Perfumes

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Julianne pov
Todos los días venideros olían a ella. Quizá porque algo me decía que estábamos bien después de la inmensidad de momentos que vivimos juntas y separadas.

Esa platica en la mañana me daba esperanza. Una buena esperanza del porvenir. Quizá debimos pasar por todo eso para darnos cuenta de que no estábamos listas para tenernos en ese momento.

Sus ojos chocolate se perdían en el inmenso azul del lago. En sus aficiones por la pesca y esas manías de construir barcos de madera a escala. Siempre encontraba algo que hacer. Siempre buscaba como entretenerse y calmar sus nervios.

Era increíble que cada mañana se levantara primero que hasta el mismo Sol. Sin trabajos estresantes solamente se dedicaba a leer y a construir.

Era ya de noche, y la luna resplandecientemente redonda alumbraba el pasillo de casa. La puerta de la habitación de Daniela estaba abierta. Y mirando más allá, pude verla recostada, con su camisa holgada y con solo ropa interior.

Era hermosa, mucho más que eso. Una preciosidad de mujer. Aunque perdiera lo que perdiera, jamás dejaba de ser ella y el hermoso ser que de verdad, podría iluminar la vida entera.

No pude contenerme más, me acerqué un poco más a la habitación y me adentré en ella sin pensar. Sólo quería ver a Daniela de cerca. Su cuerpo relajado sobre las sabanas y su pierna encima de una almohada. Toda ella era un poema, complejo y divino al mismo tiempo.

La luz le daba un toque aun más misterioso. Sus largos cabellos cubrían parte de su rostro. Tan solo con observarla podías sentir una tranquilidad inmensa.

Pero en determinado momento, su cuerpo comenzó a entrar en tensión. Unos espasmos recorrieron su cuerpo y sus brazos comenzaron a moverse ágilmente. Y con ruidos provenientes de su boca, eran como sollozos o gemidos de dolor.
Algo sucedía en su sueños, en sus pesadillas más bien.

-¡no, no, no!

Gritó Daniela, y un instinto me llevó a ella, me senté sobre su cama y le toqué la frente que estaba bañada en sudor, al igual que su pijama.
Al rozar su piel, abrió los ojos tan abruptamente que casi me da un infarto del susto. Sujetando mis manos con una fuerza impresionante y parecía que casi no me reconocía.

Pero poco a poco, su mirada se fue suavizando cuando notó que era yo la que estaba a su lado.

-¡Dios! Julianne, me asustas. Estaba soñando algo... algo que siempre sueño.

Musitó tallandose los ojos con algo de frustración.
Su cuerpo sudaba, y se miraba un poco desencajada.

-parecía que era una pesadilla, por eso me atreví a entrar.

Asintió sujetando mi mano.

-no lo era, solo fueron recuerdos pelirroja. No pasa nada.

Sonrió diciendo ese apodo, que ciertamente me fastidiaba un poco. Pero ella, la niña con ojos chocolate me fascinaba más de lo que cualquiera de sus apodos o palabras pudieran pronunciar. Su manera de expresarse al sentir algo gracioso y ese interminable parpadeo coqueto.
Todo en ella parecía una genialidad de obra cometida por Dios. Si tan solo el mismo se diera cuenta que hizo algo tan perfecto, bajaría en su propio pie para llevarse a este ángel terrenal de vuelta al Paraíso.

-¿puedo preguntar qué pasó?

Me tomé la libertad de cuestionar algo que me mataba de la duda y ella, también dubitativa miró el reflejo de la Luna en el cristal de la ventana. Aspirando una cantidad de aire enorme, fijó su vista de nuevo en mi. Procurando no volverse oscura o temerosa de hablar.

Era valiente hasta para reiterar esa fuerza de voluntad.

-miré muchas cosas Julianne, me atormentan muchos recuerdos imborrables en la mente. Y caer en cuenta que aunque di todo de mi por ayudar, miles siguieron muriendo y yo no hice la diferencia.  Miles, murieron en situaciones atroces que nadie debería pasar. No pienso ni por un instante que pude haber hecho un peor trabajo, porque fui un asco. Debí haber hecho más y no fue así. Viviré con eso toda mi vida, y ahora cada noche pido por esas almas y todas las que siguen sufriendo para quitar el pesar de su vida y vivan.

Su piel húmeda por el sudor brillaba, y aunque tenía muchas cosas que decirle, no dije nada y solo la abracé con la fuerza y con la certeza de que no la volvería dejar que se fuera de mi.

Pasó el rato y no me desprendí de ella y con la gentileza y su sobrada vanidad que me enloquecía, hizo un espacio guiñando su ojo y sonriendo con aquella sonrisa tierna pero desastrosa que tanto había provocado en mi.

Me acosté junto a ella sintiendo su dulce aroma en mis fosas nasales, su tan delicada piel bajo mis dedos. Y ese corazón tan grande latiendo en su interior. Sabía que yo jamás la iba dejar de amar. Aunque miles de torrentes me pasaran encima, miles de plagas arrasaran lo poco que soy y aunque millones de almas quisieran tomar su lugar, jamás dejaría de pertenecer a Daniela Cigés Boné. Y aunque me cueste la vida, y si hasta el fin del mundo termina, allí también estaré. La amé desde que la vi, por más trillado que se escuché. La amé incluso cuando se fue, cuando murió, cuando partió, cuando me dejó. La sigo amando y la seguiré amando.

Sin darme cuenta un sueño profundo me derrumbó. Y escuchar las aves afuera fue un buen despertar. Lo mejor fue tenerla cerca y que siguiera dormida. Pude verla más detenidamente y con toda libertad. Era hermosa, la niña más hermosa que en este mundo habita. La niña más perfecta que en el mundo existe. Sin pregonar su perfección porque cualquiera mataría por estar en donde yo estoy ahora.

Sus párpados despacio se fueron abriendo. Como persianas, y al igual que el Sol, calentaba lo más profundo de mi alma. Sus pestañas tan largas y finas, se movían con rítmico parpadeo. Con intenso sentimiento, con gloriosa ternura.

-yo...

Dijo Daniela antes de carraspear.

-yo nunca he sido una mujer de palabras hermosas. Siempre he querido tener una vida como las de mis madres. El tener a alguien a quien amar y proteger y formar una familia. Eso pensé que lo tendría de forma inmediata. Pero la vida se aseguró de reiterarme que las cosas no son como yo pensaba. Y de forma cruel, me arrebató muchas lágrimas y noches en vela. Pero una cosa sí tengo clara, en la poca y casi nula experiencia en el amor que tengo; puedo reconocer lo que hay en mi. En este largo caminar he aprendido a observar lo que es el amor de verdad. Y creo, creo que eso es lo que he sentido por ti desde hace mucho. Y es lo que no he dejado de sentir. Soy torpe con mis palabras, soy lenta de la lengua. Pero mi corazón es sincero. Y por siempre ha de ser tuyo. Toda una vida junto a ti quisiera, que no te alejaras y guardaras tus días para mi. Quisiera caminar a tu lado en lo que resta del para siempre y forjar nuestra eternidad con un cincel. No quiero que te apartes de mi y que no permitas alejarme de ti. Quiero que la vida lleve el nosotras en la frente y que nunca deje de clamar que el futuro nos pertenece. Lo que quiero decir Julianne, es que te amo. Y no sabía yo que aquel día que te vi te convertirías en una luz, en una llamarada que incendió mis años, que se apagó por instantes y renació siendo un volcán. Te amo y quiero que te quedes aquí, conmigo... aquí frente al lago, haciendo desayuno para dos, navegando en una balsa en el lago. Aquí, escogiendo una película para ver, poniendo musica de Abba y cocinando vegetales. Aquí eligiendo el mejor tapiz, aquí maquillandome. Aquí siendo tú, aquí siendo de mi, aquí siendo nosotras dos.

No pude hablar, y solo me nació besarla con la esperanza de vivir. Vivir siempre, amarla siempre. Vivir amándola, vivir amándonos...

C'est fini.

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Chicos, aquí ya está el final. Espero que no me odien. Que no me dejen de leer. Pero consideré que ya era hora de cerrar el ciclo.
Les agradezco que me lean y continúen mis historias. Sé que no actualizo rápido y eso, pero me gusta dedicarle su tiempo a mis escritos.

Bueno, el final. Espero les guste.
Los amo, y les mando un saludo desde el Norte de mi país al suyo.

No sabía. Segunda parte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora