Capítulo 33

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—Eidan— dije un poco agitada cuando llegué al jardín del té, para mi suerte estaba casi vacío pues las personas del pueblo podrían reconocerme y de inmediato me acusarian con Arafat.

—Sky— se levantó del asiento —¿estas bien?

—Si estoy bien— asentí —pensé que estas en Qatar— después agradecí porque Eidan me ayudó con la silla.

—Sobre eso perdí mi vuelo— dijo mientras soltaba un pequeño suspiro

—¿pero...como?— me sorprendí

—Mi vuelo salió 3 horas después del tuyo, a las 7 pm salió tu vuelo y el mío a las 10. Llegaría a turquia justo 2 horas antes para poder hacer mi documentación, a tiempo para irme ej el vuelo a Qatar...todo esta ya establecido pero resulta que, me compré un boleto erróneo y, perdí mi vuelo— hizo una mueca y después soltó una pequeña risa —No me sirve de nada enojarme...mi error me Costó mucho

—No te vayas a enojar pero resultó, gracioso porque también a mi me. Pasó una vez— sonreí —mi padre se enojó mucho conmigo...

—Si bueno son cosas que pasan en la vida, pero aprendemos de ellas

***

Arafat se encontraba en la mansión, dentro de la habitación de Skyler. En una perfecta hilera estaban acomodados, los elegantes perfumes de ella. Fue oliendo uno por uno, y uno le encantaba más que el otro, en las gavetas estaba perfectamente doblada la ropa de ella. Tomó una camiseta, la misma que llevaba el día que llegó al pueblo de Akram. El día en el que por accidente la asustó el caballo.

—Tan insolente...— susurró Arafat con una sonrisa en el rostro

Se aseguró de que todos estuviera en su lugar y después de su bolsillo sacó, el anillo de matrimonio. Lo dejó sobre el tocador, porque Arafat se dio cuenta que no quería que nadie más, que no fuera la mujer que quería, llevara ese anillo tan especial...

—Eres hermosa Skyler Dashwood— dijo cuando revisó el álbum de fotos, que había encontrado en una de sus mochilas de diseñador. Foto tras foto, que empezaba desde la edad de 3 años hasta los 19. —Creeme yo jamás quise hacerte daño...no se como pero voy a recuperarte

***

—Señor, ya tenemos su caballo listo— afirmó uno de los obreros

—Gracias— dijo Arafat

Cabalgó, hasta llegar al acantilado en donde se llevó acabo la tragedia, que marcó su vida para siempre. De una en una, siempre olía las rosas que había cortado para Ludmila, era una forma de brindarle su altar cada año.

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