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Niall se despertó más tarde de lo usual ese día; la mañana estaba particularmente callada para ser un domingo. Él no iba a la escuela, recibía educación especial en casa, pero a pesar de ello, su madre lo despertaba todos los días puntualmente a las ocho de la mañana para tomar el desayuno, despedir a su padre, y ponerse a sus lecciones.

Frunció el ceño, frotando sus ojos con sus puños para ahuyentar la pereza. Aún podía percibir la claridad en la habitación, por lo que asumió que tal vez era ya medio día, y nadie había ido a despertarlo, lo que le pareció extraño. Con la punta de los dedos de sus pies, buscó sus zapatillas en el suelo caliente, por el que la planta de su pies resbaló con facilidad sobre la madera pulida. Se puso de pie con el cuerpo pesado y se arrastró hacia la puerta, buscando el picaporte con la mano. Todo afuera estaba tan silencioso que le provocaba escalofríos. 

Cuando por fin sintió el frío tacto del metal redondo, intentó el picaporte sin éxito alguno. Al principio, dedujo que se trataba de una falla en el seguro, o que el mecanismo se había averiado, por lo que decidió gritar por su madre.

—¡Mamá! —voceó, escuchando el simple eco de su voz rebotar contra las paredes— ¡Ma'!

No hubo respuesta alguna.

Niall comenzó a pensar que su madre había salido a comprar algunos víveres, y se había olvidado de avisarle; sin embargo, mientras el incesante click de las manecillas del reloj y el constante recordatorio de la hora proveniente de su alarma, indujeron al corazón de Niall a caer en la desesperación. 

Decidió intentarlo una vez más, llamando el nombre de su madre y hermano con la esperanza de que alguno lo escuchara a lo lejos y corriera a ayudarlo. Pero todo intento resultó inútil después de un rato.

Sabía que su padre estaba probablemente en el aeropuerto recogiendo a la tía Claire, que pasaría las fiestas con ellos; sin embargo, ¿en dónde estaban su madre y su hermano? 

Niall se decidió.

Ubicó la posición de la puerta, dio un par de pasos hacia atrás y se lazó contra el tablón de madera con todas sus fuerzas. La puerta no se abrió al instante, pero solo bastaron cinco intentos más para que el pestillo cediera ante los insistentes golpes de Niall.

Él era un niño débil, muy flacucho para su poca fortuna; su madre no lo dejaba hacer nada en casa, y las veces que había intentado ejercitarse, siempre había terminado herido. Pero aún considerándolo todo, fue capaz de abrir la puerta después de unos cuantos empujones desesperados. Sonrió victorioso, creyéndose menos inútil de lo que imaginaba.

Caminó por la silenciosa casa, llamando a su madre una vez más, pero como era de esperarse, no obtuvo respuesta. Tomó el barandal de las escaleras y a paso rápido bajó por ellas hasta la estancia, había vivido tanto tiempo en aquella casa como para caminar por ella con confianza. Llamó a su madre una vez más, ésta no contesto.

Niall conocía ya todos los trucos y mañas de la casa, desde como entrar a la habitación barricada de su hermano sin que éste se diera cuenta, hasta como escaparse de su madre por las tardes solo para tomar algo de aire fresco en el jardín. Caminó hasta el recibidor, sin que su mano abandonara nunca la pared. Encontró después de unos segundos un pequeño remoto empotrado en el pasillo, en donde con audacia, comenzó a contar los botones hasta que su dedo índice aterrizó en el número siete. Niall lo presionó sin titubear, pero nada pasó.

La puerta del garaje seguía abierta, lo que quería decir, que la van de su padre había emprendido marcha hace quien sabe cuanto tiempo.

Niall resopló, sin embargo, no se afligió.

Al parecer, estaba solo en casa, que era un acontecimiento extraño. Su madre siempre era reticente a dejarlo solo; por lo general, lo obligaba a acompañar a su hermano a todas partes, a pesar de que era más que evidente que Greg no quería llevarlo a ningún lado consigo. 

voraz; nsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora