese cuenta, formando una pequeña película de un material grisáceo y candente que se extendía al lado del chico, como si quisiese esculpir su contorno en las sábanas.

«Tampoco puedo masturbarme pensando en nadie. No entiendo qué me pasa, ni qué me hizo mi padre.»

Las divagaciones del chico eran cada vez más oscuras, retorciéndose en las sombras de su pasado, recordando sucesos que creía olvidados o sueños confusos de su imaginación infantil. Todoroki cerró con fuerza los ojos, aspiró la última calada de su cigarro, se levantó y abrió la ventana de su cuarto, arrojando la colilla por la ventana y dejando pasar un poco de aire fresco al cuarto para ventilarlo. Con pasos cansados volvió a la cama y se tumbó, haciendo resonar los muelles de la misma, que parecieron quejarse de la rudeza del muchacho.

« ¿Qué soy? ¿Qué sentido tiene vivir cuando, por más que lo intente, me siento morir a cada instante? ¿Qué sentido tiene ser la marioneta de mi padre o, en última instancia, ser la marioneta de la sociedad?»

Todoroki se había quedado dormido, pero, ni siquiera en sueños, estaba libre de sus propios fantasmas, que le perseguían intentando darle caza.

Cada persona tiene sus propios monstruos y los deja salir a pasear de vez en cuando para que no terminen devorándole, cada uno carga a su espalda con su pasado, con una forma de vivir determinada, con unos ojos cansados. Cada uno vive y, al vivir, muere porque *observarse es sentirse vivir y, sentirse vivir, es sentir la muerte, es sentir la inexorable marcha de todo nuestro ser y de las cosas que nos rodean hacia el océano misterioso de la Nada.

-No, papá, para. No me gusta que me toques ahí...


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*La cita está sacada del libro de La voluntad de Antonio Azorín, un libro maravilloso sobre la toma de decisiones humanas (o la falta de capacidad para tomarlas), junto con la filosofía de Nietzsche, Schopenhauer y los ensayos de Montaigne.   

Y no saber nada [kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora