Charla madre e hija

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Emma se incorpora y va junto a Regina, que permanece en el sitio con una expresión de odio y terror.

Con su sempiterna sonrisa Cora saca, como por arte de magia, un abrigo de pelo blanco.

Los tiende a su hija.

- No te he visto en la fiesta y me he figurado que estabas junto a tu predilecto arbusto. Te he traído algo de abrigo.

La reina los toma con recelo.

- Es un árbol.

- Es un amasijo de hojas y madera.

Sin más ganas de discutir, se coloca el abrigo y el gorro.

Lo cierto es que en el fondo agradece un poco de cobijo. Ese maldito vestido es muy fresco para una fría noche de mediados de abril.

Cora prosigue con su interrogatorio ignorando a propósito a Emma, deseosa de estallar a la menor oportunidad.

- Y dime, cariño, ¿porqué estabas gritando?

Esa era una "Pregunta Embustera"

Así llamaba Regina cuando era joven a las preguntas que, fuera cual fuese la respuesta, siempre era errónea.

A su madre le gustan mucho ese tipo de acertijos.

- Lo siento, madre.

Fingiendo estar avergonzada, baja la mirada. Sólo quiere que termine rápido.

- Esa no es mi pregunta, Regina. Quiero que me digas por qué estabas injuriando a tu esposo de esa manera.

- Y-yo...

Emma sale en su defensa.

- Porque él se lo merece.

- ¿Quién la ha invitado a nuestra conversación?

Sin dar tiempo alguno de reacción, una especie de polvo dorado y brillante surge de la mano de Cora, que pass la mano frente a la cara de Emma, y esta cae al suelo dormida como un bebé.

Regina se sorprende, aunque en el fondo, no le importa.

Nunca podrá confiar en Emma, siendo la hija de quien es.

Además, ha demostrado no ser de confianza más de una vez.

Sin embargo, que su madre manipule con magia a cualquier ser vivo que establece contacto con ella, le pone los nervios de punta.

- ¡Madre! ¡¿Por qué habéis hecho eso?!

- Reconoce que te he hecho un favor. Esa chiquilla aburre a cualquiera.

- No debisteis haberlo hecho.

Con gentileza, Cora lleva a su hija a una esquina apartada de la vista de todos.

El miedo empieza a apoderarse del estómago de la mujer.

- Ya no nos molestará nadie. Ahora dime, ¡¿qué demonios has dicho de Leopoldo?!

- No he dicho nada, madre.

- ¡¡NO ME MIENTAS!!

Con toda la fuerza que puede reunir con su envejecida mano, Cora cruza de un bofetón la cara de su hija, que no la ve venir y la recibe de lleno.

Por instinto, suelta un leve grito mezcla de sorpresa y dolor, mientras se lleva la enguantada mano al moflete afectado.

Nota como este empieza a enrojecerse y notarse cada vez más caliente.

Las lágrimas escapan traicioneramente de sus ahora cristalinos ojos.

- Deja de comportarte como una niña malcriada y actúa conforme a tu posición y edad. ¡Ya no eres una adolescente!

- Madre...

Pero era incapaz de parar. El ridículo que ha sentido mientras su predilecta hija hablaba a voz en grito poniendo en vergüenza a toda la familia, y lo peor, poniendo en peligro sus planes, era algo que merecía pagar.

Que tenía que pagar.

- Ya no tienes veinte años, Regina. Ha pasado mucho tiempo y han ocurrido muchas cosas como para fingir que eres la hija inocente que pretendía fugarse con el palafrenero sin que yo me diese cuenta.

- ¡Se llamaba Daniel!

Del miedo a la ira, a veces hay una línea muy delgada.

Y Regina la acababa de traspasar rápida como un rayo.

Toda su miserable existencia ha sido fruto de ese fatídico día.

Y por culpa de su madre y Blanca. Sin ellas, todo habría sido diferente.

- ¡Me da igual como se llame! ¡Era un subordinado! ¡Un criado zarapastroso que olía a cuadra!

- ¡Era mi futuro esposo! ¡Si no fuese por vos, ahora estaríamos juntos!

Los ojos de la reina se encienden.

Lleva mucho tiempo queriendo enfrentarse a su madre.

- ¡Has de asumirlo de una vez por todas, Regina! ¡Tu sino es desposarte y vivir con alguien de tu misma clase social! ¡Nunca!, me oyes, ¡nunca permitiré que volvamos a la miseria y a la pobreza! ¡No voy a volver a tener que agachar la cabeza ante nadie, aunque tenga que llevarte a ti por delante para ello!

Regina empalidece de repente.

Sus piernas dejan de responderle.

Su cuerpo se mantiene rígido como un poste de madera.

La mente se queda en blanco. No es capaz de articular ningún sonido.

En ese momento, una voz aguda y ligeramente chillona proveniente de la puerta que da al jardín, las reclama.

Es Blanca

- ¿Regina? ¿Regina estás aquí? ¿Regina? ¡OH, DIOS MIO, EMMA!

El murmullo de los invitados empieza a crecer considerablemente.

Los pies de Blanca y David hacen crujir la hierba cuando corren a socorrer a su hija.

Cora que, a diferencia de su bloqueada hija, lo ha presenciado todo, recobra la compostura como si no hubiese pasado nada.

- Están buscándote. Con todo el revuelo de Emma, tienes unos minutos para recomponerte un poco y pensar en la historia que les vas a contar a todos cuando regreses.

Sin más que decir, la mujer se marcha por donde ha venido dejando a su hija en shock por todo lo que acaba de ocurrir.

El Retorno de Cora. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora