XXXVII

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Mis ojos están demasiado rojos, tanto como el color de mi cabello que ya debe estar hecho un desastre

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Mis ojos están demasiado rojos, tanto como el color de mi cabello que ya debe estar hecho un desastre. No tengo fuerzas, todas las he perdido al estar sollozando por horas. Mi cuerpo tiembla y está completamente helado, debe ser porque ya es algo tarde y justo aquí es un lugar frío por los árboles que rodean el sitio. Es un bonito lugar, calmado, callado, poco luminoso —lo cual solo permite que vea con más claridad las luces de la ciudad que se extiende delante de mí—, algo raro aquí en Nueva York, pero es muy hermoso en realidad.

He pensado en millones de cosas y he tratado de convencerme de que todo lo que hago está bien, aunque no sea así. No quiero hacer ninguna otra cosa, he escapado de todos durante todo un día completo y creo que ha sido lo mejor que he hecho en años, incluso pensando en que por eso todos ahí entre todas esas luces de la ciudad están preocupados y preguntándose en dónde me metido esta vez. He sido distante con todos últimamente, y lo único que he conseguido es estar aquí en una montaña fuera de todos llorando por las cosas que no puedo evitar hacer. Por ejemplo: huir.

Pero no puedo dejar de pensar en el chico que murió delante de mis ojos en un segundo, en su decisión, en la manera de afrontar los problemas y en lo poco que él tuvo para perder, porque al final nadie fue a reclamar su cuerpo sin vida, por lo que me enteré. Estaba solo, era solo él y sus desesperantes sentimientos.

Y no puedo evitar voltear la vista a mi vida. Ahí estaba mi madre, quien hasta ahora había sido más atenta y responsable con su trabajo que con sus hijos, y que no entendía por qué le había tocado hijos como Luca y como yo. Mi hermano, quien es todo para mí, que necesita que yo sea fuerte para que pueda pelear contra los problemas y las decepciones de la vida, quien me quiere más de lo que estaría dispuesto a admitir y que no quiere que lo abandone nunca. Mi amiga, la chica que ha estado conmigo durante mucho tiempo, que ha soportando mis pseudo-novios y cada borrachera en la que he estado, quien trata de apoyarme aunque no esté de acuerdo conmigo, que se preocupa mucho por mí y necesita saber que voy a estar bien aunque no esté conmigo. Mis otros amigos, quienes también me quieren demasiado para admitirlo, que harían cualquier cosa para verme animada de nuevo, para ver que sigo siendo siendo la misma Jane que hace escándalos en la escuela para evitar una clase aburrida, que molesta a cada maestro para que me suba la nota o que no soporta la idea de vivir para siempre pegada a una pantalla de computadora en una oficina cerrada y deprimente. Y todas las demás personas que me conocen poco para saber cómo sigo después de salir de sus vidas por completo.

Yo no podría irme de este mundo con facilidad, rompería millones de corazones antes; haría a otras tantas personas suspirar de alivio o incluso se alegrarían con mi partida, sí, pero eso no tendría importancia en comparación con las personas a las que mataría con mi muerte. El chico no mató a nadie, el chico simplemente se suicidó. Ojalá pudiera convertir una decisión tan complicada a una tan fácil como lo hizo él, en un segundo, en un abrir y cerrar los ojos, sin decir adiós antes o algunas palabras finales, sin ver o hacer por última vez las cosas que más le gustaban del mundo, sin pensar o tratar de adivinar cómo sería el mundo en el futuro después de su partida, no con su partida, no, sino si él no se hubiera suicidado. Sin pensar, sin sentir, sin nada antes, sólo... desaparecer.

Reckless and Dangerous (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora