*Morir...¿caer como gota/ de mar en el mar inmenso?/ ¿O ser lo que nunca he sido:/ uno, sin sombra y sin dueño,/ un solitario que avanza/ sin camino y sin espejo?
Kirishima sostenía la mano de Bakugou entre las suyas, trenzadas en un abrazo de dedos que se acariciaban suavemente, con pasión, con el temblor del primer amor brotando aún en los cuerpos jóvenes, sintiéndose próximos en su calor. Los dos chicos estaban en el campo de amapolas de nuevo, aunque en otro punto distinto esta vez.
Una suave brisa recorrió los cabellos del chico pelirrojo haciendo que se elevasen en el viento algo frío del ocaso, notando como cada fibra de su ser se expandía en olas multiformes a través de su cuerpo, como cada célula de este se estremecía de placer y de una sensación de nostalgia y melancolía, pero que, en contraste con otras veces, en ese momento, era sentida de forma distinta, más honda, más vertiginosa, más peligrosa, una emoción de peligro, calidez y encogimiento, como si todo a su alrededor fluctuase en un baile extraño, como si las piedras del camino le hablasen en susurros apagados. Kirishima sentía como sus músculos, su sangre, sus tendones, sus huesos se disolvían en la luz mortecina, discurriendo, como si de un río de lava se tratase, por las sendas de cada objeto, cada árbol, cada flor, cada ramaje y brote tierno. Su cuerpo parecía notar el latido cansado y pesado de cada ser que se encontraba a su alrededor, siendo consciente de la suavidad de las plumas de las palomas de banda plateada que se posaban en el suelo del campo santo, la cabeza en llamas del pito japonés que se encaramaba a una de las verdes ramas de un castaño, el leve canto del diminuto zorzal de Amami, que con su cuerpo pardo, parecía estremecerse al atardecer siguiendo la estela de un cerezo en la lejanía.
El cementerio parecía albergar más vida que en la aldea natal del pelirrojo que se perdía en la lejanía de un angosto camino que subía al monte, el cual conducía al campo santo. Kirishima miró al chico rubio que estaba a su lado, y que ahora tenía los ojos cerrados y los labios tensos en un gesto de expectación. El pelirrojo sonrió, sintiendo que él también era consciente de la arrolladora energía que parecía manar de ese suelo de tierra, de esos gusanos, de esas larvas gordezuelas que tragaban la tierra a su alrededor como si degustasen el más exquisito de los manjares. Todo bullía en un ciclo de vida y muerte, en un Eterno Retorno sin principio ni fin, como el propio Nietzsche alegaba en sus teorías.
Los chicos se encontraban al lado de dos tumbas que se alzaban la una al lado de la otra, junto a un terreno elevado que sirvió, en un principio cuando se construyó el cementerio, para albergar los panteones funerarios de las familias adineradas del valle, pero que, con el crecimiento de la población de este durante las últimas décadas del siglo XXIII, se llenó de lápidas comunes. Aunque el campo santo no era muy grande, contaba con un columbario en uno de los caminos, junto con varios bloques de nichos, que se habían edificado cuando el terreno de este empezó a escasear durante unos años en los que la población se asemejó a casi la de una ciudad pequeña.
La losa de las lápidas tenía la piedra resquebrajada, y los nombres de los padres del chico pelirrojo parecían haberse desleído con el paso de los años. Junto a las tumbas reposaban dos rosas rojas, cada una en una de ellas, un símbolo de amor y de sangre, de memoria y de recuerdo, al fin y al cabo, un símbolo más para los vivos que para los muertos, pero necesario para el descanso de sus dolores. Mientras Kirishima se agachaba para quedar a la altura de las lápidas de piedra, observándolas con cariño, su mano derecha repasaba las hendiduras de la piedra, el bajorrelieve de los nombres de sus padres que estaban grabados con precisión junto a sus años de nacimiento y defunción que ya casi eran un borrón confuso de letras y números, queriendo empaparse de cada pequeño resquicio de vida que parecía flotar en el aire y le traía vagos recuerdos de su familia.
-Mamá, papá, me gustaría presentaros a alguien-Kirishima hablaba con las lápidas como si sus padres fuesen capaces de escucharle, como si estuviesen, de alguna forma, presentes en el aire inmaterial que les rodeaba, como si cada partícula que les envolvía palpitase y se expandiese, hablándole en susurros apagados-este es mi novio, Bakugou-Kirishima hizo un gesto con la mano, cogiendo a su chico para que se agachase con él, quedando a la misma altura que el pelirrojo, mientras extendía una de sus manos para rozar, con la yema de los dedos, las inscripciones grabadas en la piedra como minutos antes había hecho su compañero, recorriendo cada diminuta fractura de la piedra, intentando grabar en su mente el tacto de esta en sus dedos, la gravedad de su frialdad y dureza, la sencillez de su figura, el talante de seria fisonomía que las caracterizaba.
-Es un placer conocerlos-la voz de Bakugou se volvió espesa, pastosa-su hijo es el mejor hijo que pudieron tener. Se está convirtiendo en un gran héroe, deberían estar muy orgullosos de él. Jamás me iré de su lado-Bakugou se levantó y abrazó a Kirishima por la espalda, apoyando el mentón en el hueco de la clavícula del pelirrojo, que parecía tener el tamaño apropiado para que su rostro encajase a la perfección. Inspiró su olor con fruición, empapándose de su fragancia a jabón y sudor. Kirishima sollozaba quedamente a su lado, mientras correspondía al abrazo de su chico, depositando un beso casto en sus labios.
-Mamá sé que no te fuiste porque no me quisieras. Ahora lo sé. Tenías demasiado miedo para seguir tú sola, y yo solo era un niño. Amaste tanto a papá que querías volver a verlo. Te perdono porque...-Kirihsima tragó saliva, mirando a Bakugou a los ojos antes de continuar-...porque ahora yo también sé lo que es querer a alguien tanto como para que su ausencia te destroce por completo. Sé lo que es amar, mamá. Estoy muy contento de poder presentaros a Bakugou-sus palabras quedaron suspendidas en el aire inmaterial de la tarde, fluctuando entre los ecos de los graznidos y gorgojos de las aves, el frío de la brisa que les revolvía los cabellos, y el silencio que pareció establecerse después de que su voz muriese en la tarde sangrienta, como si todas las aves y las plantas del cementerio aguantasen la respiración en un mudo silencio de aprobación o rechazo, un sentimiento sublime que se disolvía en los colores vacuos del ocaso, como un mar de coral que extiende su música por el océano.
El rubio se sonrojó violentamente, mientras apretaba aún más a su chico contra su pecho, acariciando sus cabellos rojos teñidos, sus fuertes músculos, su espalda trabajada. Bakugou alzó la vista, cogiendo al pelirrojo del mentón y acercando sus labios a los de este, haciendo que Kirishima se sonrojase de inmediato. Aún estaban aprendiendo a no esconderse en público, y aquel gesto del rubio le pilló de sorpresa.
-Te amo, Kirishima-susurró Bakugou en los labios del pelirrojo mientras se enzarzaban en una pelea por ver quién era el que dominaba los labios del otro, buscándose entre sus lenguas, mordiéndose en un apasionado beso que, aunque era un gesto de amor, decía lo que sus gargantas no eran capaces de expresar en voz alta.
Las voces de las aves del campo santo estaban en silencio.
*Morir...¿caer como gota/ de mar en el mar inmenso?/ ¿O ser lo que nunca he sido:/ uno, sin sombra y sin dueño,/ un solitario que avanza/ sin camino y sin espejo?
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*La cita pertenece al poema XLV de Antonio Machado, incluido en su obra Proverbios y cantares.
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Y no saber nada [kiribaku]
FanfictionDespués de que la Liga de Villanos consiguiese secuestrar con éxito al joven Bakugou, y su rescate a manos de sus amigos y compañeros de la U.A, Kirishima empieza a notar cómo algo extraño le está sucediendo. ¿Qué significan esos sentimientos que es...