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POV. Christopher.

-¡Rey! Han encontrado las cabezas decapitadas de sus guardias.

-¡¿Qué?!- alcé mi voz con ira- Llévame inmediatamente hacia el lugar.

El joven asintió con nerviosismo, podía oler su miedo desde mi asiento.

¿Cómo era posible aquello?

Nuestros pasos eran apresurados, nos dirigimos hacia el interior del salón principal donde siempre concurría Cassandra para tocar su piano.

-Dejaron una nota sobre el rostro de uno de ellos, una pluma se encontraba incrustada en su ojo derecho.

-Pero... ¿Quién puede ser tan desalmado para provocar una muerte así?- pregunté observando como las tres cabezas de mis mejores guardias se encontraban en diferentes lanzas posadas sobre la pared, la sangre escocia sobre sus rostros envolviendolos en su rojo oscuro.

>>Quiero que monitoreen quienes entran y salen de aquí. ¿Has entendido?- pregunté quitando con brusquedad el pedazo de papel entre sus extremidades.

-Aún no sabemos quién pudo haber entrado a este lugar sin siquiera llamar la atención del personal.

-Esto no puede ocurrir. ¡No puede ocurrir!

Mis ojos se abrieron abruptamente, mi respiración se paralizó perpleja.

Esto recién es el comienzo, Christopher.

-¡¿Quien ha sido el maldito responsable de esto?!- grité nuevamente nublado por el enfado.

-La reina...

-¿De qué jodida reina me hablas?- murmure con agriedad.

-Alice, señor- balbuceo- Alice Camberleck.

~°°°°°°°°°°°°°°°°°°~

POV. Alice Camberleck.

A veces las cosas se complican a nuestro alrededor, nuestra vida da un giro inesperado causando que nuestro interior cambie notoriamente.

Nos obligamos continuamente a cambiar con el fin de volvernos despiadados, dejamos que el odio nos consuma y cometemos errores imperdonables.

Pero... ¿Qué sucedería si esos errores fueran los necesarios para realmente madurar?

Las personas tienden a ser egoístas con quienes conocen por miedo a ser conocidas, temen abrirse por completo a alguien que quizás no valga la pena.

Pero en realidad nada valdrá la pena si permites que lastimen tu alma sin piedad.

Es por eso que creamos una coraza repleta de muros sobre nuestro corazón, prohibiéndole la entrada a todo aquel que en verdad desee nuestra felicidad.

Herimos al prójimo como método de defensa con la sospecha que podrá lastimarnos, y nos equivocamos, una y otra vez incontrolables veces.

Y cuando tomamos la decisión de cambiar, de mostrar nuestro verdadero ser llega alguien que jamás esperábamos y nos rompe nuevamente.

Pero este no es una persona desconocida, sino más que tu propia familia que te obliga a sufrir con sus rechazos, sus aberraciones se instalan en tu pecho como puñales y entonces deseas con todas tus fuerzas que aquello jamás hubiese sucedido.

Deseas no haber permitido mostrarte tal cual eres, deseas no haber permitido conocerte en verdad.

Y vuelves a cambiar, convirtiéndote en una persona desalmada, fría y sin sentimientos.

Aceptando la realidad, siendo todo aquello que alguna más aborreciste.

Y cambias para siempre...

-Abuela, cuéntame una historia- murmuró mi pequeña en brazos de Elizabeth, ésta la observó con dulzura antes de asentir.

-Érase una vez- comenzó a relatar observando mi rostro- Dos jóvenes hermanas cuyo amor sobrepasaba las fronteras del mundo, se protegían ante cualquier mal que les acechara y se mantenían unidas en cada momento. Pero siempre dicen que la felicidad jamás es por siempre...
Un día un extraño ruido les alertó, la noche era presente ante sus manos unidas observando la Luna. El viento impacta con violencia sobre sus rostros creando aullidos desgarradores a su alrededor. Las hermanas sabían lo que aquello significaba, su hora había llegado y con ello la separación de su unión.

>>Promesas rotas, murmullos envueltos de dolor; todo era un caos pero la noche aún no acababa, una promesa y una traición se completarían formando un círculo en el cual una de ellas tendría que luchar por la vida de la otra. Pero... Nadie sabía que el dolor era tan grande que se transformaría en odio por solamente salvarse a si mismas, dos grandes guerreras con un destino desgarrador.

-¿Que sucedió, abuela?- murmuró con sueño Lucero.

-Ellas se odiaron, jamás salvaron a la otra y con ello rompieron sus corazones sin piedad. Ambas hermanas eran de inmensa importancia, al complementarse serían el antídoto que tanto necesitaba el mundo para salvarse de una inminente condena.
Eran conocidas como las mellizas perfectas, porque jamás discutían, siempre se mostraban unidas, sonrientes y felices. Muchas personas tenían envidia del amor que las envolvía convirtiendo su alrededor en un mejor lugar.
Sólo con un hechizo maldito bastó para que la felicidad acabase...

-¿Como se llamaban las hermanas..?- susurró antes de caer dormida.

-Cassandra y Elizabeth... Más conocidas como la familia Camberleck.

Oh por todos los jodidos dioses.

¿Que...?

-Tu,.. ¿Tú eres hermana de Cassandra?

-Si, Alice- afirmó paralizando mi cuerpo ante la sorpresa- Soy su hermana y tu tía.

-Pero...- titubee- ¿Cómo es posible que fueran mellizas si no tienen ningún parecido en común?

-Comúnmente es normal que mellizos sean diferentes, algunos morenos y otros rubios. Pero si te fijas con detenimiento podrás notar nuestras facciones son notoriamente iguales.

-Yo- suspiré pasando mis manos sobre mi rostro- Esto es demasiado, Elizabeth. ¿Qué más tengo que saber?

-Lucero es tu verdadera hija.

-¿Que?- reí con ironía, aquella situación comenzaba a fastidiarme- ¡Claro que es mi hija! No biológicamente pero lo es.

-No, no- negó observando a la pequeña dormir- Ella será tu hija en tu próxima vida. Es parte de ti, ella es tu verdadera hija.

-¡¿De qué me estás hablando?!

Reina MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora