De eso nada, querida

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Regina permanece unos segundos sin moverse tratando de pensar un plan.

Sólo tiene que cruzar la acera para llegar al anticuario de Gold.

Mira a su alrededor. Ya se ha hecho de día. El pánico ha hecho mella en los ciudadanos, que han incurrido en la histeria colectiva, provocando el caos en las calles.

Todos los habitantes han recuperado sus antiguas apariencias, lo que aumenta el grado de desconcierto de la turbamulta.

De repente, un vórtice de dimensiones gigantescas se abre junto a la Torre del Reloj, dejando bastante claro a Regina que disponde de poco tiempo para recuperar la daga, dársela a Cora y marchar al Bosque Encantado.

En mitad de la confusión, la reina intenta esquivar los coches que circulan sin control, los rateros que desvalijan los comercios, la gente que corre gritando descontrolada...

"¡Mi Mercedes!"

Su pobre coche. Lo van a destruir.

- ¡¡¡CUIDADO!!!

El Land Rover de Gruñón se acerca a la Reina, que da un gran salto hacia delante y cae al suelo de boca.

- ¡¡Malditos enanos!!

Se levanta abochornada por la caída tan poco elegante que acaba de experimentar.

La ira vuelve a apoderarse de su ser.

- Se acabaron los juegos.

Sin tener ningún plan de acción, como hiciera la otrora Reina Malvada en otros tiempos, se dirige con paso decidido hacia la tienda.

Pero la puerta está cerrada y un cartel avisa de que volverá en cinco minutos.

"En el fondo SIEMPRE serás un cobarde, Rumple"

Golpea la puerta con los nudillos e incluso le propina unas buenas patadas, pero la tienda es totalmente infranqueable.

- A no ser...

Como hiciera la última vez que acudió al establecimiento por la Poción de los muertos, se dirigió a la ventana de la trastienda y rompió el cristal con una piedra.

Con cuidado de no cortarse, introduce la mano y suelta el pestillo.

La ventana cede y por fin tiene vía libre para entrar.

El ruido de dos coches chocando, un motor explotando, las sirenas de una ambulancia y el sonido de una crepitante llamarada en el asfalto, indican a Regina que ha de darse prisa.

Se coloca boca abajo e intenta meter las piernas por el agujero, una tarea titánica debido a la vestimenta.

- ¡Demonios!

Intenta por todos los medios meter el vestido por el hueco, pero el cancán se expande demasiado al soltarlo.

Alterada por la suerte que le ha caído encima y el maldito vestido lavanda que sólo le ha traído problemas, se levanta y se sitúa a un metro de la abertura.

Cuenta hasta tres y coge carrerilla.

Con lo que no ha contado es que la ventana está a ras de suelo y el impulso se ve frenado por la necesidad de estar a la altura del hueco.

- Pues sin impulso.

Se pone de rodillas a duras penas y trata de meterse hacia el interior de la trastienda.

Logra introducir el tronco y parte de las caderas.

Ríe irónica

- ¡No puede ser! ¡Esto no está pasando! ¡¡NO HE PODIDO QUEDARME ATASCADA!!

El Retorno de Cora. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora