Soldiers - Eric/Divergente

Capítulo XLII: La muerte

Eric abre los ojos abruptamente. Le pican, sus ojos pican y tiene una incesante necesidad de gritar, no sabe por qué pero la necesidad es enorme. Su garganta está conectada a un tubo que le impide respirar normalmente, un tubo que antes lo ayudaba pero que ya no necesita más. Intenta levantar sus brazos y arrancárselo, pero sus brazos ahora parecen ser de otra persona, responder a otra voluntad. Su pecho comienza a agitarse por la falta de oxígeno, y eso activa una alarma de color rojo en la estación de las enfermeras. 

La Doctora Foster es quien primero ve la alarma, ella era la única que había quedado en el hospital para poder vigilar a Eric Conners, a su paciente de alto riesgo, y a su más importante pase hacia la confianza de David. Corre, corre tan rápido como sus piernas lo permiten y una pizca de esperanza hacia Eric se eleva en su pecho, oprimiendo con fuerza y causándole un estado de adrenalina completamente elevado.

Cuando llega a la habitación de Eric, observa que su rostro estaba algo morado por la falta de oxígeno y enseguida se acerca a él. Lo toma del hombro con una sola mano para tranquilizarlo, y con la otra mano toma rápidamente una tijera.

—Tranquilo, tranquilo —le murmura, necesitaba que Eric se quedara un poco quieto, pero entendía su estado de conmoción actual. Con la tijera corta el cable de la intubación de Eric, con una felicidad inmensa hacia el soldado que ahora respiraba por su cuenta. Con cuidado, pero con movimientos rápidos termina por quitar el tubo de la boca de Eric y éste tose como era de esperarse.

La tos de Eric se calma con el pasar de los segundos, mientras deja que la Doctora Foster le tomara los signos vitales, y siguiera toda la rutina de un paciente que se recupera de una situación tan intensa como la vivió aquel soldado.

—¿Recuerdas lo que sucedió? —le pregunta, mientras con una pequeña linterna examina las pupilas de Eric. El rubio carraspea su garganta, siente que tiene millones de cristales pequeños clavados en toda la extensión de ésta, y por lo tanto no quiere hablar demasiado.

—Me dispararon en la periferia —habla con la voz rasposa —, Dónde está California?

—Dime, Eric, ¿Qué más recuerdas? —intenta sacar información, mientras deja la linterna asegurando que sus pupilas lucían bien y toma el estetoscopio para escuchar su corazón. Apoya el frío metal en el pecho desnudo de Eric y él se estremece un poco ante el contacto, e impaciente suspira por la falta de respuesta a su pregunta y por el poco tacto de la Doctora al ignorarlo completamente.

—Recuerdo bien cómo un sujeto del Departamento me disparó, y si quieres seguir exprimiéndome para sacar tus propias conclusiones tendrás que esperar o decirme dónde está mi novia —habla con determinación. La Doctora lo observa con impaciencia, odiaba a este tipo de personas abusivas y demandantes, pero suspira y cuenta hasta diez mentalmente. Era su paciente, y le agradara o no, debía tratarlo como paciente, de una forma neutral.

—Eric, primero debemos cuidar que tú herida...

—¡Revisa la puta herida y dime dónde está California! —habla con la voz demandante, interrumpiendo a la Doctora. Ella se sobresalta, pues no creyó que el tono de voz de Eric podía ser tan alto y grave.

No dice nada. Porque si decía algo, mandaría al carajo a Eric y eso no podía permitirselo. Con cuidado y rapidez examina su herida de bala, bien cicatrizada y con el tejido de alrededor de un color rosaceo, tal como era de esperarse. Palpa la zona y observa que Eric no tensa ningún músculo, por lo que no debe dolerle o tiene un umbral elevado de resistencia al dolor.

—No sé dónde está California, y alguien atacó el Departamento así que debo estar pendiente de cuando lleguen personas que necesiten ayuda. Quédate acostado hasta que las drogas circulen más rápidamente por tu cuerpo y sean eliminadas —le ordena, y finalmente sale de la habitación.