Capítulo XXXVI: El primer aviso

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Cuando la charla con David se dió por terminada, por obvias razones, Zoe se encargó de llevarnos a todos hacia las instalaciones para huéspedes. La verdad es que, mientras pensaba en toda la información que David había soltado, no presté atención a cómo salimos de aquella sala y cómo llegamos a este pasillo.

Solo sé que en todo el camino, todos íbamos en silencio y la primer puerta de habitación que abrió Zoe fue la que atravesé. Tris fue la única que me llamó por mi nombre, o por mi antiguo nombre. ___________.

Pero ahora soy California. Me pregunté si ahora debía responder a ese nombre o al anterior. Si yo era seria, caprichosa, o una idiota que nadie toleraba. También me pregunté por mis amigos aquí, o incluso por una madre. ¿Mi verdadera madre estaría viva?

Lo único que hice desde que me adentré en la habitación fue pensar en silencio, mientras la nostalgia me invadía ya que la decoración del cuarto era muy parecida a las de Erudición. Las paredes blancas, los adornos justos y necesarios. El escritorio y la biblioteca como pieza central.

Todo era erudito para mí. Y es que mi vida en Erudición fue toda una mentira. Solo viví menos de dos años allí, nunca conocí a la supuesta madre que Jeanine asesinó. Nunca hable con Jeanine sobre eso, nunca jugué con mi padre al ajedrez, jamás había hecho ninguna de las cosas que estaban pegadas a mis memorias de la infancia.

Y lo que si hice no lo recuerdo.

Y ahora me llamo California. Qué nombre ridículo.

—__________ —pronuncia la voz de Eric, detrás de la puerta. Pronto se escuchan dos golpes en aquella madera provocados por sus nudillos. Con el puño de mi campera, todavía manchada con sangre de Matt, seco mis lágrimas. Matt.

Matt o Brayden. Brayden mi novio, Matt mi tatuador, el que quiso matarme. Brayden el hermano mayor de Eric.

Esto tenía que ser una broma cósmica.

Por favor, ábreme.

Me pongo de pie y me acerco hacia la puerta. No estaba segura de abrirla, no estaba segura a qué venía Eric, en realidad... No estaba segura de nada.

—¿Qué quieres? —le pregunto, apoyándome contra la puerta.

—Quiero entrar, ábreme. O sabes que soy muy capaz de tirar esta puerta abajo.

—Me gustaría verte intentarlo —digo sin ganas. Mientras abro la puerta, observo que Eric se alejaba tomando carrera, me sorprendió que sea cierto. Cuando observa que la puerta se abre, sus ojos grises y curiosos se dirigen a mí.

—Te dije que podía hacerlo —me apunta. Me muevo de la entrada para que pudiera pasar, y finalmente vuelvo a cerrar la puerta. Eric se queda en silencio, mientras me mira de frente y cruzando sus brazos. Él ya llevaba otra ropa, algo que seguramente sucedió en las tres horas que estuve encerrada y sola con mis propios pensamientos. La ropa lo hace más... No sé, más Eric. Me recuerda a lo guapo que lo ví la primera vez, cuando recién entraba en Osadía y él se acercó al tejado para decirnos que saltemos. Me acuerdo de sus primeras sonrisas ante mis chistes, sus miradas en el entrenamiento, sus consejos para pelear. Incluso la primera vez que me visito en la enfermería. Todos esos recuerdos parecen más nítidos ahora que sé que los anteriores fueron producto de una botella o de un químico. Tomaron un hombre de Erudición y modificaron su cerebro para que creyera que yo era su hija.

—¿Y bien? —pregunto, cruzándome de brazos e imitando su posición.

—Realmente vine... Vine aquí desde que te encerraste y nunca me animé a tocar.

—¿Por qué no? —pregunto, sin saber qué responder.

—No sabía qué decir, ni cómo comenzar. Yo... ________ —dice, y parece morderse la lengua. Con su dedo índice toca su sien por un momento y toma asiento en uno de los catres. La habitación tenía lugar para cinco personas, pero yo quería estar sola. Los resortes del colchón rechinan ante su peso —No quiero abrumarte más de lo que estás.

Soldiers - Eric/DivergenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora