Asalto al Mercedes de la Reina

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Regina llega al hospital justo a tiempo para ver como Leopoldo sale por su propio pie de la habitación.

Va con muletas y lo acompañan Blanca y David.

Shayna no parece reparar en Regina y corre a ofrecerse para ayudar a su Majestad.

- ¿Cómo te has enterado de la noticia? Ahora mismo iba a llamarte.

La reina da un respingo al oír la voz de su pequeño príncipe.

Pero no aparta la mirada de la escena que ambos están presenciando.

- Pero estaba inconsciente

- Si. Se ha despertado de repente.

"Rumple"

- Mamá, ¿te encuentras bien?

Se vuelve a su hijo tratando de aparentar calma.

- Si. Sólo estaba pensando.

Se agacha levemente y toma cariñosamente el brazo de su hijo.

Es extraño, pero juraría que su hijo es más pequeño que cuando volvieron con la maldición.

- Dime Henry, ¿Emma te trata bien?

- Mamá, aunque aparente ocho años, tu y yo sabemos que que dentro de unos meses cumpliré los dieciocho.

- Es verdad. Lo siento cariño.

Un grito desgarrador interrumpe a todos los que se encuentran en la sala.

Una enfermera del hospital, concretamente la encargada de la unidad de pacientes aislados con trastornos mentales, irrumpe histérica y tienen que sugetarla entre Emma y David.

- ¡Había mucha sangre!

Padre e hija intercambian una mirada de espanto antes de que la sheriff tome el control de la situación.

- ¿Dónde hay sangre? ¿Qué ha pasado?

- ¡Yo sólo iba a la máquina de café!

- Cuéntenos qué ha pasado.

- ¡La sala de despacho! ¡Y la consulta! ¡Mucha sangre!

- ¡¿De quien era la consulta?!

- ¡Del Doctor Whale!

Blanca toma el lugar de Emma y esta sale corriendo en dirección a la consulta del Doctor.

Blanca y David asisten a la enfermera.

- Regina, ¿puedes llevarte a Henry?

La reina da le de su ensimismamiento al escuchar la irritante voz de su hijastra.

- Si. Henry, vámonos.

Se marchan del hospital.

*************************

Cruzan los aparcamientos que hay frente a la puerta.

- Tengo el coche en la esquina.

- ¿Y el aparcamiento del hospital?

- No soy santo de devoción de ninguno de estos paletos. Y tengo mucho cariño al Mercedes.

Henry sonría ante la falta de tacto de su madre.

Nunca cambiará.

- ¿Puedo conducirlo?

- No, señorito.

- Pero ya tengo el carné.

- Si, pero aquí Cadi no llegas a los pedales.

El chico resopla contrariado.

Giran la esquina y se dirigen al coche de la alcaldesa.

- ¡NOO!

Alguien ha rallado la puerta del conductor del Mercedes.

Y la luna trasera está destrozada.

Desesperada, corre a evaluar los daños.

Está muy enfadada.

- No les vendrá mal un escarmiento después de todo lo que me han hecho. Yo misma los mataré con mis propias manos. Y pensar que he tratado de impedirlo.

- ¿De qué estás hablando?

- ¿Algún problema, Señora alcaldesa?

Sin saber cómo ni cuanto tiempo lleva observándolos, Jefferson se une a la conversación.

Henry da un paso atrás, sorprendido.

Regina abandona su labor de revisión y se coloca frente al Sombrerero, protegiendo instintivamente a su hijo.

- Relájese, Señora Mills. No he venido a pelear.

- ¡¿Qué quieres?!

- ¡¿Qué supone usted que quiero?!

- Dejanos en paz a mi madre y a mi. No hemos hecho nada malo

- Henry, tranquilo. Yo me encargo.

El hecho de que su hijo la haya defendido le ha hecho sentir orgullosa y protegida.

Y poder corresponderle tomando ella la defensa de los dos, la hace la mujer más feliz del mundo.

Pero ahora tiene que concentrarse en la asquerosa rata de Jefferson.

- No, Señora Alcaldesa. El chico tiene razón. No voy a quedarme demasiado tiempo, porque tengo una hija que recoger del colegio.

- No me importa tu vida, ni la de la insulsa de tu hija. Abrevia y sueltalo de una maldita vez.

- Quiero salvaguardar nuestra seguridad.

- ¿Qué?

- He venido a pedirle que no nos deje aquí, Señora alcaldesa.

La reina y su pequeño príncipe quedan sin saber qué decir.

- He oído que en breve partiremos al Bosque Encantado. Y no quiero volver a perder a mi hija.

Regina queda de piedra.

Hubiese preferido contárselo ella misma a Henry.

Sin nadie de por medio.

- ¿Y qué quieres que haga yo?

El tono del Sombrerero cambia a uno más dócil y pedigueño.

- Majestad, se que vos tenéis mano con su Alteza Leopoldo y su familia. No permitais que nos vuelvan a separar a Payton y a mi

El chico comienza a impacientarse.

¿De qué demonios están hablando?

- Ese es vuestro problema. Yo no puedo hacer nada. Créeme cuando te digo que mi opinión importa poco en esa familia.

- ¡Por favor, Majestad! ¡Os lo imploro! ¡Mi hija es lo único que me queda en el mundo!

Incómoda dice lo primero que se le viene a la mente y lo que quiere escuchar el hombre.

- Veré que puedo hacer.

Se pone de rodillas y besa exultante de alegría las manos de la alcaldesa, que las quita asqueada ante esa bajeza.

- ¡MUCHAS GRACIAS! ¡DE VERDAD! ¡Volveremos a vernos! ¡Gracias!

Marcha corriendo por el callejón.

Henry está bastante molesto, pero su madre no se da cuenta porque abre rápidamente el coche u saca un botellín de gel limpiador que lleva siempre en la guantera.

Ahora más que nunca se alegra de tener un desinfectante a mano.

Casi ha terminado de limpiarse las manos, cuando Henry entra en el coche y cierra con seguro.

- ¿Qué demonios haces?

- Mamá, me debes una explicación y no nos iremos de aquí hasta que me aclares qué está pasando...

El Retorno de Cora. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora