Fin de la fiesta

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Dedicado a Marta_345_345

Todos los asistentes se
reúnen entorno a Emma. Blanca grita desesperada.

- ¡Emma! ¡Emma!

David se arrodilla junto a su amada y sacude con cuidado a su hija temiéndose lo peor.

Los que los rodeaban murmullan y hablan cada vez más preocupados.

- ¡Emma, por favor! ¡Reacciona!

- ¡Apártense, por favor!

Un hombre, de cabello negro como el azabache y ojos morados como amatistas, se abre paso entre el gentío.

Inclina su oreja sobre la aparentemente inerte boca de Emma, y acto seguido la abre, a la vez que coloca su cabeza en ángulo.

Cruza los dedos de las manos y acto seguido presiona intermitentemente con las palmas de las manos y a ritmo acompasado, el pecho de la mujer.

Pasa aproximadamente un minuto hasta que Emma empieza a tener pequeñas convulsiones y a toser.

Los ojos de los preocupados padres se abren de par en par y recobran su brillo característico.

- ¿M-m-mamá?

Dando un empujón al desconocido héroe que caba de salvar la vida de su hija, Blanca se abalanza sobre Emma y la abraza con todas sus fuerzas.

David hace lo propio.

Aprovechando el momento de confusión, Regina sale de su escondite y corre apresurada hacia el interior de la mansión.

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Al llegar al pie de la escalera, su brazo es interceptado por Leopoldo, que tira de ella hacia atrás.

- ¡¿Donde demonios te habías metido?!

La demacrada cara de la reina deja claro que no estaba disfrutando del evento. 

Pero eso a Leopoldo le da igual. Su esposa siempre ha sido una egocéntrica sentimental. 

Cuando no se le presta atención, monta un numerito.

Ella no tiene ganas ni fuerzas para enfrentar a Leopoldo. Ahora no. Después de que su propia madre acabe de decirle que estaría dispuesta a sacrificarla si con eso logra lo que ella ansía, no tiene corazón para seguir afrontando la noche.

- Leopoldo, no...

Su voz es apenas audible y desesperanzada.

Eso aumenta considerablemente el ego y poder del nombrado, que se siente capaz de cualquier cosa.

- A mí no vas a engañarme, Regina. Sé perfectamente que intentabas escapar y tu pobre madre lo ha impedido.

Este tipo de cosas dejan cada vez más claro a Regina que Leopoldo es, definitivamente imbécil.

- Suéltame...

- ¿Acaso te molesta que tu propio esposo te tome del brazo?

Aprieta el agarre y la mujer siente como sus viejos y artríticos huesos se clavan con saña en sus músculos.

- ¡Déjame tranquila!

- Ohh, ahora la reina quiere imponer su autoridad... Como me río

- ¡Que me dejes!

A medida que Regina se retuerce con más fuerza, Leopoldo clava con más ahínco los dedos.

Su brazo se está amoratando.

- ¡No pienso soltarte! ¡Vas a pagar muy caro tu osadía, Regina!

Si tuviera magia en ese momento le arrancaría la cabeza.

- ¡Para!

Entretenidos con el forcejeo, ninguno de los dos repara en que no están solos.

El hombre, de indeterminada edad, se ve obligado a elevar la voz para hacerse oír.

Hoy parece que todo el mundo le ignora.

- ¡¡Alteza!!

Ambos Reyes paran en seco.

Leopoldo, muy contrariado por ser descubierto, suelta a Regina, que en cuestión de segundos sube la escalera corriendo y en silencio.

Se escucha el golpe de su puerta al cerrarse y el pestillo.

Si piensa que esto ha terminado, está muy equivocada.

- Majestad, he venido a avisaros de que la mujer rubia está a salvo.

- ¡Emma! ¡Se llama Emma, mentecato! Y es mi nieta, así que la protegeras con tu vida.

- Por supuesto que si, mi señor.

Se escuchan voces de júbilo.

Son Blanca y David, celebrando junto con su hija que todo ha sido un susto.

Se dirigen hacia el Rey y su lacayo.

Como por arte de magia, una amable sonrisa vuelve a apoderarse de los labios del Rey.

Mientras vuelve su cuerpo en dirección a su hija y el resto de personas que vienen formando una especie de procesión, habla en voz baja al hombre, que permanece en el sitio a la espera de órdenes.

- Ahora, lárgate. Cuanto menos nos relacionen, mejor.

- Si, señor.

El chico hace ademán de irse, pero el Rey quiere darle una última instrucción.

- ¡Espera, Shayna!

Vuelve raudo junto a su señor

- No hace falta que te diga que no contarás nada de lo que acabas de ver entre la reina y yo.

- Por supuesto que no, mi señor.

El muchacho sale corriendo en dirección contraria a la de la familia Real, que llegan justo a tiempo para verle marchar.

El Retorno de Cora. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora