voraz; ns

epílogo;

El mercado era un inusual lugar en donde pasar tu cumpleaños número veinte.

Al menos lo era para Niall.

Su hermano, esa mañana, lo había sacado de la cama con repetidos golpes en la puerta de su habitación. Desde que habían llegado a Irlanda, se le había hecho un hábito sacar a Niall de la cama desde muy temprano cada domingo, para llevarlo a comprar víveres. Greg sabía que era él quien acompañaba a su madre al supermercado cada fin de semana, pensó que tal vez, ya que su madre no estaba, podrían retomar la tradición ellos dos.

A Niall le pareció un gesto adorable, hasta que el primer domingo, obtuvo a un escandaloso Greg golpeando la puerta de su cuarto a las siete de la mañana. Se hundió en sus edredones, tapándose de pies a cabeza.

Ahora, en ese momento, vagaba por los pasillos del mercadillo aburrido hasta la muerte, con Sam en una mano y Auggie en la otra, mientras Greg intentaba decidirse entre dos diferentes marcas de pepinillos. Auggie, a sus pies, restregaba su cabeza peluda en su pierna mientras ambos esperaban impacientemente.

Auggie era un lazarillo que su padre le había conseguido un par de años atrás. A diferencia de Derry, el gran labrador rubio era un hiperactivo canino de temprana edad, demasiado dependiente de Niall como para despegarse de él, incluso cuando no estaba en servicio. Era un perro irlandés, por lo que Niall tenía que hablarle en gaélico, pero eso solo lograba que su lazo con Auggie se volviera más estrecho.

—Oye, Denisse quiere hacerte un pastel. No cumples veinte años todos los días. Iré a ver que ingredientes puedo encontrar, toma lo que quieras, ¿te veo en la entrada? —inquirió Greg, alargando su mano para que Sam fuera con él.

Niall sintió como Sam se deslizaba de su agarre y corría a un lado de su hermano, asintió un par de veces, demasiado distraído rascando las orejas de Auggie para musitar alguna palabra, dándose cuenta de que necesitaba un baño. Tal vez al llegar a casa lo llevaría al granero y le daría uno mientras Denisse horneaba su pastel.

Greg había conocido a su novia dos años atrás, un año después de haber arribado en Irlanda. Todo ahí era, ciertamente, diferente. Incluso si no podía ver, Niall podía sentir la ligereza en el aire, la falta de pavor y peligro.

Irlanda había cerrado sus fronteras justo antes de que la alerta de pandemia hubiera salido al aire en Londres. Se dice que existieron casos aislado, según Niall había escuchado de parte de su abuela, pero aquellas personas habían sido puestas en cuarentena inmediatamente, y nadie más supo que pasó con ellas. El abuelo decía que las mataban y las arrojaban a fosas incendiadas. La abuela decía que los sacaban del país.

El pueblo en el que había vivido cada vacación, también había cambiado. Para llegar a Mullingar, habían tenido que atravesar cientos de filtros, les habían hecho todo tipo de pruebas, antes de tan siquiera dejarlos subir al Ferry que los llevaría a las costas irlandesas. Una vez esas pruebas se vieron superadas, recibieron una constancia de sanidad, comprobando que, de hecho, no estaban infectados. No debían perderla. Las grandes ciudades se habían disuelto en colonias, y para cruzar de una colonia a otra, tenías que mostrar la constancia de sanidad. Además, tenían que agregar su nombre en las listas de refugiados de cada colonia.

Mullingar constaba de tres colonias, y Niall vivía en el rancho de sus abuelos en una de ellas, llamada Berkeley. Ellos eran los encargados de proveer de proteína a la colonia. Louis y Liam lo ayudaban con el trabajo pesado en el rancho, y a cambio, recibían asilo y comida.

Todo parecía ir de maravilla para todos. Greg tenía una novia, que ahora estaba embarazada, y si era niña le pondrían Maureen. Sam ya tenía tres años, asistía a la guardería comunitaria. Liam había aprendido lenguaje de señas y ahora, parecía más reconectado con Louis que nunca. Siempre se aseguraba de interpretar lo que decía para Niall, que no podía verlo, pero si era sincero, los comentarios de Louis no sonaban tan graciosos desde la voz de Liam.