Diario

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Antes de continuar con la historia, me gustaría pedir disculpas por la inclusión de sinestesias continuadas y las impresiones de luz, color y sonido tan frecuentes que hago, y que se basan en el Impresionismo. Debo aclarar también que hace años que no escribo ni relato ni novela (culpa de la universidad), puesto que mi campo, como creo que también os habréis dado cuenta ya, es la poesía. Me pareció muy interesante intentar mezclar más estos dos cauces expresivos, borrando las fronteras entre los dos géneros literarios, como una especie de transición suave. Me encantaría saber lo que opináis sobre ello y si os gusta el estilo o lo consideráis demasiado retórico.

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Todoroki tiró la colilla al suelo, observando cómo las partículas de ceniza se iban consumiendo lentamente, ahogadas por el frío de las losetas y el agua de la lluvia de esa misma mañana, exhalando un último suspiro antes de apagarse en un silencio mudo y calmado. Aún quedaban rastros de ceniza en el suelo cuando se levantó Todoroki del banco, yaciendo, diseminados en forma de corrillos distantes, como pequeñas lápidas inmobles y eternas. 

El chico se levantó del banco con la mirada ausente. Un peso enorme parecía aplastarlo contra el suelo, impidiendo que sus articulaciones se moviesen de forma correcta, como si la gravedad del universo le impusiese como castigo la estática de las farolas y los árboles, la completa inmovilidad. 

Con paso lento, traspasó las puertas acristaladas de la entrada del hospital, saludando con un gesto a las señoritas que atendían el mostrador de recepción, mientras se encaminaba hacia el piso cuarto donde se encontraba la habitación de su madre. Por el camino, se encontró con otras enfermeras que hablaban de forma apresurada sobre un paciente al que habían tenido que sedar porque se había puesto a gritar como un loco cuando le fue a visitar su antigua mujer.

«Todos llevamos dentro una bestia que se alimenta de recuerdos».

Los pensamientos del chico del pelo de dos colores eran sombríos, taciturnos, cargados de un poso existencial enorme, que le hacía ver el mundo como una sucesión de cuadros en tonos negros y grises.

«Piso cuarto», la voz metálica e impersonal del ascensor le indicó que ya había llegado al piso correcto donde se encontraba su madre, por lo que Todoroki se despidió con un gesto de la cabeza de las enfermeras y salió del ascensor, siempre con las manos en los bolsillos y la cabeza agachada. 

Se acercó al mostrador donde se encontraban las enfermeras de ese piso. Antes de ver a cualquier paciente ingresado en psiquiatría, se necesita dar un nombre de la visita y un registro identificativo, por si pasara algo durante el tiempo que la persona estuviese con el paciente. A partir de ese momento, las enfermeras solo permitirían que el familiar o amigo estuviese dos horas dentro de la habitación del paciente para prevenir cualquier crisis nerviosa que pudiese alterar la estabilidad de este.

La enfermera de turno de tarde era joven, con el pelo castaño claro y unos enormes ojos de color avellana. Su figura, envuelta en la bata médica de color blanco, resultaba atractiva, y sus enormes curvas se revelaban de forma inconsciente a través de su uniforme médico. Había un cierto aire sensual en su forma de organizar los archivos, una especie de embrujo mágico en la manera en la que se movía.

-Vengo a ver a Rei Todoroki. Soy su hijo, Shoto Todoroki-la voz del chico se confundió con el frufrú de las batas de las enfermeras que pasaban a su lado y los gemidos y voces quebradas que emergían de las distintas habitaciones.

La enfermera joven le observó unos segundos, revolviendo unos papeles que tenía acumulados en la mesa de recepción, intentando, probablemente, encontrar el nombre del chico entre las citas concertadas para esa misma tarde.

-Se me olvidó telefonear para concertar una visita. Esperaba poder arreglarlo directamente aquí-Todoroki dirigió su mirada hacia la chica, que paró de mirar los papeles para dirigir su vista hacia el joven que tenía delante, pasándole un archivo.

-Firma aquí y pon el nombre de la paciente a la que quieres ver, así como el número de su habitación. Son dos horas-la voz cortante de la chica hizo que el muchacho recogiese el archivo que ella le pasaba y lo rellenase lo más rápido posible. Odiaba los trámites y el papeleo, pero no se permitían visitas si no se rellenaban los formularios adecuados.

La enfermera ojeó lo que el chico había escrito, comprobando la firma con ojo crítico.

-Puedes pasar.

Todoroki no esperó su confirmación para echar a andar hacia la habitación que quedaba al fondo del pasillo. Sabía de memoria el número de la habitación, así como su ubicación, y el característico olor que emanaba de todos los cuartos de los internos: una mezcla entre analgésicos, comida descongelada y lejía. Con paso firme, el chico llamó a la puerta de la habitación 333, esperando a oír una respuesta del otro lado. Cuando la voz calmada y frágil de una mujer le respondió, Todoroki apoyó la mano en el pomo de la puerta y lo giró, entrando en la habitación y cerrando la puerta de forma suave a sus espaldas.

Su madre, una mujer aún joven y muy hermosa, de ojos claros y cabellos plateados, reposaba en una silla cerca de la ventana, mirando hacia el patio de flores que rodeaba el hospital psiquiátrico. Tenía la mirada perdida, y sus manos finas y delicadas estaban posadas en la tapa de un libro de poesía que había estado leyendo. Todoroki ya se había acostumbrado a encontrarla leyendo cada vez que iba a visitarla, siempre con esa mirada cálida, pero perdida. Una mirada que, como empezaba a sospechar él mismo, también le pertenecía a él.

-No sabía que ibas a venir hoy. No me informaron las enfermeras-la voz cálida, suave y pausada de su madre siempre le recordaba a Todoroki a las olas de un mar en calma, que se agitan en la superficie, formando rastros de espuma, meciendo, en un abrazo azulado, en su profundidad cálida, el límite del horizonte con el cielo.

-Se me olvidó llamar para pedir una visita. La verdad es que vengo hoy por un trabajo que estamos haciendo en clase-las palabras del chico llamaron la atención de su madre, la cual se giró en la silla para mirarle a los ojos. Se estremeció. Aún le dolía admitir que, la cicatriz que el chico tenía en el lado derecho de su rostro, se la había causado ella misma al arrojarle, cuando el chico era pequeño, agua hirviendo de una tetera. Nunca sería capaz de liberarse de ese peso que la llevaba consumiendo muchos años. El simple recuerdo la torturaba constantemente, incapaz de salir de ese torbellino de pensamientos funestos que se desataban en su interior al ver a su hijo. Un hijo al que había amado y amaba con locura, pero al que le había destrozado la cara, llevada por los impulsos de liberación de las ataduras que les imponía a ambos Endeavor. Su tristeza siempre había sido infinita.

-Necesito liberarme de mis monstruos. Aunque no sé siquiera por dónde empezar. ¿Me ayudarás....mamá?

Y no saber nada [kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora