Cruzadas

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Daniela pov
Se había ido, el pequeño no pudo más. Yo hice lo que pude pero no funcionó.

-Dan, escucha... hiciste lo que debiste

Carol trataba de sujetarme las manos. Pero yo no podía más tampoco. Ni con ella, ni con nada más. Me levanté poco a poco y esperando a que ella retrocediera caminé hacia la puerta. Ya no podía más.

-¿Daniela?

Escuché su voz. Caminé para el pasillo y subí los estúpidos escalones que daban para su oficina. Ella venía tras de mi. Y todo el personal notó mi furia.

Entré en su oficina, me quité la identificación.

-ya no puedo más. Ya no quiero más, renuncio doctora Spencer. Muchas gracias por todo.

Salí con ganas de matar a todo el mundo, ya estaba un frío descabellado fuera. Y el viento casi cortaba la piel como cuchillo. Yo ni siquiera sentía resequedad en mis mejillas.  Solo había molestia, miserable molestia y enfado de haber colocado una muerte más a mi lista.

Decidí irme del puto hospital para no volver más. Ya había sido suficiente, podía vivir muy bien con la puta pensión. Ya no debía preocuparme por nada. Más solo de mis malditos recuerdos.

-¡Daniela!

Me giré para ver quién me había llamado y miré a Carol preocupada.

-¿qué acaba de pasar?

Volvió a preguntar al ver mi semblante

-renuncié Carol. Ya no puedo seguir fingiendo que salvo personas. Salvo a una y mueren dos. Ya no quiero esto, no me hace bien. Debí haberme quedado en Siria. Ahí sería más útil.

-Daniela, por favor. Mira lo haces, eres alguien muy importante en este lugar.

-Carol de verdad, ya no puedo. Un soldado debe saber cuando retirarse y esta es mi señal para hacerlo.

-¿te irás?

-a vivir mi vida frente al lago. Con calma, con serenidad y alejada de todo lo que me lastime. Ya estoy cansada.

Me di media vuelta y me metí a mi furgoneta, no tenía nada más que pensar o que sentir. Solo conducía rumbo al lago. Y mi cuerpo entero estaba tenso. Quería dormir, quería soñar con Cate. Quería despertar y verla a mi lado. Pero no, nada de eso podría ser verdad.

Compré algunas cervezas en el camino, y decidí pasar el resto de mi tarde frente al lago. Solo ahí.

Y así fue, no sé cuántas malditas horas gasté allí, el Sol se ocultaba y sus rayos iluminaban todo el lago. Mi vista estaba concentrada en ello. Ni siquiera me quite el uniforme del hospital. Solo me senté allí y observaba la puesta del Sol.

-parece que este es el mejor lugar para estar...

No me tomé ni siquiera la molestia de girarme. Sabía que era Carol.

-el mundo ha sido siempre una mierda. Pensé que el amor sería un detonante para hacerlo cambiar. Pero ni siquiera un sentimiento así puede ayudar al maldito final que le espera a este planeta. El problema somos nosotros, todo lo provocamos nosotros. Todos absolutamente todos hemos contribuido a una destrucción masiva de todo lo que se conoce. No solo ambiental, no solo social o económica; hemos destruido cada suspiro de claridad. Con balas, con maquinas de matar, con pólvora, con cuchillos y veneno. Hemos convertido a las generaciones en inútiles instrumentos de un ocaso tan horrible como la agonía del mismo espíritu. Como la exterminación de valores y la aniquilación humana. Un mundo que quiere que te accidentes, un mundo que quiere que te de hipotermia, neumonía y alguna enfermedad epidemiológica. Un mundo que destroza toda humanidad, toda gentileza, toda sensación de bienestar. A ese mundo regresé, después de haber luchado por preservar algo de dignidad y sí, de nuevo, humanidad. He regresado, he regresado para ver que aquí sigue siendo igual. El mundo es igual.

Saqué un efusivo discurso que exclamaba desesperadamente por ayuda. Miré de vuelta a ella que observaba mis gestos.

-a veces es duro darnos cuenta de nuestro peor miedo. Pensaremos que hemos sido inútiles. Que todo nuestro esfuerzo no fue nada porque todo sigue igual. Preguntamos a nosotros mismos ¿qué mierda sirvió haber perdido mi brazo, mi pierna, mi alma o mi corazón en batalla si todos son mal agradecidos y unas completas bestias? La vida no siempre auxilia a los individuos a darse cuenta de lo que han hecho. Y a veces, en su mayoría es demasiado tarde. Y todo se va a la mierda. Ahí es donde comienza la verdadera guerra Daniela. La guerra contra uno mismo. La guerra por prevalecer en el mundo por continuar creyendo en el.

-yo ya no creo en el. Dime ¿para qué creer en Dios si no salvó a esos niños del orfanato? Se supone que los niños son los corderos de Dios. No hizo nada para evitarles el dolor. No hizo nada para quitarles el hambre o los buitres de sus cabezas. Simplemente los dejó morirse. Los dejó a su suerte en su maldito desierto. Los dejó a ellos y otros millones.

-¿te sientes sin fe?

-sin nada. No solo sin eso, no hay algo totalmente cierto. Ya no creo en nada, en absolutamente nada. Nunca pensé que mi vida se convertiría en un completo basurero de vacíos.

-¿estás bien?

-eso ya es redundante ahora Carol...

-a veces es de cierto modo la pregunta que necesitas escuchar.

-pues no estoy bien. Ya no puedo seguir con nada.

-¿nada?

-ya no volveré al hospital para ver que todos se regocijen en el muladar y la mierda y media que viene por delante.

-¿te vas del hospital?

-sí. Me dedicaré a estar aquí...

-¿crees que te de paz?

-creo que me dejara de doler.

-nada deja de doler Dan. Hay que sobre ponernos a las situaciones.

-es fácil para ti decirlo Carol. Pero ya, lo único que quiero es estar tranquila.

-no soy quién para prohibírtelo. Pero debes ver más allá.

-¿podemos dejar de discutir sobre esto? La decisión ya está tomada.

-por supuesto...

Se sentó junto a mi y tomó una de esas cervezas, tocó mi hombro en señal de apoyo y nos quedamos quietas mirando como el Sol se iba ocultando en una cortina de agua.

Quería llorar, quería gritar... quería destruir todo, quería dejarlo todo. Pero solo respiré, fijé mi vista al agua y traté de pensar claro.

-necesito una casa.

Dije pensando en voz alta.

-¿una casa?

Replicó ella.

-sí, construiré una con mis propias manos. Tengo el terreno aquí, tengo el dinero, tengo el tiempo.

-¿qué significa eso?

-que no solamente construiré una casa, sino también que reconstruiré a mi misma.

No sabía. Segunda parte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora