XLVI

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Tiempo

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Tiempo. El tiempo pasa en un segundo. El tiempo puede quedarse paralizado en un solo momento para una persona, puede correr de forma inalcanzable para otra, o, para algunas, es insignificante. El tiempo.

Jamás creí que me vería odiando al tiempo, jamás pensé que sería su peor enemiga.

Dicen que el tiempo cura las heridas, que el tiempo te da un suspiro de alivio, que el tiempo te ayuda y te conforta. Para mí el tiempo no lo hace, a mí no me cura, tampoco me da alivio ni me ayuda o me conforta. El tiempo me asfixia y me atrapa en la misma desesperación de siempre.

Tal vez no tiene nada que ver con el tiempo, sino cómo estoy viviendo mi vida. Sin embargo, nada de lo que hago me ayuda, mucho menos el tiempo.

Han pasado unos días, todo el fin de semana para ser más exactos, y no puedo sentirme mejor desde que llegué a casa. Mamá habló conmigo esa noche y me dijo qué tan cansada estaba de mí, qué tan desesperada se sentía por no poder hacerme mejor hija y persona y qué tan decepcionada la hacía sentir con la persona que me había convertido. Pero, más allá de eso, en las palabras que utilizaba y en la forma tan agobiante que las decía, sabía que algo no me estaba diciendo. La conocía lo suficiente para estar segura de ello.

Pero lo más extraño es que ella insistía en volar hasta Seattle e instalar nuestra vida ahí, una insistencia que rozaba la línea de la obsesión. Sus ojos estaban rojos por las lágrimas, pero no eran lágrimas de decepción si no de desesperación. Ella de verdad quería que aceptara dejar todas las cosas que tenía aquí en Nueva York e irnos hasta el otro lado del país. ¿Por qué? Bueno, no tenía de la menor idea, así que lo único que hice fue tomar la mano de mi mejor amiga y subir hasta mi habitación, de donde no saldría hasta que estuviera segura que ella ya no estaba en casa al día siguiente.

Y ahora me encontraba saliendo de mi Mustang negro, uno como el de mi hermano, con la simple diferencia del color, un regalo que nos hicimos entre nosotros en una de nuestras deprimentes y tóxicas navidades que pasamos solos. Fue en realidad una navidad muy feliz, una que no podré olvidar jamás en realidad.

Me disponía a entrar a la escuela, en un lunes nublado después de todas las semanas que estuvo cerrada la escuela por el asunto del chico muerto. Y todos parecían estar llevando su vida normal, charlando entre amigos, riendo de chistes tontos, las chicas chismeando sobre los chicos lindos y los chicos lindos contando a todas las chicas que han besado o con las que se han acostado. Por lo menos, la mayoría sí.

Aunque nadie, absolutamente nadie que recuerde que tan solo unas semanas atrás alguien se había quitado la vida en uno de los salones del instituto que teníamos en frente. Ningún altar o siquiera flores o alguna otra cosa. Nada.

Esa falta de interés y la insignificancia que le daban a una persona me parecía que era, sino insensible, casi psicópata.

Parecían hipócritas charlando entre ellos con sonrisas falsas e intereses comprados. Gerard tenía razón en cada palabra que le dijo al chico antes de morir. Estas personas prefieren matar antes de que los maten. Es la única forma que encuentran de sobrevivir, la única forma que encuentran de aceptación y sociabilidad.

Reckless and Dangerous (Gerard Way)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora