Nuevos inicios

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Daniela pov.

Afortunadamente avanzar cada paso por los pasillos de ésta institución me llenaba de seguridad. Y a decir verdad, me ayudaba a ver el contexto en el que desenvolvería mi campo.

Ingresé con todas mis pertenencias a mi nueva habitación. Sin compartir con ninguna otra persona por ser estudiante de medicina. Contaba con un escritorio, una cama individual, una mesa de noche con una lampara, un armario angosto donde no cabría ni la mitad de ropa que tengo en casa. Mis uniformes ya estaban colgados en ganchos, el de gala, dos del día cotidiano. Una bata de laboratorio, y una estantería para libros, y en la puerta había un espejo largo, como de un metro de alto.

Entré observando detenidamente cada uno de los centímetros de ésta pequeña recamara. Sintiendo hasta cierto punto, claustrofobia.

Lo primero que hice fue desempacar una laptop en mi escritorio, colocar unas fotos familiares y otras de Cate y yo juntas. La poca ropa cotidiana la coloque en un lado del armario, y ver todo el orden que debía tener a diario no me asustó como pensé que lo haría. Indudablemente esto sería de constancia y disciplina.

La camisa verde militar que traía puesta con este peinado de coleta alto y totalmente pulcro, sin ningún cabello fuera de su lugar. No podía creer que me mirara tan, pero tan distinta como me vestía hace algunos meses atrás. Que mi actitud cambiara tan drásticamente para convertirme en una joven así de entusiasta por salvar y preservar la vida.

Al instalarme, finalizando de ordenar todo salí al pasillo observando detenidamente a los que serían mis vecinos. El silbato se escuchó, exigiendo la presencia de todos. Y una mujer uniformada de una forma casi imposible, se presentó con tal autoridad que asustaba y hacía que te dieran ganas de orinar.

-Soy la teniente coronel Helena Dimond. Soy su nueva jefa, emperatriz y mandamás. Lo que yo diga se hace sin rechistar. Obediencia, templanza, respeto, solidaridad, trabajo en equipo, humanidad, orden y vocación es lo que se necesita para graduarse de esta institución. Quien no sepa obedecer, quien no sepa trabajar en conjunto se larga de inmediato. Ahora, sin más preámbulo, señoritas, ¡marchando a clases!

La mujer, es decir, la teniente coronel Dimond era alta y sí de cierto modo bella, rubia cual rayo de Sol y blanca cual leche. Increíblemente llamativa, con unos ojos azules rasgados que centelleaban disciplina y orden. Que aclamaban las jerarquías militares y que no la asustaba nada.

Al haber hablado así, todos los presentes corrimos a clases. El primer día y ya había olor a orines en todos lados. Creo que era lo usual después de haber pasado por ese momento casi terrorífico con la teniente coronel.

Presentaciones sistematizadas, humillaciones tradicionales. Acciones rutinarias. Teorías, ejercicios y calentamientos.

Días así pasaban, semanas tras semanas de cansancio extremo y agotamiento cerebral. Con exámenes médicos, exámenes de fondo físico, exámenes de resistencia. Todos los retos a tu energía posibles. Dejándote en un completo estado de coma, en un desgaste emocional por el constante trato denigrante, por la lejanía de tus seres queridos, por echar de menos tu antigua rutina diaria de estar en casa. Desgaste corporal, con rasguños y moretones por todos lados. Era excitante, era emocionante y llenaba de adrenalina. Saber que tarde o temprano, estarías al pie del cañón resguardando vidas, generaciones enteras.

Así sin darme cuenta, se habían pasado los años, así con ese mismo trato recibido olvide que el tiempo no perdona y avanzaba cual bólido. Ahora ya estaba por terminar la carrera. Con Catherine respaldando mis decisiones. Con mis madres apoyando mis acciones.

Este fin de semana era el más importante de todos, era mi aniversario con Cate ya llevábamos siete años juntas desde que estaba en último año de bachillerato. Y desde entonces, jamás me había dejado sola enfrentando al mundo.

Durante la cena semanal, la que siempre hacían cuando venía a casa, Cate estaba mirandome constantemente. Como si algo en mi la magnetizara.  La observaba de reojo y su mirada penetrante me llegaba a lo mas hondo.

Entonces, de lo más recóndito de mi alma, me puse de pie. Todos me empezaron a mirar. No había tenido tiempo de quitarme el uniforme pero, no me importo en absoluto. Como dije, me puse de pie y recorrí la silla para comenzar a inclinarme quedando de rodillas.

Todos atónitos observaban la escena y una Catherine aún más sorprendida no comprendía lo que estaba a punto de hacer.

Con el valor que he desarrollado y explotado, respire profundo largando toda esa tonelada de aire de mi cuerpo después.

-Catherine, sé que he estado algo ausente... quizá ahora mismo ruego a que algo divino ponga las palabras correctas en mi boca, todo absolutamente todo este tiempo he sido tan feliz. Compartiendo esta etapa de mi vida contigo, cada alegría y cada sentimiento vivido, siempre es un placer y un honor que tu tengas estas mismas memorias que yo. Ya estoy divagando, perdona amor, a lo que voy es que no sé que sería de mi vida si no estuvieses en ella. No hay momento ni circunstancia en donde no piense en ti, en que no piense en el amor que te tengo que es inmenso y que sueño y añoro vivir a tu lado por el resto de la vida, y aún más allá de ella si es que hay una vida después de la muerte... incluso allí quisiera seguir compartiéndola contigo. Catherine, no soy tan elocuente, pero amor mío con los años que me queden por vivir siempre diré que te quiero, me dedicaré a ti, te amaré hasta que muera y ni siquiera así lo haría... te amo Catherine Miller, quiero claro, ¿si tú quisieras casarte conmigo?

No sabía. Segunda parte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora