•Capitulo 2. Hora de un cambio.

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ALEX KENT.

Martes.

Había llegado tarde de nuevo del trabajo, bueno técnicamente no era un trabajo ―se recordó― trabajaba como voluntaria en un hospital a unos 54 minutos de su casa, hoy particularmente se había entretenido leyendo un libro de chistes con Mary, la pequeña de 9 años que tenía un virus estomacal, y estaba hospitalizada por 3 días mientras se reponía, había valido la pena, hace mucho tiempo que no se reía tanto, no desde que su mejor amiga April se había ido a la Universidad de Boston.

Se deslizo por el porche sigilosamente, abriendo la puerta con cuidado, conocía cada rincón de su casa, que tanto se podía abrir la puerta antes de que chirriara, o que tanto debía inclinarse para que su cabeza no tocara el adorno en el umbral de la puerta, una vez le había pasado, y como siempre no había terminado bien para ella, conocía también las tres tablas que sonaban si pisabas la alfombra de bienvenidos, sabia cuantas capas de pintura celeste tenia la fachada, o que el porche tenía tres escalones, sabía que la llave de repuesto se encontraba bajo la alfombra corroída y desgastada de la entrada; así como conocía que la alfombra que hoy era amarilla en un principio había sido de un color azul claro parecido al de un día soleado, además recordaba cada uno de los adornos delicados en el interior de la vivienda, claro que ninguno de ellos existía, su padre los había destrozado.

Conocía todo acerca de este lugar el único problema es que esta no era su casa, no era una casa para nadie, era una prisión, una de la que escapar en un futuro se hacía cada vez más improbable, sus esperanzas se habían ido desinflando con los años, ya no reconocía que porcentaje de esperanza albergaba aun su corazón, y con ellas su corazón también se desinflaba paulatinamente, ella no podía conocer su futura causa de muerte pero seguro iba a ser por desesperanza, su corazón iba a seguir encogiéndose hasta que muriera desamparado.

Camino en silencio por el pasillo, cuando de repente escucho un ruido que más tarde significaría su fin. Su padre en su habitual borrachera había dejado una botella de vidrio casi al pie de la escalera, botella que ella acababa de tropezar, Intento subir las escaleras, pero ya era demasiado tarde, vio salir a su padre del sueño en el sofá, la miro, la miro a los ojos y examino su postura sobre las escalera, supuso que así debía verse una foto instantánea de la policía cuando capturaban in fraganti a un ladrón. 

Ella miro sus ojos y le devolvió la mirada, ella supo en ese momento por la forma letal en que la miraba, que ella iba a morir a manos de su padre, no importaba si iba a pasar ahorita o dentro de una semana, ella iba a morir de esa forma, lo sabía, así como sabia que el cielo era azul, se había equivocado al pensar que no podía conocer con seguridad su causa de muerte.

Corrió hacia el final de la escalera, pero su padre era rápido, no sabía cómo, pero siempre lograba alcanzarla a la velocidad del rayo, la sujeto de un brazo y la empujo contra la pared entre los dos cuartos, su brazo ya empezaba a doler, otro moretón, pensó desanimada, apretaba tan fuerte que en un minuto seguro le desarmaría el brazo.

―Pequeña buscona. ―gruño― Siempre con tus escapadas de noche, ¡A ESTA ALTURA YA DEBES HABER DORMIDO CON TODO EL SUCIO PUEBLO! ¿CIERTO? ¡Y lo peor es que no compartes tus ganancias con tu padre! Deberías avergonzarte niña, sales todas las noches y siempre llegas tarde, por lo que seguro trabajas muy duro, ¡¿NO?! Comparte un poco con tu padre, hija. ―su voz sonaba como el veneno.

Ella odiaba escucharlo gritar y su brazo ya empezaba a palpitar, concentro todas sus fuerzas en no llorar.

―¡NIÉGALO! ―Sus gritos estremecían toda la casa y los oídos le dolían―¡HABLA! ―la sacudió con fuerza. Él solo negó, y sintió el dolor del golpe en la mejilla, a estas alturas, una bofetada era la menor de sus preocupaciones. Ella negó con la cabeza, no sabía que otra cosa hacer, solo negar, y rezar porque su ataque de ira menguara, aunque no fuera la verdad, ella no era algo siquiera cercano a una ramera, algo que su padre ignoraba; no es que a él le importara, había empezado a acusarla de prostituta, debido a que los últimos días había llegado tarde, pero si lo negaba todo terminaría peor, si es que eso era posible. Oh, pero el destino era macabro, y la sonrisa oscura de su padre le decía no solo que se podía poner peor, sino que el estaba muy molesto, se estremeció, supuso que así debía ser la sonrisa del diablo.

Cicatrices en el Alma [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora